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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

EDGAR ALLAN POE Y EL HORIZONTE DE SU TIEMPO

UN CONTEXTO PARA UNA OBRA

EDGAR ALLAN POE Y EL HORIZONTE DE SU TIEMPO




Una obra que se redacta en función de la última línea: así es descrita, por algunos críticos, la obra de Edgar Allan Poe, nacido en Boston y muerto en Baltimore, los años 1809 y 1849 respectivamente.  Apenas cuarenta años de vida durante los cuales el matrimonio con su prima Virginia Clemm, de trece años, poco sirvió para curar la neurosis y  la dipsomanía.  Lucidez, sensibilidad, inteligencia y capacidad poéticas son otros adjetivos aplicados a su obra.  (Advertencia: una guerra, una quiebra económica y un mal matrimonio se han probado, a decir de Freud, incuestionables remedios para ciertas neurosis).

En buena parte de su producción literaria se extienden los dos elementos con los cuales redactó su obra El Cuervo: partir de la Belleza empleando el tono de la melancolía.  Objetivo: lograr un buen efecto psicológico.  Dosificación: un centenar de versos.  El estribillo, ingrediente indispensable, pero con la limitación de una homofonía restringida al inglés: nevermore, nevermore, nevermore…, imposible de imitar en un español que apenas sí balbucea un nunca más…  Rotundo, lúgubre, breve, pero en inglés.

Suele olvidarse que en su Filosofía de la Composición, Edgar Allan Poe se toma una atribución que resulta contestataria con el espíritu de la época en la que vivió.  En efecto, antes de que Nueva Inglaterra viera nacer a un movimiento literario coherente a la manera de movimiento, la tradición conspiraba contra ello toda vez que no era propicia a la libertad de creación.  Para los puritanos protestantes, la única palabra válida estaba contenida en la Biblia, y todo adorno literario no significaba otra cosa que exceso pecaminoso, apenas imitación del apego al boato y a lo florido de la iglesia romana.  Toda inspiración no podía ser otra cosa que adorno innecesario. Solamente en el siglo XVIII se puede establecer el tiempo en el cual toda esa persecución inmisericorde topará con un límite que si bien ha sabido contenerla no ha podido impedir que se mantenga nutrida de toda la parafernalia reaccionaria que se encarga de hacerla sobrevivir.  La fuerte reacción antiesclavista de los estados del norte, que condujo a la llamada Guerra de Secesión, había estado precedida de una historia cultural que involucra a la ciudad de Boston, capital del estado de Massachusetts, como responsable de los primeros núcleos de oposición al esclavismo.  Allí, desde 1636, nació la Universidad de Harvard y en 1704 se fundó el primer periódico de la América bajo dominio inglés.  El área de influencia de estos acontecimientos condujo a la creación de los primeros movimientos culturales autóctonos, de los cuales sobresalen personajes tales como Nathaniel Hawthorne, Edgar Allan Poe y Henry Wadsworth Logfellow.

Es a este gran movimiento revolucionario al que le toca enfrentar la tradición ya mencionada que confería a la literatura apenas el papel de instrumento para la difusión de las ideas religiosas. 

Una Filosofía de la Composición no puede ser considerada sino como un gran atrevimiento laico contra el poder de la persecución religiosa puritana, que encontraba en ello la repetición de la herejía que debía ser derrotada a como diera lugar.  Poe, no deja de perseguir fines determinados, pero no serán la moral ni las buenas costumbres las que ocupen su lugar.  Se tratará más bien de explorar los abismos menos sospechados del alma humana, su psicología si se quiere pensar. 

Sus cuentos destacan sobre su poesía.  O bien los hechos, o bien la intención poética, pueden considerarse indicadores de lo que predomina en cada uno de ellos.  Para los primeros hay suficientes ejemplos, mencionemos apenas “Los hechos sobre el caso de M Valdemar”, para los segundos “El hundimiento de la casa Usher”. 

Pero de todos sus cuentos sobresalen aquellos que anteceden al género de la novela policíaca y, en particular, un personaje que como Auguste Dupin se convierte en el arquetipo de todos los investigadores de la novela de misterio. 

Lo gótico y lo romántico son ingredientes necesarios del tono melancólico que el autor parece emplear deliberadamente, sumiso monaguillo de una religión privada que tiene por evangelio supremo la fatalidad.  Del personaje al espectro hay pocos centímetros, por decirlo de algún modo, en la cuentística de Poe.  Sin embargo a Poe no se lo puede considerar romántico sino todo lo contrario: los personajes románticos son actores de una decisión que apuesta por la pasión, en cambio, en Poe, ya lo señalamos, están condenados a la fatalidad.  En tal sentido es anti-romántico, pero no solo por ello, sino también porque abjuraba completamente de la inspiración.  Su certidumbre era la apuesta por la planeación, la programación, la elaboración guiada por una ciencia más cercana de la razón que del corazón.  No obstante en su soneto “A la Ciencia”, no deja de hacer toda clase de diatribas a esta por la puesta en peligro de desaparición el mundo fabuloso y mágico del poeta.  Escribir, para Poe, podemos asegurarlo, es cuestión de método.  Las palabras de Julio Cortázar vienen al dedillo, en este instante: “Es lícito sospechar, a la luz de un análisis global de impulsos y propósitos, que la relojería de El cuervo nace de la pasión más que de la razón, y que, como en todo poeta, la inteligencia es allí auxiliar de lo otro, de eso innombrable que ‘se agita en las profundidades’, como sintió Rimbaud” (Cfr: J. Cortázar: “Introducción a las Obras en Prosa de Poe”. Madrid.  1965)

Un año antes de nacer Poe, se produce la Prohibición del comercio con esclavos y ocurre una gran batalla, al de Lago Este.  Cuando cuenta con seis años, Jackson se apodera de la Florida.  Entre 1831-1833, Poe escribe: Israfel y A Helena (1831), Metzgerstein (1832) y Manuscrito hallado en una botella (1833), es decir mientras cumple 22, 23 y 24 años.  Lo significativo es que se considera 1831 el año del comienzo del abolicionismo.  Después vendrán las anexiones de Texas a la Unión (1845) y el inicio de la fiebre del oro en California un año antes de la muerte de Poe. 

Tiempos difíciles, pues, también le tocaron a Poe y sobre todo, tiempos en los cuales había que decidir en si dar el brazo a torcer en beneficio de una tradición reaccionaria que tan pronto bendecía la esclavitud como vituperaba de la libertad de pensamiento o si había que aferrarse a los indicadores de su respectivo horizonte, el horizonte de una época que, como la nuestra, mantiene invicta la obligación por tomar partido entre las dos opciones. 

 


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