Dotor, imperactivo, odjeto, sinificado, etc. son algunos ejemplos de palabras que escuchamos cada vez con más frecuencia. Adicionalmente, en uno de los ejercicios semanales del Taller de Escritura Renata, de Cali, la palabra obscuro fue mencionada como una palabra difícil que tiende a reaparecer aquí y acullá de vez en cuando.
A mi, cuando los oigo, en un principio me llaman la atención (y la tensión) con dos efectos simultáneos: el primero, uno semejante al que me genera la desafinación musical; el segundo, un afán difícilmente contenible de corregir en voz alta, detenido solamente por el deseo de no someterme a ser tomado por engreído y mentecato ni de quedar como imagen ligada al farfulleo de una maledicencia desbordada.
Pero hace unos días, ojeando una historia de la lengua española[1], me encontré con información pertinente que me hizo repensar el problema más allá de los simples efectos subjetivos mencionados.
En la historia del castellano, en el siglo XVI, el asunto referido a algunos grupos consonánticos procedentes del latín fue resuelto de un modo que puede ser descrito. La historia nos permite enterarnos, en primer lugar, de la existencia de dos corrientes compuestas por gramáticos y ortógrafos, configuradas alrededor de la constitución de un léxico castellano tomado del latín escrito desde el siglo XV. Las dos corrientes se configuraron así: mientras una era partidaria de adecuar el léxico, tomado del latín escrito, a las constricciones fonotácticas propias del castellano, la otra era partidaria de mantenerlas tal cuales.
La escogencia de una u otra corriente dependía simplemente de las preferencias subjetivas de los escritores, gramáticos y ortógrafos repitamos, y de otras variadas razones que los expertos no han estudiado todavía con detenimiento. Los autores contemporáneos que se detienen en el estudio de este asunto citan ejemplos de la variación en el paso del latín escrito al castellano.
Uno de ellos, Lapesa[2], expone efeto, seta, conceto, acetar, perfeción, solenidad, coluna. Otro, Lloyd[3], añade perfeto, respeto, afición, loción, dino, manífico, sinificar.
Con los gramáticos sucedió algo particular que merece registro. Nebrija en su Gramática llegó a considerar estos grupos de palabras como peregrinos, o sea, extranjeros, siendo más severo aquí que en la Orthographía , en la que incluye y admite docto, perfecto, digno, signo al contrario de lo que había afirmado antes en cuanto a que en magnánimo, benigno, magnífico se escribe la g, ¡pero no se pronuncia![4]
A pesar de la vacilante recomendación nebrijana muchos autores de época persisten en la defensa de la escritura y la pronunciación exacta de lo escrito despojado de la grafía latina. Pronunciar y escribir sinificar, manífico y dino, es defendido por Valdés. Manifico y mananimo aparece defendido en Anón de Lovaina (1559) escribiendo, además sinificar, ditongo y tritongo. (Mejor dicho: que está bien dicho que Hétor se suba al trator con el dotor, el prefeto y el corretor de estilo… si caben…)
Estas preferencias se extienden hasta el siglo XVII, cuando un gramático de apellido Alemán declara que no debe existir dominio alguno de la escritura latina sobre la castellana y, por tanto, debe escribirse y pronunciarse sétimo y rechazarse sin vacilación, exampto, contradictor, escriptura…[5] La independencia del castellano, pues, defendida por un Alemán…
Otro gramático, Ximénez Patón opta en sus preferencias de modo ecléctico: prefiere dotor y dotrina (pero docto), efeto (pero afecto y afectado), precetor, conceto, sinificar, solenidad, etc.
Todo esto lo que demuestra es que en materia de reglas del buen decir, la variabilidad campea en el uso popular y de los doctos (¿los dotos?). Muchos de estos últimos fueron grandes defensores de una pragmática (¿pramática?) simplificación, mientras que otros preceptistas (¿precetistas?) se mantuvieron adeptos (¿adetos?) al uso de la grafía y de la pronunciación compleja, forma de supervivencia del latín en el castellano, tara infame y estorbosa para los primeros.
En lo que a mi respecta, esta lectura tuvo alcance de acceso a una verdad que, por lo pronto, me liberó del afán de corregir la pronunciación que asimilo a desafinada, que hablando del modo referido y sin saberlo, se muestra partidaria de las opiniones de Valdés, Anón de Lovaina y Correas, verdaderas autoridades gramaticales y ortográficas de la época, capaces de hacer vacilar al mismo Nebrija. No sé qué investigación deba llevar a cabo para liberarme del efecto molesto con la sensación de desafinación que me aparece cuando oigo decir oíste dotor ¿para cuándo es que´s el esamen?
También el asunto del tuteo me llevó a investigar. Estos son otros tiempos, las normas de cortesía han cambiado mucho; aunque no me parece fastidioso el tuteo por parte de los estudiantes, no deja de asombrarme que el asunto tuvo sus visos de grave contravención a las normas, sobretodo en época de la colonia.
En efecto (¿en efeto?), escribe José Luis Rivarola en el capítulo 31 de la obra ya mencionada[6] titulado “La difusión del español en el Nuevo Mundo”, lo siguiente:
“(…) ilustrativa es la historia de otro uso diatópicamente marcado de época algo más tardía y que también se impuso en América de modo general, aunque dejando ciertos resquicios al uso alternativo. Me refiero a ustedes como forma única, o casi única, para el plural de la segunda persona, pero que admite un empleo restringido y modificado de vosotros en ciertos contextos enfáticos y solemnes, es decir, justamente con un valor deferencial muy marcado. Como se sabe, originariamente vuestra merced, antecedente formal de usted, fue ocupando ya desde el s. XVI el lugar de un vos parcialmente desvalorizado como forma deferencial y que, consecuentemente, se acercaba, con matices, al lugar del tú en la pragmática no deferencial. Surgió así un sistema básicamente de dos grados en el singular, al margen de que la evolución en América se fuese decantando por tú o por vos (y aun de modo no necesariamente excluyente): de esta última cuestión, de por sí compleja, no trataré ahora aunque recordaré, sí, que, en general, la victoria de usted es la victoria de una nueva forma deferencial sobre otra antigua, vos, que desapareció del todo o que, en algunas regiones americanas, desplazó totalmente (con una cronología que aún debe ser establecida) a tú o compartió con tú el espacio de la intimidad” .
Esa desvalorización mencionada tiene varios ejemplos de consecuencias inmediatas en la vida de la colonia. Como sucedió con un individuo limeño llamado Diego Salinas (1558-1595), el primer doctor graduado de la Universidad de San Marcos, que fue apresado y torturado por el virrey Conde Villar. La razón de la tortura –practicada directamente por el virrey- no era otra que la de obligarlo a confesar haber “llamado de vos” al fiscal en un juicio, “contra la costumbre y buen estilo”[7].
Así pues y por ejemplo, el tuteo de los estudiantes hacia los profesores deberíamos tomarlo como la resonancia en el presente de los primeros arrebatos independentistas en la colonia y no como deficiencia en la gramática de la urbanidad y mucho menos pronunciación espuria. Es más cómodo ser tratado como igual que como Virrey, individuo este perteneciente a ese grupo tan proclive a terminar sus días o degollado o envenenado o ahorcado o guillotinado, cuando la salvación del pueblo lo determina.
Santiago de Cali, noviembre 25 de 2009.
[1] Cano, R. (Coord.) Historia de la lengua española, Liberdúplex, S. L., Barcelona, 2004
[2] Lapesa, R. Historia de la lengua española, Gredos, Madrid, 1981. En Cano, R. Op. Cit., p. 390
[3] Lloyd, P. M. Del latín al español, Gredos, Madrid, 1993. En Cano, R., Op. Cit., pp. 557-559
[4] Cano, R. Op. cit., p. 852
[5] Ibid., p. 852
[6] Cano, R. Op. Cit. Pp. 799-823
[7] Holguín Callo, O. Poder, corrupción y tortura en el Perú de Felipe II. Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima, 2002. En: Cano, R. Op. Cit. p. 805, nota 27.
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