DROGAS Y GEOPOLÍTICA
CAMINOS CRUZADOS
Sexo, drogas y geopolítica: ¿quién podría controvertir esa verdad certera, la de que sus caminos se han cruzado desde siempre? Y sin embargo las políticas oficiales se aferran obstinadamente a una concepción que pareciera controvertir la realidad de esos cruces, obstinación que hacen creer procede de su celo por la salvación del pueblo, por la salud pública.
La sífilis resulta ilustrativa al respecto. Siendo realidad la guerra comercial entre franceses e italianos, cuando aparecen los primeros pacientes aquejados de chancro sifilítico (esa dolorosa lesión primaria en aquel órgano que el hombre prefiere mirar siempre con tranquilidad y orgullo), la enfermedad es llamada a uno y otro lado de los contrincantes, así: mal francés, según los italianos; mal napolitano, según los franceses. Variantes prácticas del silogismo, no más.
La sífilis –entonces- y el SIDA hoy, puesto que proceden del contagio venéreo e involucran la sangre, están decididamente determinados por los fantasmas relacionados con la sexualidad y sus desvíos. La geopolítica es destino necesariamente no riguroso, pero útil, de la vinculación del mal a la confrontación bélica. No en vano al SIDA se le denominó, inicialmente, por el cuerpo médico estadounidense, “enfermedad de las cuatro haches: hemofílicos, heroinómanos, homosexuales y haitianos”. El afán científico por apartarse de toda clase de prejuicios, seguía perdiendo terreno frente a la necesidad de representar a los inmigrantes más atrasados del planeta, como responsables de la enfermedad, etiología de la misma: así se ponía al mal a proceder del culo del mundo.
DESVÍO POR LA IRONÍA Y LA RISA
En la pretensión de entender este fenómeno, no cederemos en rigurosidad si recordamos una afirmación que se escucha en boca de feministas ilustradas y que conceden peso intelectual a sus afirmaciones: si el embarazo le ocurriera a los hombres, hace un buen tiempo que el aborto sería legal. Lo hipotético no exige de ningún proceder argumentativo para declararlo posible. La verdad aquí se esconde pero se deja entrever a través de la insinuación, de la ironía. El poder no se revela, exclusivamente, a través de sus fastos.
Tampoco cederemos en rigurosidad recordando el parecer de Tola y Maruja, las dos simpáticas encarnaciones de la imaginación masculina en nuestro territorio, con respecto de la lucha antinarcóticos actualmente dirigida por los Estados Unidos de Norteamérica: según ellas la actualidad de esa lucha lo que muestra es, sobre todo, el fenómeno de la fuga de cerebros, a través de las extradiciones. Cuando la droga sea declarada legal y los monopolios estadounidenses controlen el negocio, ya se habrán asegurado contar con los servicios de los expertos para maximizar sus utilidades.
Aquí, entre nosotros, en lugar de pensar seriamente en el problema de las drogas ilícitas, se ha optado por la vía de la prohibición explícita de su uso. La obstinación ha llegado al punto de declarar cómplices de su producción y distribución a quienes, con argumentos convincentes, han demostrado que la legalización representaría un ataque en el corazón del enriquecimiento tanto de gángsteres como de toda esa burocracia que se enriquece con la persecución y que, agreguemos, también se vale de sus modos publicitarios para asegurarse el monopolio. No solamente el rufián se declara afectado por la legalización, también quien dice perseguirlo…
Lo cierto es, pues, que sexualidad, drogas y geopolítica, se cruzan de las maneras más diversas y el desconocimiento de ese entrecruzamiento no es otra cosa que la expresión deliberada de una política destinada a impedir el decremento del valor en el mercado de un producto que depende de la ilegalidad como único y exclusivo valor agregado. Financieramente es más cara la producción de una libra de café que de una libra de cocaína, por lo que se deduce que es la ilegalidad la que invierte la proporción.
El monopolio de la producción de sustancias legales no riñe con el monopolio de la producción y distribución de las ilegales. Siendo el capitalismo una mafia legal, es la mafia una expresión del capitalismo. El uno y la otra se complementan. La ventaja de la mafia es que no tiene que regirse por ley alguna, todo lo contrario. Ya el capitalismo está aprendiendo de ello y de ella, por eso, entre otras cosas (garantía de impunidad, inculpación de chivos expiatorios, asesinato de testigos, etc.) melodramatiza la cotidianeidad de la vida de los gángsteres a través de tele novelones que los idealizan. Todas las formas –legales e ilegales- de lucha.
EL ANTECEDENTE HISTÓRICO
Comienzos del siglo XVIII: el monarca español prohíbe la elaboración de aguardiente en el Nuevo Reino. El problema era que el aguardiente se usaba como tratamiento de toda clase de enfermedades: erisipelas, convulsiones, gota, catarros, edemas, heridas, llagas, etc. Los médicos del Nuevo Reino habían comprobado, empíricamente, que el aguardiente nativo era superior, terapéuticamente hablando, al español, y, como pasa algunas veces, más barato. De cuatro médicos consultados, solamente uno se mostró contrario al uso medicinal del aguardiente, advirtiendo que eran más los riesgos que los beneficios derivados de su utilización, por lo que recomendaba reemplazarlo con otra clase de medicamentos.
El problema tenía un trasfondo social importante. En efecto, el valor del aguardiente español podía ser pagado exclusivamente por los miembros de las élites, pero la enfermedad, esa cosa a la que muchas veces le importa un bledo la procedencia social de su presa, esa indeseable expresión de la igualdad y de la democracia, afectaba a todos y, en mayor grado, a los pobres. La enfermedad, sin necesidad de consultas, goza de mayor popularidad entre los pobres y, además, se perpetúa sin necesidad de someterse a costosos referendos y a suicidas reelecciones.
La enfermedad podía ser puesta así, al servicio de una causa tan sempiterna como la vocación por erigir toda clase de deidades: el exterminio. Hernán Cortés la había utilizado contra Moctezuma, enviándole presentes, escondiendo la malevolencia a través de un acto cortés, una colección de mantas con las que, previamente, habían envuelto los cuerpos de españoles contagiados por viruela. Un visionario de la guerra bacteriológica, indiscutiblemente, aunque desde la perspectiva de la historia de la maldad se deba considerarle un simple infame más entre muchos otros.
La prohibición de la destilación de aguardiente se correspondía con el efecto deseado: que se cumplieran los designios de la divinidad –la primacía de los descendientes de la España monarquista-, debidamente promovidos por los encargados de embrutecer a los mortales de estas tierras. Los designios de la divinidad, extrañamente, suelen parecerse a los designios de los mismos mortales que están en condición de pagar el precio que se les pida por el aguardiente destilado en su madre patria. Para el resto, el exterminio, la desaparición de la faz de la tierra de lo que, además, deberán dar pruebas de feliz aceptación, de gustosa resignación, hasta de brutal agradecimiento con tan miserable destino.
PROHIBICIÓN IMPOSIBLE
En 2010 se cumplirán 190 años de la desaparición del Tribunal del Santo Oficio de Cartagena de Indias. Había surgido después de que el arzobispo le enviara a su Rey, Fernando VII, una carta por medio de la cual solicitaba crear un Tribunal que hiciera las veces de “cauterio riguroso”, para sanar a una tierra “estragada de costumbres y de vicios que cunden como el cáncer”.
Con todo y que el mencionado Tribunal mantuvo su existencia durante varios siglos, con todo y que un monarca prohibiera la destilación de aguardiente en los territorios del Nuevo Reino de Granada, con todo y que los habitantes nativos estaban condenados a desaparecer de la faz de la tierra, con todo y eso, hoy sabemos que, en cuanto a la destilación de aguardientes poseemos variadas expresiones dependientes todavía de recetarios nativos regionales no cabe la menor duda que procedentes de quienes se negaron a aceptar aquella prohibición; y en lo referido a los habitantes propietarios de estas tierras y anteriores a la venida estruendosa y soez de la cruz y la espada, estos no han desaparecido, por el contrario, se revelan a través de vistosas y efectivas manifestaciones de supervivencia y de poder.
Todo esto podemos celebrarlo, debemos celebrarlo. En lo que respecta al Tribunal del Santo Oficio se nos hace difícil asegurar que existan motivos para celebrar su desaparición. Demasiadas acciones gubernamentales; demasiadas mentes brillantes puestas al servicio de caracterizar la disidencia y demonizarla; demasiadas manifestaciones populares de adhesión a la euforia con el linchamiento y la sangre; demasiadas razones para temer otra vez al mundo y a la carne; demasiadas vocaciones por hacerse los de la vista gorda, desviar la mirada o practicar la indiferencia; demasiadas inhibiciones para castigar a quienes satanizan el uso de la libertad incluyendo sus desvíos… En fin, demasiadas argumentaciones que resuenan con las mismas que, antiguamente, consideraban legítimo el derecho a poseer exclusivamente todos los bienes, incluidos en estos las mujeres, los niños y las colonias.
Tal vez la resistencia contra la resurrección de esos fantasmas del pasado, pase por una clara delimitación de la libertad, de su ejercicio y de la promoción del derecho a que cada uno haga de su vida y de su cuerpo lo que le plazca. Desplazada la religión del centro ideológico de occidente, recordaba antiguamente Fernando Savater, ha sido la salud –la mirada médica- la que ha venido a realizar el relevo. Es en virtud de tal suplantación que el estado de gracia para el alma ha sido relevado por la mixtificación de la salud a toda costa, la higiene social, la conversión de los comportamientos humanos en objetos de criminalización.
La buena salud a lo mejor no provenga del imposible que se ha instaurado en la mentalidad occidental, el enfermizo deseo por morir saludables. A lo mejor provenga de volver a poner patas arriba al mundo, demostrando que la peor enfermedad proviene fundamentalmente de esa mentalidad perversa que descubrió que la mejor manera de transgredir toda normatividad es convertirse ella en la ley misma.
Enriquecidos siempre quienes los practican a diario, todos los delitos de lesa humanidad deberán ser considerados de cuello blanco. Lo cual no querrá decir que todo cuello blanco sea delincuente, pero, por favor, tampoco todo cuello raído tiene porque seguir siéndolo. Si se da ejemplo de maltrato a los desvalidos desde arriba, resulta ridículo escandalizarse por que el ejemplo cunda entre los de abajo. Más perverso y dañino que el consumo de sustancias, resulta una política que garantiza la promoción del permanente interés desde una perspectiva prohibicionista que ya descubrimos deriva la rentabilidad de su mercadeo de la prohibición misma… Una hipervalorización de la ilegalidad da de comer al rufián y a todo ese parasitario ejército de burócratas que dicen dedicarse a su persecución.
Así como sucedió con el aguardiente, así como sucedió con la supervivencia de los nativos que lograron evitar su exterminio, así también tendrá que ser posible impedir la restitución del espíritu inquisitorial de la corona española aunque se camufle en el proceder de las instituciones derivadas de la independencia. De una independencia que siempre mostró otra supervivencia: la de los criollos beneficiados de una lucha que, aprobaban, siempre y cuando se mantuviera en el cauce del maquillaje, del simulacro y de la perpetua tradición.
Esos cuyos descendientes persisten en añorar aquel tiempo en el cual el norte estaba arriba porque coincidía con el cielo, espacio del trono superior. Esos que prohíben con el fin de revalorizar el producto a través de la prohibición. Los mismos que todavía no han aprendido la simple lección según la cual mientras más se agache el individuo, más expuesta deja su humanidad a la vista y a los deseos de quien lo incita a agacharse.
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