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E. BOTERO T.

lunes, 20 de septiembre de 2010

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE OSCAR ESPINOSA: "BREVE MANUAL DE TEORÍAS FREUDIANAS"


DISCURSO DE PRESENTACIÓN EN EL ACTO DE LANZAMIENTO
JULIO 29 DE 2010
CENTRO CULTURAL COMFANDI


Buenas noches. 

Reunirnos para celebrar  el nacimiento de un libro, a la par que al festejo, nos incita a poner en el límite del acontecimiento una cierta dosis de  meditación reflexiva. 

Oscar Espinosa Restrepo nos ofrece hoy su libro, con el concurso del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Libre coordinado por el Doctor Mauricio Moreno, a través de su Dirección Seccional de Investigaciones y de su Departamento de Publicaciones y Comunicaciones dirigido por nuestra querida amiga María Fernanda Jaramillo González la que, una vez más, nos ha demostrado el poder y la eficacia de su trabajo editorial.

Quisiera referirme en primer lugar al contexto de una práctica que denominaremos campo “psi” para aproximar una cierta consistencia que justifique estas palabras como procedentes del logos màs que de una iatreia, esto es de la sola práctica.  Un logos sobre el contexto de las prácticas múltiples que hacen parte del campo “psi” (psiquiatria, psicología, psicoterapia, psicofármacia, psicogeriatría, etc. pero también en cierta medida el psicoanálisis) nos revela el panorama del ejercicio absolutamente atado a intereses ajenos a los propios profesionales que lo configuran. 

Así, cobijados por la hegemonía del capital financiero verdadero promotor y beneficiario de la conversión de la salud como derecho ciudadano en otra mercancía más de las que circulan en el dispositivo del capitalismo, la práctica de dos expresiones significativas, la psicoterapia y la psicofarmacia, les han sido sustraídas, cada vez más a los profesionales que las realizan, imponiéndose como sustitutos etèreos y fantasmales, los protocolos de atención psicoterapéutica y los laboratorios farmacéuticos. 

Los patrones que rigen la reglamentación de la práctica psicoterapéutica proceden ya no de la presentación sustentada de sus ejecutores, sino de las necesidades de minimizar costos para maximizar utilidades de las compañìas privadas que ofertan el servicio.  Se instauran como trazadores de la operación, ideales tales como la reducción  de sesiones con los pacientes tanto en número como en tiempo, al punto de que una buena práctica psi, hoy, es aquella que se posiciona citando a los pacientes cada tres meses.  

Mientras tanto, un gran silencio con respecto de la teoría que está en juego con respecto de la justificación de un proceder psicoterapéutico determinado.

Por el lado de la psicofarmacoterapia, la evidencia más contundente la reporta el descuido con el estudio de las bases farmacológicas de la terapéutica y su reemplazo por la repetición acrítica e interesada de la retórica vacìa que se le escucha al visitador del laboratorio que te hace saber cuánto logra conocer de qué tan fiel eres a los productos de la compañía que él agencia y te premia y castiga según tu desempeño al respecto.

Estímulo/respuesta, acción/reacción, reflejos, etc. configuran las categorías que convierten al profesional de la psicoterapia o de la psicofarmacia no propiamente en cobaya sujeto a la experimentación sino en individuo obligado a aceptar un amaestramiento  cuya resistencia paga con la puesta en riesgo de su supervivencia. 

En un contexto de esta naturaleza, cuya apretada síntesis arriesga la calificación de reduccionismo, el peso de la meditación reflexiva, de la pregunta permanente por la episteme y la disposición a impedir el desalojo de la teoría en el transcurrir de la práctica cotidiana son verdaderas contribuciones a dificultar una intencionalidad manifiestamente exterminadora de un saber que se construyó sobre la base de arrancarle a la teología y a la demonología su  hegemonía ancestral. 

No quiero hacer alarde de virtudes premonitorias, pero al paso que vamos, es factible suponer el regreso de un discurso que supone el desvarío como el resultado de la posesión demoníaca, esta vez auxiliado por la industria farmacológica, las técnicas de control del comportamiento y, como siempre, en el trasfondo de todo ello, el cauterio riguroso de la Inquisición.  Ya estamos viendo cómo progresivamente lo que se quita al saber y a la práctica profesionales, es adoptado de modo intensivo por la oferta de las diferentes agrupaciones religiosas que compiten entre sí queriendo demostrar un pretendido dominio sobre la sanación y la cura. Incluso, en la práctica de algunos profesionales, se advierte su fascinación por volver a comprender el desatino y el desvío como exclusivamente procedentes de la influencia diabólica con su séquito de íncubos y súcubos prestos a ganar almas para la causa del Mal. Ni el prestigio de una tradición clìnica hospitalaria ha logrado impedir que algún colega se postule capaz de realizar exorcismos con pacientes…

La apuesta por el saber y, podemos decirlo, por restituir ideales relacionados con la Ilustración y el Racionalismo, en lugar de considerarlos anacrónicos, nos ayudarían a evitar el retorno de los verdaderos brujos, los inquisidores, nutriéndose de las consecuencias del desdén de los profesionales por el saber, la episteme y la consideración de los alcances de sus actos, a sabiendas de que la inhibición también es, nos lo ha enseñado el psicoanálisis, un acto, una potencia capaz de crear esa nada a través de la cual no faltará quien quiera atravesarla reemplazando el pensamiento por la fórmula vacía de la autosuperación y el perdón a sus culpas.

No deberíamos aterrarnos por lo que está sucediendo.  En un país en el que su primera autoridad todavía cree que los seres humanos trabajamos debido a que una serpiente parlanchina tentó a nuestra primera madre y, por intermedio de esta, a nuestro primer padre y que ambos fueron expulsados del Paraíso y condenados a ganar el pan con el sudor de sus frentes, es de esperarse que pase cualquier cosa y que, con retórica de culebrero alfabetizado se venda como panacea sanadora la pócima que facilita el desdén por el saber cuando no su desconfianza manifiesta con el mismo por empezar a considerarlo peligroso.

El libro “Breve manual de teorías freudianas” de Oscar Espinosa Restrepo es, a mi parecer, aporte fundamental a la causa de la puesta en acto del saber, la episteme y la meditación reflexivas sobre las prácticas que involucran el psiquismo toda vez que, dividido en dos partes, le concede a la aplicación práctica del psicoanálisis un puesto importantísismo luego de haber hecho un trabajo de revisión exahustivo sobre los fundamentos del mismo.

Con Charcot, con Bernheim, con Breuer y con Fliess, el autor explicita que el saber sobre el inconsciente, es una saber que se descubre en relación con los otros, a veces con ellos, a veces a pesar de ellos a veces en contra, pero siempre teniendo a los otros como referentes capaces de sostener elementos para que la singularidad del aporte freudiano aparezca como trazo en el horizonte de la cultura y no simplemente concepto constreñido al sufrimiento humano.

Freud no solamente aprestigia aquello que cierta ciencia desdeña sino que contribuye a impedir el constreñimiento de los objetos a un campo definido estrictamente por la ciencia.  Con ello se relaciona íntimamente con todas aquellas formas de pensar la vida y el mundo de modo tal que forzaron el nacimiento de otros modos de mirar lo humano, desde la cosmología hasta la ultraestructura microsomal, ofreciéndonos la promesa de comprender la complejidad ya no bajo la perspectiva de su absoluto agotamiento sino de aquella que concede el reconocimiento a la vitalidad de la existencia tan expansible y maleable como la infinitud del universo.

Con Charcot y con Benheim, en la comprensión del malestar histérico, Freud admitió el lugar de la creencia como elemento inextricablemente unido al papel de la fisiología del sistema nervioso, particularmente en aquella perseverancia de la creencia por imponerse a la autonomìa funcional del segundo.  No obstante, para la creencia y para el sistema nervioso, el cuerpo terminaba siendo el objeto de aprehensión y  territorio de  contienda, tanto por una como por el otro.  Esto reclamaba necesariamente la introducción de un concepto como el de representación (desarrollado nìtidamente por un Franz Brentano cuyas lecciones eran familiares a Freud), esta completamente procedente del campo de la cultura, particularmente de la cultura popular, que hacía caso omiso a la exactitud anatòmica. 

Con Bernheim Freud se interesa por la hipnosis y sus aplicaciones terapéuticas, pero manteniendo explícita la pugna entre quienes conciben el fenómeno hipnótico ligado a la sugestión, esto es a la creencia, y aquellos que lo derivan de una cierta economía de la excitabilidad del sistema nervioso y que se expresaría como síntoma prescindiendo del papel de la conciencia.  Freud, explica Oscar Espinosa, toma partido abiertamente por esta última posición considerando que la sugestión apenas sì contribuye a abrir las puertas que en potencia son forzadas desde la m odificación de la excitabilidad del sistema nervioso.

No obstante es evidente que Freud tiende a bascular entre ambas direcciones.  Un buen testimonio de esto lo conocemos a través de la lectura de su “Proyecto de Psicología para Neurólogos”, con el que se proponía, según lo escribió, sentar las bases científicas de las que estaría huérfana la psicología.  En 1895 Freud escribiría dicha obra a la par que participaría con Breuer en la redacción de sus “Estudios sobre la histeria”.  Oscar Espinosa explica lo que sería concluyente para Freud a partir de esas dos experiencias: con Breuer Freud intenta liquidar la contienda entre los enfoques acerca de la hipnosis y con Fliess intenta sustentar sus nuevas consideraciones. 

Oscar destaca la dificultad que significó para Freud tal proceder, de cómo la energía empieza a ser desplazada por la representación, la noción de psiquismo como artefacto y la introducción de la subjetividad.

La relación entre el cuerpo y el espíritu, podemos decir, mantuvo a Freud en el campo de probar la existencia de lo inmaterial al punto de que su apuesta significaba el abandono definitivo de su adhesión a las concepciones neurofisiológicas de las cuales se apartaría no propiamente por no comprenderlas sino por haberlas sometido al riguroso procedimiento de la contrastación con la experiencia y, valga decirlo aquí, al ser obligado por sus pacientes a introducir un modo de escucharlas que lo expulsaba tanto del furor curandi como de confundir comprensión clínica con clasificación nosográfica. 

Nace entonces una nueva clínica, una nueva manera de abordar la realidad del inconsciente, de la subjetividad y de los nexos entre ambos, para efectos de modificar radicalmente todas las concepciones psicopatológicas del sufrimiento humano, de las vicisistudes de su razón y de la polisemia de sus desvíos.

Neurosis y sexualidad, vida cotidiana, sueños, chistes, biografías personales, sexualidad infantil, son todos ellos objetos de la investigación psicoanalítica de cuyo devenir en tales da cuenta con precisión y elegancia estilística el texto de Oscar.  No pasa de largo sobre ellos, se detiene en cada uno hasta que considera ha liquidado lo que es principal elemento de cada asunto, entregando al lector una incitación a que él mismo continúe el trabajo de profundización valido del contagio que el escritor le provoca en cuanto a entusiasmo y rigurosidad. 

Una dialéctica resulta inconfundible, aquella que se expresa en las relaciones entre el pasado y el presente: la neurosis, por ejemplo, nada puede comprenderse de ella si se desconoce la sexualidad infantil, ciertamente, pero a la vez, poco podremos conocer de la sexualidad infantil si se desconoce radicalmente el saber sobre las neurosis.  Así el escándalo en los adultos de su época producido por la promoción de la existencia de una sexualidad infantil, podemos decirlo, se corresponde con lo profundamente infantil que sigue siendo la sexualidad del adulto sin que podamos ignorar que entre ambos, niño y adulto, la sexualidad ha sufrido una pérdida fundamental: la de la inquietud por el saber, la de la pasión epistemofílica, la de un cierto coraje espontáneo por el conocimiento de la verdad, presente en el niño, ausente en el adulto y reemplazado por el afrontamiento de su malestar a través de la elección de neurosis.

A medida que leemos el trabajo de Oscar Espinosa se nos antoja suponerlo diciéndonos a sus lectores: señores, aquí les presento el trabajo de Freud, el trabajo que le dio hacer su trabajo, el trabajo que produjo el hallazgo de su deseo y que lo condujo a dejar testimonio de su pasión no por la vía de una promoción publicitada sino mediante los trabajos que componen su obra. 

Yo personalmente resentiría un poco la ausencia de un capítulo acerca de los llamados “trabajos sociológicos” de Freud aunque en el final de la primera parte Oscar alude a algunos de ellos.  Pero a lo mejor este sea un trabajo que Oscar deba hacer toda vez que, como pocos psicoanalistas en nuestro país, ha sido el que con más coraje y decisión ha manifestado pùblicamente sus opiniones acerca de nuestra contribución particular a la tragedia huamana que es nuestra realidad social actual.  Quienes hemos trabajado a su lado, quienes sabemos de su permanente preocupación intelectual y política por comprender el horizonte de nuestra época, hemos aprendido a reconocer que el psicoanálisis en lugar de ser aquella disciplina que nos aliena del espacio público y de la vida de relación, es, por el contrario, un poderos instrumento de conocimiento de esa realidad y buena parte de su potencia revolucionaria va más allá de los efectos que ha producido en la episteme, en la racionalidad y en la psicología del alma humana.  De él hemos recibido el aliento para hacer uso de ese modo de operar sobre los trazos del malestar en la cultura que atestiguan el involucramiento de esta en el engendramiento de todos los que conspiran contra ella. 

La segunda parte de su libro, Oscar la dedica a exponer las “Aplicaciones (del psicoanálisis) en psicoterapia”, recordando las discusiones que al respecto han repercutido sobre las modalidades psicoterapéuticas que se postulan en la actualidad.

Con respecto a esta segunda parte quisiera señalar que el énfasis del autor, todo el tiempo, está puesto sobre la posibilidad de que efectivmante la experiencia produzca cambios significativos en quien la toma como proceder.  Por ninguna parte del texto aparece el interès por hacer conceciones al espíritu de las exigencias administrativas de las empresas prestadoras de servicios de salud, lo cual puede interpretarse como una incitación directa y explícita a los profesionales del llamado campo “psi” a que no cedan en sus intentos por mantener la discusión acerca de la realidad de las psicoterapias en el campo estrictamente profesional del asunto. 

Es que se ven venir tiempos en los cuales fácilmente se considerará el sufrimiento emocional como el resultado de una combinación entre la carga genética ineludible y la influencia satànica modificable.  Para una concepción de tal tipo da lo mismo que se hagan exorcismos ocasionales en medio de una terapéutica concebida como oración, perdón y olvido, apoyados por psicofármacos formulados al vaivén de las necesidades mercantilistas del capital financiero.  Una tendencia que ya se observa en países del primer mundo y que consiste en delegar en las concepciones ratoncillesco-experimentales la función de colegir cuáles procedimientos psicoterapéuticos son admisibles y cuáles no, anuncia explìcitamente la desaparición de la legitimidad de todos aquellos trazos que anuncian y prueban la existencia de lo inconsciente como aquella inmaterialidad capaz de determinar la subjetividad humana haciéndonos comprender, en palabras de Bruno Betheelheim, por qué los seres humanos, siempre que buscamos la felicidad,nos topamos con el sufrimiento. 

En tal sentido, la insistencia en explicar los fundamentos teóricos sobre los cuales reposa un proceder como el psicoterapéutico y la decisión por postular algunos modos de proceder a este respecto, es una contribución esencial en la construcción de ese límite que debemos levantar con decisión para impedir que del pasado retornos aquellos brujos de la inquisición que oficiaron como verdugos tratando de quemar la verdad del inconsciente, del deseo y de las vicisitudes de la subjetividad humana. 

Por esa razòn, y por otras anteriormente esbozadas, quiero destacar el valor de la contribución de Oscar Espinosa a nuestro tiempo y a nuestra cultura.  Permítanseme unas palabras finales con respecto al título que lleva el libro.  Creo (o quiero creer) que el título del texto es un guiño malicioso del autor, una especie de sarcasmo calculado para posicionarse en torno a cierto espíritu de esta època, espíritu deseoso de cambiar lo especulativo por lo exacto, lo extenso por lo breve y el dogma por el pensamiento.

De entrada, el título nos informa que existen varias teorías freudianas, no una sola.  Esto ya es una incitación que, si se admite y se acoge, nos lleva a enterarnos de que fue la dialéctica la que pobló el pensamiento de este hombre que pertenece a esos que se dan muy poco en la historia de la humanidad; pero por otra parte, la multiplicidad de los objetos de análisis a la par que la escasa legitimidad que el discurso científico predominante les concedia en su época, justifica ese plural.

Pero hay más.  ¿Es un manual, estrictamente hablando, en el sentido que se concede a tal sustantivo por ejemplo en el campo de la medicina?  Yo no lo veo así. Que se lleva fácilmente en las manos, tal vez. Y de su brevedad, 132 páginas la desmienten.  Pero se llama así, el autor quiso que se llamara así.  Como para hacernos pensar más allá del principio del libro.  Un testimonio de la relación irónico creativa con su respectivo inconsciente, es este título que le concede a la aseveración de Thomas Mann, ejemplo acertado y preciso.

Deseamos buen viento y buena mar para el libro, Oscar; que todas las divinidades y humanidades de la naturaleza lo impulsen hasta que logre preñar pensamientos deseosos de advertir otro modo de afrontar el malestar.  Que sea para quienes se inician en el conocimiento del psicoanálisis una invitación a profundizar.  Que sirva a otros tantos para que sepan preparar los filos de sus navajas conceptuales, si es que quieren llevar a cabo un debate con lo que postula: porque en cualquier momento desearán hacerlo, pero tendrán que demostrar que ejercen con la misma rigurosidad del adversario la sustentación que pretendan llevar a cabo contra este contenido.  Usted ha puesto en un lugar muy elevado esta exigencia mínima que nos permitirá saber elegir con quien discrepar abiertamente y con quien no.  Lo cual lo hace, también, al libro, muy útil, tanto como una psicoterapia bien conducida, siempre mucho más que un consejo especializado o que una técnica determinada de autosuperación personal. 


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