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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

LOS ESCÁNDALOS DE BERLUSCONI

GRITAN TANTO QUE NO NOS DEJAN VER

Eduardo Botero

El pájaro agorero ha regresado.  Grazna: y como un decorador retoca la tapia de las paredes que encierran su retórica.  Las hace pasar como novedades.  Conservador y católico, habla como triunfador.  Supone que los sobrevivientes, todos, estamos ya lo suficientemente intimidados, al fin y al cabo, se supone vencedor: sus mandaderos están a buen recaudo en territorio del amo superior, los intermediarios de estos pagan condenas que hacen reír a mandíbula batiente las calaveras de todos los Savonarola, Gui, Kramer y Sprenger que en el mundo han sido, y él mismo, el pájaro agorero ha sobrevivido y ha regresado. 

¡Vade retro! Toda cobardía no es silencio.  Entre castañear los dientes por el pánico, la garganta estruja al cerebro para que no cese de pensar.  La libertad de pensamiento progresivamente se desliza a la condición de crimen que precisa de castigo.  Los ojos del pájaro agorero se abren, desorbitados, cuando escuchan una idea que contradiga su monopolio sobre la verdad.  Públicamente se postula ideólogo, en privado ordena el exterminio.  Policía del espíritu superior, diagnostica anacrónica la lucha por la dignidad de los que serán expropiados.  No hace otra cosa que el marketing de un negocio en el que será nombrado capataz, que no socio. 

La verdad no logra abrirse paso en medio de la gritería agitadora, de la proliferación de lugares comunes, del reemplazo de la argumentación por el adjetivo: dirigir hombres se asimila a arrear ganado, nadie razona con las bestias.  Muchos se logran convertir en tales y disponen sus buenos oficios al capataz.  El foro se llena, poco a poco, de tales vociferadores; también la prensa, igual otros medios; ya no acreditan su palabra según la pertenencia a tal cual instancia de la jerarquía eclesiástica, ahora lo hacen según tal o cual procedencia académica; la repetición de sus inanidades se calcula eficiente método de control sobre las poblaciones y cada vez escasea más el ágora, el espacio abierto, la urbe.

En su lugar una ubre tecnológica que provee en lugar de leche, de ideas vacuas.  El instructor de asesinos en serie, genocida como ellos, se lamenta por una ley que protege a la mujer de la obligación afrentosa, la de parir un hijo con malformaciones o procedente de la violación.  Vergonzante, se camufla en la academia para aprestigiar un verbo que otrora aprestigiaba en la impiedad y en la sevicia.  Hoy, como ayer, no logra ocultar que su ideal supremo es la víctima indefensa, aquella que en serie permite postular eficaz su obra exterminadora. 

La verdad no logra sino balbucir, ansiosa, reconociéndose extraña en los ámbitos habituales.  No encuentra salida y cuando logra encontrarla, se topa con la indiferencia, con el desvío de la mirada, con la negación de la realidad.  Gritan tanto que nos impiden verla, y si la vemos, estamos demasiado aturdidos como para invitarla a pasar. 

Un lugar común: todas las mujeres hermosas son brutas, más si ingresan a uno de tantos reinados.  Los descendientes directos de Margot Ricci afilan sus puñales retóricos.  Organizan toda su infraestructura en razón de encontrar la confirmación del lugar común para dar de pastar al rebaño que, aturdido, ofrece como digestión la repetición privada de lo escuchado.  Nadie se detiene a pensar cuántas víctimas produjo el chisme procedente de interesados en deshacerse de alguien que les estorbaba en sus propósitos.  Su majestad el rumor producido por muñequitos de cuerda que repiten hasta la saciedad la infamia y la calumnia porque de hacerlo algo queda. 

Entonces, asombrados, descubrimos que la verdad se revela por donde menos  esperábamos.  Una candidata interrogada por las relaciones entre hombres y mujeres se enreda en su respuesta: hombre con mujer, hombre con hombre, mujer con mujer y también al contrario…  ¡Quién dijo miedo!  Los muñequitos de cuerda y sus rebaños toman el equívoco de la muchacha con especial encono todo para demostrar que todas las mujeres bonitas son brutas.  Brutas, no brujas, pero la diferencia apenas es entre dos consonantes.  La verdad nos dice, a lo mejor aprovechando que estamos cansados de repetir como rebaño el grito de los pastores, esperad un momento, escuchad con atención mi voz que ha escogido a esta muchachita para deciros que, efectivamente, las cosas han cambiado, que ahora lo diverso se impone sobre lo único, que la libertad conduce a la diversidad no a la homologación, que el peso de la persecución insidiosa y terrorista de los inquisidores suele producir en los que decimos la verdad el tartamudeo, el balbuceo, la vacilación, el pánico. 

Pero los muñequitos de cuerda la toman como emblema de su pequeña mentecita de mentecatos y el rebaño repite en todas partes y por todos los medios, la supuesta confirmación de que todas las mujeres bonitas son brutas.

La verdad vuelve a asombrarnos escogiendo a otra candidata a reinado: una que fue descalificada por poseer un cuerpo diferente al establecido por las reglas de un Comité de Belleza.  Esta vez la verdad se muestra digna, deseosa de irreverencia, y acude al ejercicio de los derechos para restituir en su lugar a la que había sido descalificada después de haber ganado su derecho a representar a un departamento en el concurso nacional.

Porque sabemos ya para quién son ideales las mujeres brutas y con medidas corporales de muñecas –toda la melodramática y la literatura barata han insistido lo suficiente como para convencernos de ello.  Berlusconi, por ejemplo, si es que no se ha entendido. 

Al final uno descubre que esa gente atesora, mata y ejerce su poder no más que para hacerse a su particular colección de muñequitas estúpidas y cumpliendo el estereotipo de cuerpo deseable.  Son sus epígonos los que nos hacen creer que ellas son así, la vida dice otra cosa, pero los epígonos insisten en decirnos que solamente siendo bruta y bonita se puede acceder al supuesto ideal de hombre que ellos pretenden encarnar. 

Hombre que presta sus servicios a la causa de otros, generalmente parásitos enquistados en la vacuidad de sus existencias reducidas a la pura satisfacción de los sentidos.  Guerras, masacres, genocidios, al servicio de la conquista de un estilo de vida propio de fofas existencias.

Fofas existencias que nos hacen creer que Berlusconi es el verdadero problema, lo mismo que la putica que lo acompaña.  La fofa existencia ha premiado a Berlusconi el esfuerzo por medio del cual  logró ponerse en el lugar que ocupa: cada clon suyo no hace otra cosa que repetir el libreto: ser capaz de postularse aparente causa de todos los males para unos, de todas las ganancias para otros.  Ser capaz de hacer todo lo que haya que hacer para lograrlo.  Ser capaz de todo.  Como Dios.






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