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E. BOTERO T.

lunes, 20 de septiembre de 2010

POE EN LA MELANCOLÍA

Breve ensayo

“Si no hay herida no existe creación”, la apuesta fue lanzada, sin miramientos, por el escritor Fernando Cruz Kronfly durante el lanzamiento de Cuadernos de Renata y causó conmoción.

Tal vez porque creemos saber qué es una herida y mucho más saber qué es creación, un cierto gusanillo de prevención se apodera de nosotros y habla más que todo en representación de nuestros miedos.

Imperialista la imposición del lenguaje que nos lanza sin miramientos al equívoco y al olvido.  Pues toda memoria no es otra cosa que el texto que hacemos cuando nos volvemos historiadores de nosotros mismos.  Habrá mucho de dónde elegir y cómo escribirlo: bien sea la jaculatoria consiguiendo la misma ineficacia de cualquier oración religiosa, bien sea el texto exacto del que se precia de no cometer, jamás, error alguno, bien  creación literaria, o musical, o pictórica, o audiovisual…

Si hay genio en un tal Sigmund Freud este le fue concedido por el arte más que por la ciencia, tal como lo explica con precisión en su Interpretación de los Sueños.

No tanto para hacer del poeta, paciente privilegiado pues, ¿qué tiene de privilegio ser paciente?  No, lo aclaró expresamente: porque el artista sabe más de la condición humana que cualquiera otro de nosotros, porque en su trabajo palpita la vida tal como es. 

Esta vez sea Poe, Edgar Allan más interesante por su obra que por su beodez.

Pero vamos despacio que la beodez misma da una pista acerca de la relación del sujeto con su propia existencia.  Donde fracasan las monsergas de las Ligas de la Decencia –con toda su emperifollada manera de ser, de hacer y de sentir- no venga a triunfar el nuevo espíritu de los tiempos que ahora le adjudica a un cigarrillo encendido en Yumbo la culpa de la contaminación ambiental. 

Sin la melancolía Poe no hubiera sido beodo, pero ella no es garantía para que fuera artista.  Beodos hay muchos y sus chorros apenas les alcanzan para aspirar a una candidatura presidencial de corte oficial, por su-puesto.  Estos son beodos del montón, apenas sí borrachitos. 

“En toda su persona había como un halo de encanto melancólico que no se debía a ninguna desdicha sino a un sentimiento interior, que parecía indicar un alma consciente de un reino más brillante”.  El Vampiro

Aquí la exactitud de la prosa rebasa toda restricción clínica: efectivamente, se equivoca quien confunde desdicha con melancolía y herida con desdicha.  Un optimismo irreductible, sí, pero confinado a la condición de vago secreto cuando no absoluto inconsciente. Un descubrimiento de este corte pide un cuento o un trago, Poe optó por ambos. 

Estamos ante un exceso posible a condición de que se quiera afrontar lo excesivo mismo de la defraudación permanente, exceso de literatura, exceso descriptivo estético, más contundente que un criterio diagnóstico del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales.

Un exceso del corte de las literaturas ligadas al desastre: Wiesel, Levi, Antelme, etc.  Excesos literarios, única posibilidad de respiro con el cual conjurar la amarga experiencia de exceso de humanidad nazi contra el cuerpo y el espíritu.

Era una sonrisa de profunda melancolía, de permanente y molesta tristeza. Una historia de las montañas Ragged.

Valga también el gesto, ahora: más acá de la profundidad del pensamiento, puede la melancolía ser capaz, también, de sonrisa.  Un tono monocorde, permanente, de continua tristeza.  Se nos puede venir a la memoria la sonrisa de la Monalisa.  Sonrisa-mueca, máscara del desencanto. 

Pero yo no podía menos que sentir la absoluta inutilidad de la esperanza misma, y me preparaba melancólicamente para una muerte que, en mi opinión nada podía demorar ya más de una hora. Manuscrito Hallado en una Botella.

Por contraste con la creencia de aquella “alma consciente de un reino más brillante”, el yo-Poe-enunciador (o ¿narrador?), ahora se nos revela partidario de la inutilidad de la esperanza misma, que toma el turno, esta vez, de la combustión que mueve al motor melancólico.

Le encontré bien educado de una singular inteligencia, aunque infestado de misantropía, y sujeto a perversas alternativas de entusiasmo y de melancolía. El Escarabajo de Oro.

Imposibles de calar en el surco preciso, la perversión aquí alude a lo perimetral, a lo que se sale del trazado y entonces vemos enriquecida la noción de melancolía por su capacidad de alternancia (hoy llamada, creo que abusivamente, bipolaridad, terminología esta que siempre evoca la electricidad…)

La buena educación no es necesariamente signo de genialidad, bastante sabemos de genios automutilándose por dolores del amor o deambulando desnudos por las selvas urbanas.  Poe se toma la licencia literaria de asumir el carácter como resultado de una infestación, pero destacando como los rasgos más perversos la alternancia entre el entusiasmo y la melancolía.  Esto constituye un saber que va más allá de lo sintomático para incorporarse con el carácter, con una personalidad.
Contrariamente a lo que había imaginado, en vez de preferirlo al sol del día anterior, el gris volvió las calles tristes y melancólicas, algo que le desagradó para el día de su boda. El Reflejo del Siluro.

Y si estamos hablando de melancolía, el clima no podía faltar.  Su tonalidad gris implica, en ese solo párrafo, toda la teoría del cuento de Piglia, para quien un cuento es malo si cuenta con un solo argumento.  Una historia explícita: el clima.  Una historia secreta: el mal presagio.  Dos historia, o para mejor decirlo, dos argumentos.

¿Cuántas versiones, pues, de la melancolía en la obra de Poe? La riqueza no estriba en el número de veces que la melancolía haya sido aludida por el escritor, sino en la polisemia que le adjudica a una entidad que, vista con el trasluz de la época actual, apenas sí se la suele confundir con la vulgar tristeza.

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