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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

LA NOSTALGIA POR EL AUTORITARISMO

DE DIAGNÓSTICOS Y CONSECUENCIAS



En una conferencia que dicté hace unos años en una ciudad de Colombia y que se relacionaba con el tema del abordaje psicoanalítico de la violencia en nuestro país, aseveré que la proclamación airada de que el malestar existente y, una de sus principales expresiones, la violencia entre nosotros, se debía a la pérdida de  los valores tradicionales y la adjudicación de la responsabilidad de la ocurrencia de la violencia, a la madre, en virtud de la declinación de la imagen paterna en nuestro medio, ocurridas en los últimos años, eran dos caras de una misma moneda: la de la nostalgia por el autoritarismo. 

Ambas, la proclamación y la adjudicación, se postulan como etiología del diagnosticado malestar reinante en la cultura,  cada una formulada según su respectivo código de referencia.  La proclamación, por los representantes de los sectores más reaccionarios de la sociedad, la adjudicación por profesionales que trabajan en el amplio y siempre difuso campo de la llamada salud mental, supuestamente emancipados de las tutelas clericales y apegados a las exigencias  de la racionalidad científica.

La aseveración no le hizo gracia a un participante que desde el auditorio la acusó  como digna representante de las secuelas de todas las filosofías de la sospecha, según él en gran parte las verdaderas responsables de todos los fenómenos relacionados con la práctica de la violencia.  Citó los llamados por él escabrosos ejemplos de la drogadicción relacionándolos con el nihilismo nietzscheano, el libertinaje propiciado por la degenerada teoría sexual freudiana y los asesinatos estalinistas en nuestro medio estimulados por la ideología marxista.





LIBRETO POPULAR DE LOS TRUJAMANES DE FERIA

Por todas partes yo quedaba rodeado.  Al replicante airado no le faltó sino citar los catastróficos aportes keplerianos, copernicanos y galileanos que desalojaron a la tierra del centro del universo ptoloméico,  la escandalosa teoría darviniana del origen de las especies y su nefasta contribución a la “desdivinización” de la criatura humana, el descubrimiento de la penicilina que tan buenos aportes ha hecho a ciertas consecuencias desagradables de la actividad sexual humana, la música no sacra, la poesía carente de rima, el rock, la minifalda y la hermosa contribución de las técnicas anticonceptivas gracias a cuyo fracaso, tanto el conferencista como el airado asistente,  debíamos, en parte, la posibilidad de estar allí parlotando.

Tengo que expresar que entonces guardé silencio pues en ese momento no supe qué me conmovía más: si  la ansiedad manifiesta del replicante o  la actitud del resto del público, que parecía complacido con la refutación de uno de sus compañeros, cosa esta última que supuse a partir del fuerte aplauso que recibió, muy superior al que, más cortés que entusiastamente, me había concedido con anterioridad. 

Probablemente mi silencio fue entendido, correctamente, como prueba de la contundencia de las acusaciones del replicante.  Y lo expreso así, correctamente, porque era a todas luces evidente que la contundencia de las acusaciones se correspondía con un cierto clima consensual que yo no había entrevisto, entre otras cosas porque nunca lo hago antes de dictar una conferencia, cosa que a partir de entonces sí procuro considerar, nunca se sabe.  Signo de los tiempos actuales es creer que es la mayoría la que define qué es y qué no es la verdad. 

La intervención del replicante estaba completamente a tono con una especie de a lugar como el que pronuncia el juez, que yo supuse a partir del aplauso recibido.  Una especie de tenga su merecido por haber dicho lo que dijo.  Siempre he considerado que es más prudente militar en las filas de la cobardía activa sobre todo cuando uno se enfrenta a un enemigo potencialmente peligroso que anuncia su ferocidad con los gestos propios de las barras bravas.   La inminencia de un ataque de culillo agudo aconseja el silencio como el mejor de los gestos, tal así lo atestiguan ejemplos elocuentes que el lector de estas líneas podrá enumerar.

Es por esta comparación con el a lugar con que un juez da curso en contra de una objeción pronunciada por alguno de los representantes de las partes que litigan, que años después vuelvo a referirme a lo sucedido, toda vez que entonces el espíritu de mi aseveración no era otro que el de señalar que lo que estaba haciendo carrera en nuestro medio académico era la reaparición de argumentos dogmáticos y fundamentalistas  que gozaron de poder y fortuna antes del advenimiento de la Ilustración, y que en la actualidad propenden por la restauración del autoritarismo como única manera de resolver los conflictos de todo tipo que se presentan en la sociedad. 

Quería sustentar la idea según la cual, en nuestro país las acciones autoritarias han gozado en los últimos años de una popularidad, a la cual ofrecen resonancia los medios de comunicación y que esa popularidad del autoritarismo representaba un triunfo de la proclamación del retorno a ciertos valores tradicionales y de la adjudicación al restablecimiento de la imagen paterna como camino expedito del retorno a un pasado mejor, las dos acciones que se estaban llevando a cabo, ambas consecuencia de lo que ha sido formulado como etiologías del diagnosticado malestar en nuestra cultura.

NUEVA OLA, NUEVA ERA: LA PUBLICIDAD HACE LO SUYO

No menciono otras afirmaciones realizadas por el replicante y que se refieren a las bondades que se obtienen  del abandono del racionalismo y del reencuentro con ideologías que nos conducirían a estilos más saludables de vida en las que la armonía –y no el conflicto- está en su centro, alejadas de esas filosofías de la sospecha que tanto daño le han hecho a la humanidad.

Mi silencio no representaba ningún pensamiento en blanco. Imaginé, recuerdo, un juicio en otra vida contra  Nietzche, Marx y Freud  que comparecían ante un juez supremo asesorado por Testigos de Jehová, y que  juzgaba a los tres  por lo sucedido en Sodoma y Gomorra.  Al fin y al cabo, según Fujiyama,  la Historia había finalizado, por tanto, los crímenes de los tres no solamente serían considerados trasnacionales sino ahistóricos.  Como el inconsciente, la demasiada humanidad y el peso determinante de las condiciones materiales de la existencia.  Pero el palo no estaba para cucharas y, entonces, preferí cerrar la imaginación recordando más bien que siempre se había considerado a Dios más inteligente que a sus criaturas, aunque obligado a la omnisapiencia dada su subordinación inevitable al hecho de ser eterno, cosa que siempre a cualquier poseedor de ese atributo obliga a ser sabio, pues nadie soporta el remordimiento después de una acción equivocada por toda la eternidad… Además no sabía si Dios había leído a Fujiyama…  Pero la situación no daba para echar globos con la imaginación y pensé que lo mejor era marchar rápido de allí no fuera a recibir el complemento físico de la reprimenda verbal.

Y, debo ser sincero, cada vez que empiezo a escuchar el texto del marketing de las trasnacionales de la New Age, opto por retirarme no vaya a terminar forzado a elegir entre los beneficios de la buena mesa y los del consumo de la orina humana, las prescripciones alopáticas y las agujitas meridionales, el sexo como los cánones hedonistas mandan y el sexo tántrico, el buen licor y la marihuana hidropónica, las filosofías de la sospecha y las prédicas tibetanas, Miguel de Cervantes Saavedra y Paulo Cohelo, Saulo de Tarso y José Obdulio Gaviria, un psicoanálisis y la meditación yoga, las Confesiones de San Agustín y la programación de la “W”, el tinto sin azúcar y las hierbas aromáticas, etc.

Estas palabras no pretenden disimular lo profundamente molesto que estuve durante mucho tiempo después de lo sucedido en esa conferencia.  Pero quiero insistir en el a lugar con que comparé la actitud del auditorio.  No como devolución contra la ofensa sino como preocupación. 


IMPOTENCIA Y RESPONSABILIDAD

De esa conferencia hicieron parte otras dos argumentaciones.  Una se refería al concepto de impotencia, la impotencia de una cultura para detener los actos de barbarie que la horadan.  La otra, al concepto de responsabilidad del ofendido con el acto que sufre. 

Palabras más, palabras menos, manifesté entender por impotencia no el no poder sino el poder no, definición esta que tomaba prestada de Jacques Lacan.  Ante los actos de barbarie que nos afectan, los ciudadanos siempre podemos hacer nada para defendernos y eso era lo que estábamos haciendo, nada. 

Un nada no vacío sino con repertorio: desorganización, desconfianza suprema con la manutención del equilibrio entre normatividad y deseo, pérdida de la confianza en los buenos efectos procedentes de las acciones mancomunadas, negativa a detener la reducción de la vida a la simple supervivencia, afinidad por reemplazar las elaboraciones conceptuales por fórmulas vacías que bobaliconamente encomiendan a la simple sonoridad todo el peso del “argumento”, fascinación y entusiasmo cotidianos con el prestigio de todas las clases de mal gusto que hemos conocido, aprecio por el camino expedito de las travesías, incluidos los caminos del malandraje y la viveza en el trato con los demás, celebración entusiasta con los triunfos procedentes no del esfuerzo empeñado sino de la trampa, exaltación de las propias virtudes a costa de considerar las de los demás siempre inferiores, mentirosas o malintencionadas, capacidad de propinar golpes arteros mientras se le hace creer al interlocutor que se le está brindando amistad, etc.  Así, de ese modo, asegurado por la racionalización conferida al miedo, fuimos y hemos sido impotentes para evitar la violencia que se entronizó como forma de dirimir los conflictos.  Pudimos hacer nada y eso hicimos: nada.

Por otra parte era en ese y no en otro sentido que debíamos considerarnos responsables con lo que estaba sucediendo y, por tanto, responsables de encontrar fórmulas de solución.  De aquí debía desprenderse no el perdón ni la exoneración de culpa de los criminales materiales e intelectuales sino la organización de formas de cultura que condujeran a impedir que siguieran surgiendo como maleza, seres humanos que se abrogaban el derecho a decidir quiénes merecíamos vivir y quiénes no, para expresarlo con palabras de Arendt.  Consideraba que la nostalgia por el autoritarismo era un fenómeno extendido en la población, que así daba cabida a la venganza contra los “ataques” proferidos  en la cotidianidad por la liberación femenina y los “alzamientos” de la voz de los jóvenes, los pobres y los desvalidos, y que los perpetradores de los crímenes de lesa humanidad constituían una especie de cuerpo ejecutivo que, violando toda normatividad legal, llevaba a cabo las acciones que merecían la censura apenas de unos cuantos (estos mismos convertidos en víctimas de esos verdugos) mientras que el resto de la población apenas si gozaba esperando satisfacer “morbosamente” su curiosidad sintonizando los medios de comunicación que, simultáneamente, habían entrado en la representación de la tragedia como espectáculo, como show, su conversión en la llamada chiva que es con lo que cotizan el valor del minuto en publicidad, al tiempo que daban trato de trascendental al chismorreo relacionado con la farándula y a toda clase de fruslerías entre las que se destacan la reducción de los saberes científico-técnicos  a la condición de sermones laicos.

Una paradoja no podía menos que ser sugerida por todo esto: el producto reinante se convierte a su vez en ejemplo de cómo se han perdido los valores tradicionales. Es como si la promoción de la banalidad se encubriera en el velo de publicidad gratuita de un cierto hedonismo ocultando la condición de promoción visual del placer como algo horroroso, equivalente a las representaciones pictóricas de las catedrales del medioevo mediante las cuales el clero quería disuadir a los pecadores de los horrores que les esperaban en la otra vida si se negaban a obedecer sus bulas y sus decretos.

Pero no se trataba de una paradoja, sí más de una característica también extendida en la población.  La contradicción sin dialéctica. Como si el espíritu de estos tiempos fuera el  de no estar urgidos por tener que dialectizar las contradicciones, estas, a la manera del perfil psicológico de los personajes sociópatas de cualquiera de las novelas de James Ellroy, se expresan copando cada fotón de la luz que alumbra las cosas, al mismo tiempo reales e invisibles.  Cosas que se nos ocultan porque son demasiado visibles.

Concluía, entonces, que al no poner en consideración para la reflexión los dos conceptos, el de impotencia y el de responsabilidad, estábamos propiciando la creación y el fortalecimiento de condiciones favorables para darnos de cara con las consecuencias derivadas de las etiologías que determinaban lo diagnosticado como malestar de nuestra cultura.  Extensión de la popularización del retorno del autoritarismo, ya no promovido por unos cuantos, sino expresado por amplios sectores de la población, claro está, siempre contando con la resonancia de los altavoces de las consignas, los medios de comunicación.


TIEMPOS PREBÉLICOS EN ALEMANIA Y AUSTRIA

Citaba un antecedente, que había leído en un ensayo de Philippe Julien: el de la expansión del Tercer Reich durante los años 30´s y 40´s del siglo XX y su relación con un diagnóstico formulado 30 años atrás y popularizado en esta época.  El antecedente me servía para recordar que ya entonces el Tercer Reich había sido la consecuencia de un sentimiento que había hecho lazo social entre las poblaciones alemana y austríaca, el cual consistía en concluir que dada la dimisión del padre alemán el Tercer Reich debía reemplazarlo.  Pero me servía, además, como ejemplo de las consecuencias que se derivan de ciertos diagnósticos “sociales”. 

Para el caso alemán, el diagnóstico había sido proferido por un higienista, el doctor Moritz Schreber, quien adjudicaba lo que el consideraba las principales pérdidas del espíritu ario, esto es, su fortaleza espartana, su decisión y voluntad de triunfo, debilitadas por el romanticismo y la prédica del valor de los sentimientos humanos en la educación de los niños alemanes. 

Resultaba harto elocuente, a mi parecer, lo que había sucedido con las teorías de este Doctor Schreber, publicadas en diversos libros, entre ellos uno que contenía ejercicios de “gimnasia médica”, con consejos acerca de la postura correcta, y otros acerca del quehacer pedagógico en los Kindergarten fundados por su influencia en  Alemania y Austria. 

De una parte, lo que aconteció a un hijo suyo de nombre Paul, abogado, famoso por haber publicado un libro titulado “Memorias de un Neurópata”, en el que narra su experiencia como enfermo mental diagnosticado por Fleschig y que valió comentarios de personalidades como Kraepelin, Bleuler y, la más tardía, Freud. De otra, el hecho de que un lector asiduo de los libros del Dr. Moritz Schreber fue un sargento de nombre Adolf Hitler. 

Lo sucedido resultaba elocuente pues mientras que el hijo deliraba con la idea de convertirse en la mujer que necesitaba Dios para dar origen a una raza superior de hombres, el sargento canalizaba el mal humor pusilánime de los alemanes hacia el triunfo electoral que lo llevaría a la constitución del Tercer Reich ya constituir como su ideal el predominio de la raza aria, superior según sus cálculos, en el mundo entero.

La imperfección de la criatura humana, pensaba Paul Schreber, se debía a que Dios no tenía una mujer con la cual realizar la cópula para dar origen a un hombre perfecto. Por extensión, el padre de una obra imperfecta es imperfecto.  Schreber hijo sería esa mujer que subsanaría la imperfección del supremo padre. Por su parte, Hitler se explicaba  la derrota de Alemania en la primera Gran Guerra  debido a lo que había ocurrido con el padre alemán y que había sido tan nítidamente detallado por Schreber padre.  Dado que el padre alemán ha dimitido, el Tercer Reich debe sustituirlo, para así extender por todo el mundo el poder de la raza superior, la raza aria por su-puesto.

En todo ese tiempo hubo quienes señalaron el peligro de ese diagnóstico y las consecuencias que sobrevendrían.  Quizás el mejor ensayo psicoanalítico que se ha escrito sobre el fascismo pertenece a la autoría de un Wilhelm Reich, quien destacó que no podía adjudicarse la responsabilidad de lo que estaba ocurriendo exclusivamente a un dirigente, por más enfermo mental que se asegurara, sino que la responsabilidad  involucraba a millones de alemanes y alemanas que compartían el mismo punto de vista con el dirigente.

Por supuesto que no se trata de una opinión popular, el pueblo estaba enredado en otras opiniones, haciendo mayoría, prácticamente consenso.  De las consecuencias de la soledad del psicoanalista alemán tenemos noticias, por cierto no muy agradables: terminó preso en los Estados Unidos.  Un asunto relacionado con  impuestos…

LA MADRE: ¿LA CULPABLE?

Es con Ramírez, psicoanalista de Medellín, con quien tuve oportunidad de discutir sus hipótesis acerca de la violencia en esa ciudad y, en particular sobre el sicariato.  En muchas de sus intervenciones, resultado de un trabajo profundamente juicioso, Ramírez propone que los valores transmitidos por la madre al hijo, entre los cuales cita algunas características de la madre misma como su influencia en la deslegitimación del papel del padre durante el tiempo en que transcurre la  crianza de los hijos, como  responsables de que algunos de ellos entren en el dispositivo social de la violencia actuando como sicarios.  De los primeros Ramírez gusta citar un aforismo paisa: “Madre santa, hijo perverso”; de lo segundo, todo el fenómeno de la constitución de familias monoparentales, en las que se destaca mayoritariamente la ausencia del padre, y que ha acompañado el incremento de la violencia y del número de sicarios. 

Mi polémica con Ramírez parte de señalarle que su concepción hace eco con la aseveración según la cual lo que sucede en la crianza de cada familia en particular, tiene la exclusividad en las repercusiones futuras sobre el destino de los hijos.  Esto no constituye ningún error, siempre y cuando se mantenga la idea de que el Otro del hijo no es solamente la madre sino, y sobre todo, lo que ella representa, esto es, la cultura a la cual pertenece, en la que se ha educado, etc.  Si esto no se reconoce, prima la ingenua concepción según la cual la familia es la responsable, por ella misma y aislada de la cultura, del destino de los hijos.  Pero no es solo la ingenuidad de esta apreciación el problema; al tiempo que se afirma, el papel de lo que acontece en la cultura y que incluye la exaltación sin obstáculos eficaces de la banda criminal, es subestimado llevando a errar en el diagnóstico.

En la banda criminal el Patrón (verdadero subrogado del padre, para utilizar una expresión freudiana) cumple las funciones de sustituto del padre de cada uno de los que la componen, con todo el ideario y la práctica que impone como ley suprema.  Dueño de todos los bienes y, constituido en modelo por la demostración que practica de hacerse a todas las hembras que desea, el Patrón decide toda ley. Desde el punto de vista laboral, por ejemplo, en el lenguaje del hampa, la palabra liquidación no significa el pago de todas las prestaciones de ley cuando se trata de despedir a un subalterno.  El patrón no aconseja, ordena; no da muestras de miedo, es más criminal que el más criminal de los que tiene a su servicio.  No consulta ninguna ley para tomar determinaciones, como no sea para identificar los resquicios favorables.  Sabe que constituyéndose  en la Ley misma, es decir, apoderándose de los puestos de poder en los tres órganos del Estado, desde ese apoderamiento puede ponerse a salvo de cualquier castigo que amenace sus propósitos.

Equiparar  la madre del sicario con el Patrón al cual prestaba sus servicios criminales, me parecía –y me parece aún- descabellado.  La adhesión incondicional del muchacho al Patrón lo que revelaba no era propiamente un debilitamiento de la imagen paterna, sino, por el contrario, su exaltación con toda la potencia y capacidad de hacer daño de lo que podíamos considerar una especie de nuevo proto-padre.

En la polémica yo podría admitir que, en palabras freudianas, la imago paterna no se había difuminado sino, más bien, clandestinizado, si no fuera porque ya nadie se cree el cuento de que en este país son los maleantes a los que les toca vivir en la clandestinidad mientras que los ciudadanos honestos gozan de la libertad de andar tranquilos por la calle y por el campo minado y repleto de informantes deseosos de hacerse a una recompensa sin importar cómo. 

Más que una influencia perniciosa de la madre, me parecía que si había una influencia determinante en  el fenómeno del sicariato, ésta provendría de ese subrogado de lo paterno al que el lenguaje popular denomina el Patrón y al que también le adjudican uno de los nombres del estreñimiento y de cierta moneda ya desaparecida: el duro. Siempre las pulsiones ligadas a la analizad dando testimonio de uno de sus destinos: la trasgresión de la ley y la retención de las heces.

Pero entonces no podía predecir que ese modelo haría lazo social in extenso. Primero en privado y después más públicamente, la simpatía por el Patrón y sobretodo por la forma en que hacía eficientes, eficaces y efectivos sus métodos “empresariales”, prendió sobretodo en los dos extremos de los estratos sociales, ambos identificados por su capacidad para desentenderse de todo apego al pacto social que en la cultura se llama Constitución y en términos generales Ley.

Ya en “La civilización y sus descontentos” (también traducido como  “Malestar en la Cultura”) Freud había adjudicado buena parte de las consecuencias de ese malestar, sobre todo la guerra, al relajamiento del apego a las normas practicado por los sectores más poderosos de la sociedad.

Podemos entender que el ascenso social de la delincuencia ha corrido parejo con la amenaza de liquidar toda  legislación que ampare los derechos de vastos sectores de la población, o por lo menos la de reducirla a lo irrisorio.  Que las reformas económicas y políticas han prestado su servicio para legitimar toda clase de expropiaciones: de tierras; de derechos adquiridos; de la condición de derechos sociales propios de la educación, de la salud y de la vivienda; de vidas; etc.  Todo ello no ha ocurrido en abstracto.  La ilegalidad ha servido con creces a la demanda de una correlación de fuerzas favorable para imponer “legítimamente” esas expropiaciones.  Una simpatía extendida a los métodos del Patrón, hace innecesaria su presencia física; es más, su propia liquidación es útil porque  el simulacro de que  es la decencia el lugar desde el cual se le ha combatido.




REMATE

Y así, la prédica de la necesidad de retornar a los valores tradicionales y la inculpación a la mujer de ser la causante de la violencia por haber contribuido a difuminar la imagen del padre, no son vaticinios sino cantos de sirena que han conducido a muchos a suspender la aventura de la navegación y a otros a terminar de bruces en los abismos que los esperaban, abismos de la muerte.

No es que hacia ya vayamos.  Ya estamos ahí: los fotones de la luz con que alumbrábamos el camino, han sido copados por ultramicroscópicas estructuras que nos encandilan hasta la ceguera. La cotidianidad de la miseria de la supervivencia las contiene. Hay que recordar hoy más que nunca a Mario y el Mago de Thomas Mann. 

Así, muchos proponen la reconstrucción del tejido social como forma de salir de las crisis sociales que se acumulan.  Otros, más escépticos y pesimistas y en inferioridad de condiciones (argumentar en medio de la estridencia es estar en minoría absoluta), no tenemos otra alternativa que aceptar la derrota y pesquisar modelos de dignidad que nos confieran la paciencia necesaria para esperar días distintos a estos que, al decir de Humberto Eco, requieren de nosotros toda la antipatía positiva necesaria para resistir. 

A la espera de mejores tiempos ya que estos, también según Eco, “son oscuros, las costumbres corruptas  y hasta el derecho a la crítica, cuando no lo ahogan las medidas de censura, está expuesto al furor popular” (Humberto Eco, A paso de cangrejo, Editorial Nomos, S.A., 2007, pág. 15).










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