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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

"EL SICILIANO", DE MARIO PUZO

EL SICILIANO, DE MARIO PUZO

AHORA es ENTRE LOS RESQUICIOS


Eduardo Botero


“Los jefes de la Mafia, o los ‘amigos de los amigos’ tal como ellos mismos se llamaban, jefes de los pequeños clanes locales de las muchas aldeas de Sicilia, acudían vestidos con sus mejores galas para defender la causa de alumnos que eran hijos o parientes de amigos o de acaudalados terratenientes y que estaban fracasando en sus estudios universitarios y no podían conseguir el título a no ser que se adoptaran enérgicas medidas.  Porque aquellos títulos eran de la mayor importancia.  ¿De qué otro modo se hubieran podido librar las familias de los hijos que carecían de ambición, talento e inteligencia?  Los padres habrían tenido que mantenerlos toda la vida.  En cambio, con un título, con un trozo de pergamino de la Universidad, aquellos inútiles podían convertirse en profesores, médicos, miembros del Parlamento o, en el peor de los casos, funcionarios de la administración del Estado”.

Mario Puzo, El Siciliano.

CIAO SICILIA

Michael Corleone, días antes de regresar a los Estados Unidos después de haber pasado escondido en Sicilia durante tres años  mientras se resolvía el asunto del asesinato que cometió para vengar a quienes habían atentado contra su padre, recibe de este la orden de garantizar consigo la fuga de Turi Giuliano hacia Norteamérica junto con su joven y embarazada esposa.

Contra la Mafia siciliana, contra el Estado Italiano, contra la Iglesia Católica y contra los ricos, Turi Giuliano se había levantado en armas y había formado una guerrilla en Sicilia que supo mantener a raya a esa siniestra alianza, también entonces fácilmente escotomizada por los mismos interesados en hacer creer que no existía. 

Dedicado a robar a los ricos y repartir entre los pobres, se hizo a un nombre de prestigio entre ellos que contribuyó en buena medida a garantizarle su supervivencia durante aproximadamente siete años.  Turi Giuliano no era el mafioso siciliano que se enriquecía extorsionando igualmente a ricos y a pobres y cobrando a los primeros gruesas sumas de dinero, regularmente, con el fin de protegerlos contra las ocasionales muestras de insubordinación de los segundos, asegurándose de conseguir todas las pruebas necesarias para pasarlas, después, cuando las circunstancias fuesen desfavorables, como costosas cuentas de cobro, mediante la publicación de las mismas, servicio al que, también entonces, se prestaba el periodismo que igualmente se negaba a profundizar en las cosas tal como les enseñan en las universidades a hacer antes de que los dueños de los medios les complementen la lección enseñándoles a guardar silencio o, por lo menos, a saber usar, a conveniencia, la información.

Turi Giuliano supo sobrevivir, como guerrillero, mientras se mantuvo invicta su decisión a enfrentar al establecimiento.  Tan pronto quiso negociar su libertad para el futuro, cuando comenzó a tranzar con el capo siciliano que manejaba las relaciones con Roma, con el Estado, con la Iglesia y con la Mafia, fue cuando comenzó a cometer errores, entre otros, el de actuar como gancho ciego en la masacre cometida contra los manifestantes del Partido Socialista, en unos festejos de 1º de Mayo, cuando dos de sus hombres desobedecieron la orden de hacer disparos al aire y apuntaron sus fusiles contra la multitud que se encontraba reunida.  Imbuido del espíritu católico que veía en el comunismo un a amenaza severa contra los sagrados valores occidentales, y necesitado de un pacto que le proveyera de un reingreso en la sociedad libre de imputaciones y de juicios, Turi Giuliano vio derrumbar su proyecto revolucionario en cuestión de días. 

Durante las negociaciones secretas, en las que desempeñó un papel fundamental su segundo al mando, Pisciota, ambos se hicieron a cualquier cantidad de documentos secretos, de promesas redactadas que prometían convertirse en pruebas suficientes como para poner a tambalear la Democracia Cristiana italiana.  El acervo documental era denominado El Testamento, que fue en últimas lo que le explicaba a Michael Corleone el porqué el interés de su padre por conseguir la fuga de Giuliano hacia Norteamérica. 

Las cosas transcurren de tal modo que Michael se hace a El Testamento pero no logra impedir que Pisciota, amenazado habiendo quedado fuera de lo pactado con los Corleone, valido apenas de una tímida promesa del jefe mafioso de Sicilia, asesine a su primo y amigo, Turi Giuliano. Así El Padrino se hace a un documento que le permitirá incidir eficazmente en el desarrollo de los acontecimientos futuros de Italia y del mundo, absolutamente eximido del fracaso por conseguir la liberación de Giuliano, aunque si la de su esposa embarazada.

DOS TIEMPOS SIMULTÁNEOS

La narración incluye dos temporalidades simultáneamente, a la manera de cualquier memoria que sepa apelar a una narrativa, habiéndose liberado eficazmente de quedar presa en el mero registro anecdótico.  Una temporalidad de escasos dos, tres días, referida a las gestiones que realiza Michael Corleone para encontrarse con Giuliano y embarcarlo hacia Norteamérica.  La otra temporalidad, la que cuenta el origen y la evolución guerrillera de Giuliano, hijo de un antiguo colaborador de El Padrino en Estados Unidos, que se había regresado a Italia dueño de un significativo capital que se desvalorizó completamente durante el régimen fascista de Benito Mussolini y la guerra.

La primera temporalidad nos sitúa en el instante que se vuelve acontecimiento cuando ocurre el desenlace parcialmente fallido.  La novela se inaugura fabricando una intriga, formulada a través del pensamiento de Michael: ¿qué explica el interés de su padre, Don Vito Corleone, por Turi Giuliano, un guerrillero siciliano?  Las reuniones de rigor para efectos de cumplir con el encargo de su padre las realiza con el mafioso también  amo en Sicilia,   Don Croce, con Pisciota el primo hermano de Salvatore “Turi” Giuliano, segundo al mando de la banda guerrillera, con el hermano de Don Croce, el padre Benjamino, Andolini  que es una especie de agente doble entre Don Croce y Giuliano, el inspector Velardi que actúa ilegalmente al servicio de Don Croce y formalmente del primer ministro italiano.  Las intrigas apenas se insinúan, será el desarrollo de la novela, la otra temporalidad, que vendrá descifrar el sentido de ellas de una manera verdaderamente magistral. 

Los nexos entre las dos temporalidades están puestos allí para que el lector atento vaya fabricándolos de tal manera que redunden en beneficio no solamente de la comprensión sino del goce estético que representa toda aclaración de la verdad cuando se está dispuesto a reconocerla. 

Al final reconocemos el modo en que Michael se explica el interés de su padre en aquel bandido del que Michael había tenido noticias durante su refugio en Sicilia. 

Todavía estamos relativamente lejos del futuro que conoceremos en la saga de El Padrino y que, conocida esta novela El Siciliano, reclama nueva lectura: se trata de la condecoración que Michael recibirá por parte del Papa Juan Pablo I, como gran Caballero de una de las órdenes más prestigiosas del Vaticano.  Estando en medio de este nuevo acontecimiento se conocerá que en la cúspide del catolicismo las discrepancias tienden a resolverse de manera radical: la muerte de Juan Pablo I, con apenas 33 días de ejercicio de pontificado, aparentemente sobredosificado con el digitálico que le habían prescrito los médicos, le revelará a Michael Corleone una oportunidad sin igual para reflexionar acerca de la distribución legal e ilegal del Bien y del Mal y su respectivo posicionamiento y el de su familia  en este verdadero intercambio osmótico entre lo que aparenta ser legal y lo que se supone ilegítimo. 
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Estamos ante una tercera temporalidad, de la que ya Mario Puzo nos había puesto al tanto en la saga de El Padrino entregándonos el testimonio de aquella audiencia concedida a Michael por el Papa y en la cual aquel le recuerda que “cuando el alma calla, el cuerpo habla”.  Metáforas al vuelo, también el cuerpo social debe tomarse como aludido, siempre y cuando por silencio del alma se tome el horror por la verdad.  “Los sicilianos tenían horror a la verdad.  Los tiranos y los inquisidores los habían torturado a lo largo de miles de años, exigiéndoles la verdad.  El Gobierno de Roma, con sus disposiciones legales, pedía la verdad.  El sacerdote en el confesionario, amenazándoles con las penas eternas del infierno, intentaba averiguar la verdad.  Pero la verdad era una fuente de poder, un instrumento de dominación, ¿porqué iban a regalarla sin más?” (El Siciliano, p.27). 

En el afán por conseguir una legitimidad que reconozca los buenos oficios prestados a la causa de la manutención de un establecimiento que a todas luces favorece las empresas proveedoras de riqueza, y las del narcotráfico sí que lo son, ruedan muchas cabezas por el camino, cabezas las más de las veces pertenecientes a los encargados exclusivamente del trabajo sucio, por llamarlo de alguna manera.  Lo que se oculta a la verdad y que se expresa en la descomposición del cuerpo social, es que tarde o temprano los más poderosos de la empresa criminal terminan accediendo al manejo del poder, dentro del cual la consecución del manejo del gobierno apenas constituye un eslabón. 

En poder de El Testamento de Turi Giuliano, la familia Corleone está en condición de extender su dominio más allá de Sicilia hasta Roma, la condecoración Vaticana apenas es parte de la rúbrica del dominio sobre el gobierno italiano.  Después de la segunda guerra mundial, los italianos creyeron que contando con 63 partidos distintos podrían evitar la hegemonía de cualquiera de ellos.  No fue así y de hecho, bastaron treinta años para que emergiera hegemónico en el gobierno uno de ellos a través de la figura de  Silvio Berlusconi.

Si alguien sospechaba que en la saga de El Padrino, flaqueaba la verosimilitud acerca del porqué de la legitimación vaticana a la descendencia mafiosa de Don Vito Corleone, esta novela El Siciliano, del mismo autor, hace las veces de prueba suficiente y satisfactoria.  Un revolucionario espontáneo, no marxista, que termina prestándoles un especial favor a los mafiosos que habían empleado antes a su padre, violando su personal mandato ético de solamente servir a los pobres. La verdad siempre se mueve entre los resquicios y, como el agua, corre buscando siempre el centro de gravedad de la tierra.

El tercer tiempo es el que hace las veces de víspera del actual, cuarto tiempo posible hasta la estridencia de la locura transformada en réplica de la catedral de Milán en el rostro del mandatario italiano: pero esto nos aleja bastante de la novela y es preciso dejarle aquí.

AMERICAN WAY ON LIFE

Oh, América: la leyenda que nutre tus noches estrelladas te revela tierra de promisión, lugar en que el trabajo enriquece y permite el ascenso social, paraíso posible, emblema sin fintas ni trampas, posibilidad real para una salvación que no ponga por condición previa y necesaria a la muerte.  Dejas asediarte por la envidia del resto del mundo mientras extraes hasta la última gota de sudor de quienes llegan hasta ti confiados en tus bondades.  Persigues, encarcelas o matas, a los mismos que te proveen de las pócimas con las que tus más encumbrados hombres procuran exiliarse artificialmente de una realidad hace rato mortecina de unas vidas robotizadas e inanes.  Dominas el arte que consiste en perfumar bollos y presentarlos como exquisitos manjares.  Y sin embargo, con todo y eso, tal vez en ninguna otra parte de la tierra los hombres conocerán de una cultura capaz de hacer al mismo tiempo la arquitectura de las más variadas fantasías, hermosas, siniestras o irrisorias, de la mentalidad infantil.  Infantil es aquel motor que mueve todas las poleas, visibles e invisibles, de tu humanidad entera: esa original alquimia que fue capaz de convertir el tiempo en oro.  

Mario Puzo se las trae al respecto, no tanto en tono de denuncia como sí haciendo aséptica descripción valido ya de su propia madurez.  “Cuando el ejército norteamericano invadió Sicilia en julio de 1943, Don Croce le tendió la mano.  ¿Acaso no había en aquel ejército invasor muchos sicilianos, hijos de inmigrantes?  ¿Tenía un siciliano que luchar contra otro a favor de los alemanes?” (El Siciliano, pág. 120)

A Don Croce no le eran indispensables los elogios que los militares americanos le hicieran en razón de  servicios prestados.  Don Croce era, él mismo, un enorme vientre, necesitado de algo más que de elogios.  Los americanos llegaron con su ayuda en la forma de alimentos para los sicilianos afectados con la guerra.  “…de este modo, aquellos camiones norteamericanos abarrotados y sus conductores dotados de pases oficiales firmados por el coronel, empezaron a dirigirse a otros destinos, señalados por Don Croce, descargando después la mercancía en los almacenes que el propio Don Croce tenía en pequeñas localidades como Montelepre, Villalba y Partinico. Tras lo cual, Don Croce y sus compinches la vendían en el floreciente mercado negro a precios cincuenta veces superiores a los oficiales”. (El Siciliano, p. 122). 

Como Manuel Machado, Mario Puzo sabe que se miente más por falta de fantasía, que también la verdad se inventa.  La leyenda que los miserables sicilianos se hicieron de la bondad y la generosidad americanas no se inaugura en este tiempo, es tan antigua como la humanidad misma que, desde la carencia, sabe representarse la bondad allí donde ha sido suplida.  Interesados en el control global, los americanos se hicieron de la vista gorda conociendo el destino que Don Croce daba a sus donaciones y, tratándose de esta nueva oportunidad para dar ejemplo de en qué consiste la habilidad de perfumar  un bollo, eran capaces de combinar perfectamente su ceguera deliberada con altos elogios dirigidos al hampón que su retórica etiquetaba como excelso prohombre.  Así en las terceras y cuartas temporalidades ya aludidas: así el panameño Noguera, así el iraquí Husseim, así el congolés Mobutu, así el… Bueno, se trata de otra saga, se oyen apuestas.

Kissinger decía que era más difícil ser amigo de los americanos que enemigo declarado suyo.  La perspectiva en la que se pierden muchos de los hampones que creen obtener respetabilidad transando con los americanos es la que le impide reconocer que están tratando con una versión del hombre-niño que fantaseaba  Diderot cuando decía que si un individuo nacía de 30 años de edad, de inmediato asesinaría a su padre y yacería con su madre.

Don Croce era un verdadero escéptico con respecto de la leyenda que sus sometidos y pasivos paisanos se hacían de los americanos.  El, también un hombre-niño, reducido simplemente a la condición de vientre voraz, sabía que los americanos sabían lo que él hacía con sus donaciones: pero sabía también que estaban complacidos comprando simultáneamente aprecio de los sicilianos y colaboración eficaz de sus amos, para mayor gloria de su imperio.

NADIE SABE PARA QUIEN TRABAJA

Salvatore “Turi” Giuliano muere tal vez sin enterarse siquiera de la traición de su primo.  Pero es que Giuliano mismo en cierta medida ya lo había traicionado pues no lo incluía en sus planes de hacerse a una vida respetable en Norteamérica. 

La novela, desde un principio, trae un personaje a cuento y que va a ser una especie de Simón Rodríguez de Turi Giuliano, Hector Adonis.  Profesor de Historia y Literatura en la Universidad de Palermo, se caracterizaba por combinar su inteligencia con una estatura extremadamente corta que llevaba a sus colegas a concederle menos respeto que el debido. 

Gozaba de alta estima por parte del rector de la Universidad, porque siempre acudía presto en su ayuda cuando uno de los muchos jefes mafiosos se presentaba para interceder por algún estudiante reprobado y amenazaba con tomar drásticas medidas en contra del profesor que lo había rajado.  Entonces a Hector Adonis le correspondía la tarea de llamar al profesor y convencerlo de la inutilidad de su apego a la norma académica y le ofrece alternativas de rectificación que procuren mantener intacta la dignidad del docente y satisfacer la “petición” del mafioso.  Todo un arte de resolución pacífica de conflictos es el que posee el profesor y es a la par tutor del Turi Giuliano cuando este todavía no se ha lanzado a su guerra de guerrillas en las montañas de Montelepre. 

Su gestión de componedor lo hizo notable ante los ojos de Don Croce, una vez que este fue a interceder a favor de un sobrino suyo que quería ser médico y de quien su profesor de Cirugía, el profesor Nattore, había considerado que no cumplía con los requisitos necesarios para aprobar.  Don Croce habló: “ –Yo soy un analfabeto, pero nadie puede decir que no he tenido éxito en el mundo de los negocios –desde luego, pensó Hector Adonis, un hombre que podía sobornar a ministros, decretar asesinatos y aterrorizar a los tenderos y a los fabricantes, no tenía por qué saber leer e escribir.  Don Croce añadió: –Yo  me he abierto camino a base de experiencia.  ¿Por qué no podría hacer lo mismo mi sobrino? Mi pobre hermana se moriría de pena si su hijo no pudiera anteponer el título de doctor a su apellido.  Es una auténtica cristiana y quiere ayudar al mundo” (El Siciliano, p. 51).

No le bastaba con esto.  Impostaba su voz, se revelaba histriónicamente suplicante el más poderoso de los mafiosos de Sicilia ante un simple profesor de Cirugía: “–¿Qué daño puede hacer mi sobrino?  Yo le buscaré un cargo gubernamental en el ejército, o en algún hospital católico para ancianos.  Él les acariciará la mano y escuchará sus inquietudes.  Es muy cariñoso, los viejos estarán encantados con él.  ¿Qué es lo que pido?  Que se revuelvan un poco los papeles que suelen revolverse aquí. (Miró a su alrededor, contemplando con desprecio los libros que cubrían las paredes)”. (pp. 51-2).

El profesor Nattore insistió que era imposible aprobar a quien “no entiende nada de anatomía.  Descuartizó un cadáver como si estuviera trinchando un cordero para el asador.  Se salta casi todas las clases, no se prepara para las pruebas y entra en la sala de quirófano como si acudiera a un baile.  Reconozco que tiene un trato agradable y que es simpático a más no poder.  Pero estamos hablando de un hombre que un día entrará en un cuerpo humano con un bisturí” (p.52).

Hector Adonis, entreviendo un molesto destino cadavérico en el profesor Nattore hizo gala de sus cualidades e intervino del modo más favorable para ambas partes: “– Su sobrino recibirá un aprobado para que pueda convertirse en médico, no en cirujano.  Diremos que tiene demasiado buen corazón para el escalpelo”. (p. 53)

Después de que Don Croce se marchara agradecido y fulminando con su mirada al profesor que había osado desafiarlo, Hector Adonis se dirige a este y le aconseja que cuanto antes se marche a ejercer su profesión en Roma y el siguiente diálogo muestra el talante componedor de este buen hombre Hector Adonis:
-       Usted, mi querido colega, tendrá que dejar su puesto de profesor en la Universidad e irse a ejercer su profesión en Roma.

-       ¿Está usted loco? –replicó Nattore enojado.


-       No tanto como usted –dijo Adonis-.  Insisto en que cene conmigo esta noche y yo le explicaré por qué nuestra Sicilia no es el paraíso terrenal.

-       Pero ¿por qué tengo que marcharme? –protestó el doctor Nattore.


-       Le ha dado usted un “no” a Don Croce Malo.  Sicilia no es suficientemente grande para albergarles a los dos.

-       ¡Pero él se ha salido con la suya! –gritó Nattore desesperado-. El sobrino será médico.  Usted y el rector le han aprobado.


-       Pero usted, no –dijo Adonis-.  Lo hemos aprobado para salvarle a usted la vida.  Pese a ello, usted es ahora un hombre marcado.(pp. 53-4)

Hector Adonis, ya se ha mencionado, era mentor de Turi Giuliano.  No era un erudito, en el sentido que suele darse a este calificativo que, desde un punto de vista estrictamente intelectual no es propiamente tanto cualidad como si afectación.  El erudito en realidad es un coleccionista de libros, como bien lo podría ser de estampillas o de cajitas de fósforos.  Cuando en una sola persona se confunden erudición y escritura, es cuando nos enfrentamos a esa literatura afectada repleta de citas y de autores y cuya lectura nos deja ese sinsabor que consiste en no saber si el escritor lo que quería era hacer una narración o demostrarnos cuán inteligente y cuán leído es.  En materia de posesión de libros es más un bibliómano que un bibliófilo, y se hace al lucimiento de estos del mismo modo que un iletrado se hace a autos lujosos, mansiones ostentosas y mujeres despampanantes.  Hay demasiadas cosas que un ser humano puede hacer para compensarse por los defectos que la naturaleza produjo en los tamaños de sus prolongaciones corporales.  “Carro grande, pito pequeño”, solía repetir la sabiduría popular cuando estaba menos deseosa de convertirse en langosta de los bazares del comercio. 

Sabio, antes que erudito, pues, Hector Adonis hacía las veces de tutor de un Giuliano al que esperaba se matriculara en la Universidad para introducir un poco de aire en el irrespirable ambiente copado por los protegidos de los mafiosos, hombres y mujeres que sus familias enviaban allí para librarse del tormento que representaba sostenerlos de por vida ya que había, demostrado una ineptitud absoluta para la vida, carentes de ambición e inteligencia y, por tanto, necesitados de suplir todas sus desgraciadas falencias con cartones de graduación.  Por inteligente Hector Adonis pudo intuir en la persona de Salvatore Giuliano a un ser capaz de equilibrar las dosis de racionalidad y sensibilidad necesarias para hacerse a un pensamiento inteligente.

Esta aspiración quedó trunca después de que, forzado por la persecución del ejército oficial italiano destinada a perseguir a pequeños contrabandistas a la par que a proteger a los más grandes como Don Croce, Turi Giuliano tuvo que “enmontarse” pues, en defensa propia y al tiempo que caía mal herido, contó con la puntería del moribundo después de disparar contra su agresor.  Sindicado ya por haber matado a un agente del orden, la vida de Giuliano dio un vuelco total que se acrecentó después de que las autoridades italianas intentaron revancha con la humanidad de su familia, proceder que ha resultado habitualmente vergonzoso hasta para los más criminales mafiosos italianos. 

Durante su estadía en el monte, Hector Adonis continúa llevando libros a las guaridas de Turi Giuliano y tomándose todo el tiempo en satisfacer con respuestas las preguntas que este le hacía después de haber leído alguno de los libros.  Simultáneamente Hector Adonis era hombre de confianza de Don Croce y en algún momento del tiempo transcurrido entre 1943 y 1950, Don Croce llegó a creer que su profesor iba a lograr colocar a Giuliano en la cadena de mando del mafioso. 

Hector Adonis había visto crecer a Giuliano y a su primo Aspanu Pisciota y había sido testigo privilegiado del profundo amor que copaba la amistad de aquellos dos primos.  Fue Pisciota quien le salvó la vida a su primo, en el incidente con las fuerzas del orden, conduciéndolo herido de muerte hasta el monasterio en donde pudo recuperarse gracias a la complicidad del abad y a los buenos oficios de un médico competente, muy seguramente otro distinto al sobrino de Don Croce. 

La influencia de Adonis sobre Giuliano comenzó a edad muy temprana de ellos: “Hector Adonis recordó un día de verano de hacía mucho tiempo, un día muy parecido a aquél, cuando Turi y Aspanu no debían de tener más allá de ocho años.  Estaban sentados en los pastizales que había entre la casa de los Giuliano y el pie de la montaña, esperando la hora de la cena. Hector Adonis le había llevado a Turi un paquete de libros.  Uno de ellos era el Cantar de Roldán, y Adonis se lo empezó a leer a los chicos” (p.131).  Se trataba del famoso poema que era muy apreciado por los sicilianos y que a los analfabetos encantaba escuchar.  Tema principal en muchos teatrinos de marionetas que recorrían Europa.  El tema está presentado a manera de síntesis por Mario Puzo así: “Los dos grandes paladines de Carlomagno matan a gran número de sarracenos, protegiendo la retirada del emperador a Francia.  Adonis les contó que ambos murieron juntos en la gran batalla de Roncesvalles, que Oliveros le suplicó tres veces a Roldán que hiciera sonar el cuerno, para que regresara el ejército de Carlomagno, y que Roldán se negó a hacerlo por orgullo.  Y después, cuando los sarracenos cayeron sobre ellos, Roldán hizo sonar el cuerno, pero ya era tarde.  Al regresar Carlomagno para rescatarles y encontrar sus cadáveres entre millares de musulmanes muertos, se arranca, desesperado, las barbas”. (p. 131)

En lo que no acertó Hector Adonis fue en el pronóstico acerca de quien sería el que mandaría cuando aquellos dos chicos se hicieran adultos.  Ya “enmontados”, tuvo la inteligencia para reconocer su desacierto.  “Ya de niño, Pisciota daba muestras de gran astucia y sentido práctico.  Giuliano, por el contrario, creía generosamente en la bondad del hombre y se enorgullecía de su propia sinceridad y honradez.  Hector Adonis pensaba a menudo que Pisciota sería el que mandara cuando fueran mayores, y que Giuliano estaría a sus órdenes.  Pero se equivocaba.  Creer en la propia virtud es mucho más peligroso que creer en la propia astucia”. (p.132)













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