FINES INCONFESABLES MEDIOS EXCECRABLES
¿Hacen falta más pruebas para defender la afirmación de que la consigna “el fin justifica los medios” no es otra cosa que la arenga propia de un jefe de patota y no más?
La lección que hemos recibido en Colombia ha sido suficientemente rica en ellas ojalá que fuera hasta la saciedad. Si es nuestro deber repudiar todas las desapariciones producidas, debemos abrir campo suficiente para lamentar la desaparición de una épica que loe cualquier acción violenta en una lírica capaz de promover el entusiasmo.
Nosotros tenemos nuestra peculiar contribución a la polisemia de la palabra Babel: aquí, quienes luchan contra otros utilizando todas las formas de lucha, legales e ilegales, conforman un curioso conjunto cuyos elementos dicen discrepar entre sí al tiempo que, todos, a coro, pregonan que el fin justifica los medios. Ninguno habla de “nuestro” fin, no. “El” fin, simplemente. Todos a una empleando el mismo idioma y la misma frase y, al tiempo, luchando a muerte todos entre sí.
Cada quien supone que el suyo es “el” fin, el fin de todos y, efectivamente, de prosperar exitosamente en sus empeños violentos, será el fin, el fin de todos.
El gran acontecimiento que se configura en esta Babel no es otro que la tendencia de muchos a tomar partido en la contienda, creyendo que de la respectiva elección depende no solamente su supervivencia, sino la de toda la especie. Para ello ha sido necesario describir el mundo y la vida como portadores de unos defectos que se representan capaces de llevar a la destrucción para luego postularse abanderado de la única reparación posible. Todos, a una, coinciden en adjudicarle a su respectiva concepción ser la única capaz de producir las reparaciones necesarias.
En nuestra contienda civil suceden muchas cosas que no son tomadas debidamente en serio. Hay una que llama particularmente la atención. Que los líderes del establecimiento les critiquen a sus adversarios armados que estos hayan abandonado sus antiguos ideales, me parece que debería considerarse una rareza. Porque, además, en el pasado, cuando se supone que el adversario sí luchaba por esos ideales ahora abandonados, también fue combatido por los antecesores con igual ferocidad y, precisamente, por lo que esos ideales representaban para el orden establecido.
Hagamos una construcción auxiliar: yo soy un cruzado y usted un musulmán. Resulta que de un tiempo para acá usted, para mi, se ha vuelto un delincuente común, acusación que yo le hago aprovechándome de los métodos que usted emplea. En una declaración pública, que hipotéticamente me es solicitada por un medio de comunicación, yo digo que su lucha ha perdido toda justificación porque usted ya no la lleva a cabo por la defensa de los territorios que yo quería recuperar para mi causa sino por intereses más mezquinos. En otras palabras: me lamento porque usted ya no es el adversario que era sino que se ha convertido en otro.
¿SÍNTOMA DE SENILIDAD?
¿Será que yo estoy envejeciendo y mi cerebro se reblandece? Es probable, pero el reblandecimiento es útil para quien desea olvidar cosas del pasado. Se justifica la buena memoria cuando hay cuerpo para administrar sus consecuencias. No afirmo que sea de esto de lo que se trata en todos los casos de ingreso en la amnesia consoladora, solamente que, en algunos casos, sobre todo cuando la memoria se niega en devolver al olvido ciertos recuerdos, la demencia, con todo y su sartal de miserias cotidianas, es salvadora.
Yo, el cruzado, envejecido, me lamento en público porque usted ha dejado de ser lo que era, un musulmán comprometido con la defensa de su territorio. Pero estoy viejo y a los viejos ya nadie los toma en serio. Exalto su pasado, estoy dispuesto a admitir su valor en la antigüedad de nuestros combates porque ahora, solitario, habiendo dejado de ser tomado en serio por los míos, no tengo otro camino que el de exaltar mi valor a través de añorar el suyo, entonces.
Los míos me tratan como mueble viejo. Sus homenajes no son más que tretas para ascender y ocupar mi lugar, las condecoraciones dan lustre a quien las concede utilizando el buen nombre del condecorado. Les he dejado como herencia aquello que conquisté en franca lid contra usted, en el pasado. Se creen capaces de administrarla pero yo los eduqué en la idea de que era nuestra concepción del mundo la única verdadera, nuestro Dios, el Único verdadero, nuestra organización social, la única verdadera.
“¡Ningún musulmán vivo! ¡Ningún católico pobre!” fue nuestra consigna en el pasado. Ninguna de las dos fue cumplida, el futuro trajo la supervivencia de los primeros, fortalecidos ahora como lo están por ser dueños, aun, de esos territorios que jamás pude conquistar como quería.
Hoy, usted, que ha sobrevivido y se ha fortalecido en sus capacidades de defensa, se convierte en incómodo testigo de mi fracaso. Su imagen sobrevive a mi intención, entonces: ¿Cómo explicarle a los míos esa derrota?
¿Cómo seguir usufructuando de las ganancias que obtuve cuando lo combatí? Es un asunto de vida o muerte y para defender mi propia supervivencia haré lo que sea, incluso, venderle a los míos la idea de que alguna vez su lucha fue justa pero que ya no lo es porque usted no hace lo que siempre ha sido mi deseo: someterse a mi capricho. La senilidad también me habrá concedido la inteligencia para encubrir mi deseo y hacerlo presentable sin conseguir polémica entre los míos que comenzarán a repetir lo dicho por mi con su habitual manera de repetir sin pensar puesto que ellos, a diferencia de usted, aceptaron su sometimiento absoluto.
¿MÁS SABE EL DIABLO POR DIABLO?
Más sabe el diablo por viejo que por diablo reza la conocida y sabia sentencia popular. No es del todo problemático que mis descendientes repitan lo dicho por mí, acerca de usted, es que yo he leído su situación actual (me refiero a la de mis descendientes) con precisión. Mi lección fue simple: en público defender los valores supremos de nuestra forma de organización política, en privado enseñar los muy diversos modos de aprovechar esos valores. “Vicios privados, virtudes públicas”, seguramente, pero la serena instalación en la contradicción es otro medio al servicio del fin supremo.
Nuestra superioridad natural también nos enseña que es de la fuerza que derivamos la posibilidad de que la LEY , con mayúscula, sea aquella precisión semántica y sintáctica de la cual podamos beneficiarnos siempre. Pero sometidos los espíritus, la fuerza obra por la introyección del miedo en cada uno de ellos pudiendo esconder al aparato represivo a través de la exaltación de los pregoneros de la justeza de nuestro orden social, aquellos que saben banalizar la crítica del contradictor y volver trascendentales las banalidades de la vida.
Mil altavoces por todo el país repiten que usted, el musulmán, representa lo peor de las cosas que en el mundo ha sido porque usted ya no lucha por lo que luchaba antes. Entonces toda la parafernalia del show business vendrá a nuestro servicio: su imagen de inmediato se someterá a todos los efectos especiales imaginarios y simbólicos, sus declaraciones serán expurgadas con lupa y con amplificador, su forma de ser, de vestir, de hablar y de caminar.
Las mujeres bonitas serán esenciales para la gran obra: el sagrado fin justifica utilizarlas como medios. Ellas, sus rostros, sus piernas, sus escándalos debidamente promovidos, su maquillaje, su peinado, su voz, su inteligencia, serán puestas al servicio de la repetición: usted, señor musulmán, miente cuando dice luchar por lo que luchaba antes, ahora no es más que un simple hampón.
Entonces todos los míos, que no saben qué hacer con la herencia que les estoy dejando, repetirán al unísono que usted ya no lucha por sus antiguos ideales y mientras a coro repiten la sindicación, dejan translucir, como excepcional, el modo de vida que realmente defienden y al que se han pegado como rémoras.
Yo, mientras tanto, monto el bazar, la piñata, esa feria de los idiotas a la que todos asisten queriendo ser nombrados como destacados, como privilegiados, como los elegidos. Usted, señor musulmán, no merece sino desaparecer de la faz de la tierra porque ya su lucha no es por ideales. Vienen a mi todos: artistas, intelectuales, periodistas, contratistas, menesterosos, desterrados, hampones arrepentidos, todos, en fila, a repetir la consigna, a luchar por situarse en aquel lugar que los haga más visibles. Yo gozo. Creyeron que tratándome como mueble viejo ¿me iba a resignar? Todavía tengo el poder que me confiere la fuerza, esa que he logrado mantener incólume sin dar muestras de vacilación al momento de usar la impiedad y la sevicia necesarias para mantener intimidado al resto del rebaño.
Usted, señor musulmán, no merece vivir y todos los míos merecen enriquecerse. Esa es la verdad por la cual nos matamos con ustedes, porque ustedes también piensan que la única manera de ser felices es conduciéndonos a la desaparición absoluta.
Yo estoy seguro de lo primero, de mi deseo de que ustedes desaparezcan. No admito dudas acerca de lo segundo: que todos los míos puedan ser, en verdad, ricos. Cualquier duda al respecto sería una concesión a ustedes que saben aprovechar nuestras desigualdades para presentarnos como enemigos de los nuestros. Son ustedes los que utilizan a los suyos para enriquecerse solamente ustedes y por eso atizan el fuego de la guerra porque habiéndose habituado a nacer, crecer, multiplicarse y morir sin que ella termine, han aprendido que para sobrevivir no es indispensable la vida en paz.
Ustedes hacen creer que solamente ustedes son víctimas y que, por haberlo sido, tienen todo el derecho a alzarse. Se presentan como pacíficos habitantes de un territorio al que nosotros llegamos para expropiárselo, cuando ustedes, infieles, habían expropiado el territorio de nuestros antepasados*. La nuestra sí fue una guerra justa, una guerra por reconquistar lo que nos pertenecía. La Santa Cruz clamaba por volver a manos de sus hijos. Sin embargo la lucha desplegada por ustedes hablaba del valor para defender lo que consideraban propio. Y eso es lo respetable, porque uno debe hacer lo que sea por defender lo propio.
Ahora no es así, ahora ustedes se han financiado con dineros de origen criminal, llevan a cabo acciones de enriquecimiento participando de actividades criminales, ahora lo único que quieren es hacernos desaparecer de la faz de la tierra para quedar como sus únicos dueños absolutos.
* Un doctorado en Psicoanálisis Clínico de la Cambridge University , el doctor William Soto Santiago, Pastor Supremo de La Voz de la Piedra Angular , busca, con su iglesia de siete millones de adeptos, el reconocimiento de los descendientes hebreos desterrados en el año 722 durante la invasión asiria. Recientemente, en 2005, recibió condecoración del Senado de la República de Colombia (Mención de Reconocimiento) por solicitud del senador Alvaro Araújo, detenido hoy por la parapolítica.
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