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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

¿DA LO MISMO ASISTIR A UN TALLER DE LITERATURA QUE PARTICIPAR DE LAS ORDALÍAS DE UNA BARRA BRAVA?

CUANDO TODO NOS DE LO MISMO, RECIBIRLO NOS VOLVERÁ NADIE


A quien comparó el ejercicio del Taller Renata con la pertenencia a una barra brava de cualquier equipo de fútbol del mundo

Esta realidad actual del mundo  desmiente el temor del personaje de Dostoievski para el que la muerte de Dios conduciría a que todo estaría permitido.  Los dioses no mueren, por ejemplo, los de los vencidos automáticamente se transforman en los demonios de los vencedores.  Mucho menos ahora que tantas representaciones del mundo vuelven del pasado, delegadas de oscuros y obscenos mandatos.  Para muestra este botón: el Psicoanalista Clínico doctorado en Cambridge, Pastor de la iglesia cristiana La Voz de la Roca Angular, William Soto Santiago, también llamado “el Ángel del Apocalipsis” y “la voz de la trompeta final”, representa a una iglesia ¡que busca el reconocimiento de los descendientes hebreos desterrados en el año 722 durante la invasión asiria! 

Sin que Dios haya muerto, lo impensable no cesa de revelarse posible (Valery).  Incluso “Dios” fue el nombre en clave de la bomba atómica en los laboratorios donde se construía para  ser lanzada sobre Hiroshima, Nagasaki y la humanidad entera.  Que vive, no cabe la menor duda, como también viven los dioses de todas las religiones que en el mundo todavía son.

La superación de la fantasía por la realidad no ha menguado por ausencia de Dios, todo lo contrario: paralelamente con su renovado prestigio, la humanidad se ha descubierto más capaz de impiedad, sevicia y ferocidad de lo que se temía. Lo del personaje de Dostoievski, pues, debe situarse en los límites de un libreto más próximo al fantaseo de un jugador compulsivo asediado por el remordimiento.  No es un pronóstico exacto. 

BARRA BRAVA Y TALLER DE ESCRITURA

Mentalidad y servidumbre

La mentalidad de otro tiempo habría reconocido impensable equiparar lo que lleva a cabo el miembro de una barra brava con lo que lleva a cabo el participante de un taller de escritura.  Otro tiempo más complaciente con el pensamiento crítico, más promotor de ejercicios de ilustración, más interesado por hacer de lo humano objeto de interés y posibilidad de estética y menos reacio a establecer límites y defender la diferencia.

Sabemos que ese tiempo ya no va más, que corre peligro de muerte, que así como fue concebido, nació y se desarrolló, también puede terminar.  Falible como quien lo inventó, inexacto por imposición de lo complejo, soberbio por la felicidad que prometía, ese otro tiempo aprestigió la pregunta por el ser con la premisa de no excluir lo humano y relativizar la hegemonía de las divinidades.  (Yo) “pienso, luego existo”, no solamente inventa, sino que legitima, un nuevo pronombre, una instancia que supone la autonomía, una nueva referencia  imposible de eludir sin consecuencias.

Este tiempo es otro: retornan feroces, obscenos y vengativos aquellos dioses oscuros dispuestos a responsabilizar a la vida como fuente de malestar y a re-sacralizar la muerte como único remedio.  El pensamiento, el sentimiento y la acción humanos serán considerados, exclusivamente, fuente perpetua de malestar, de incomodidad, de conflicto.

Retornamos a los efectos de la trasgresión original; otra vez la curiosidad con el árbol del conocimiento ofenderá al Creador que, furioso, hará blandir en su ángel custodio la espada flamígera. Se volverá a aprestigiar el mito según el cual la ignorancia nos hace felices, la existencia de un tiempo en el que también se gozaba porque no había que trabajar, los tiempos de una humanidad fetal, flotante, complacida con la total indiferencia  con el mundo circundante.

En ese mismo mito,  el futuro, si lo merecemos, será igual que el pasado: la contemplación sin dolores y sin conflictos, el estado de gracia.  Ya no amniótica ni silvestre, sino celestial, etérea.  La muerte de toda gravedad, el nacimiento de la flotación, del vuelo. 

La instalación en la idealización de la deidad corre paralela con el repudio por la humanidad misma: pensamiento, sentimiento y acciones humanos quedan bajo sospecha.  Para qué lectura distinta a la de un solo libro, para qué conocimiento soberbio en lugar de la gracia que produce la servidumbre complaciente y sumisa con una sola voz –escriturada, por supuesto, al elegido para representarla-, para qué preocuparse por la realidad dada si así tal como está - dirá el encargado de guiar al rebaño-  es que la quiere la deidad –que, por supuesto, él representa. 

“Se dice al hombre conócete a ti mismo no solo para abajar su orgullo sino también para hacerle sentir lo que vale”, escribía León de Greiff al final de sus días.  Abajar el orgullo es la consigna de todo tiempo copado por la idealización de la divinidad, descubrir el valor de lo humano es, también, intención de la Ilustración, inauguración de la modernidad, rebrilleo en medio del pantano…

La verdad siempre nos revela desnudos,  sobretodo avergonzados por creerlo.  Uno de los efectos de perseverar en la vergüenza propia, es que ella nos impide descubrir la desnudez del rey.  Pero otro puede ser  incomodarnos con la vergüenza misma,  permitiéndonos hacer las preguntas que nos faciliten situar la existencia más allá de la dependencia con la deidad, en el territorio, casi infinito, del pensamiento, del sentimiento y de la acción.

Porque siendo inevitable el malestar, siempre será posible el alivio.  Del modo que elijamos para obtenerlo depende tanto conseguirlo como hacer de nuestra consecución oportunidad para construir nuevos lazos sociales, nuevas maneras de reconocernos ya no, ni exclusivamente, como menesterosos carentes de todo, sino como trabajadores que no cesan de buscar la superación del malestar mismo. Investigadores, interrogadores, observadores, artistas, capaces de contradicción, de síntesis, de crítica.


Abajo el pensamiento

Se equipara la acción de dos grupos, ambas colocadas al mismo nivel.  Por un lado, la llamada barra brava; por el otro, el taller de escritura.  Se afirma que se trata de lo mismo.  Se asegura que “hay más neurosis” en los participantes del taller de escritura, como si con esta afirmación se elevara de categoría a la barra brava*

La configuración de la barra brava no puede separarse de un contexto que hace del deporte-espectáculo (en este  caso el fútbol) una representación del gozo, sí, pero también, del éxito, de las ganancias, de la dependencia del resultado a veces de un árbitro honesto, a veces de uno corrupto, cuando menos amenazado y, por tanto, del poder de la intimidación y su incidencia en la fabricación de resultados.  Siempre resuma el vago aroma del apostador escondido tras la exigencia de resultados.   El llamado mecenazgo en el fútbol derivó en la plaga de entrenadores llamados por la laxa gramática de la locución deportiva resultadistas.

Lo que se representa, el partido de fútbol, estimula el interés de un público que si se revela demandante con las bondades generales del espectáculo podemos considerar público exigente , pero que si se limita solamente a derivar su placer de la victoria de “su” equipo, podemos considerarlo público empobrecido.

Un público amante de la calidad de la representación no se arredra frente al drama de la derrota, es capaz de vincularla a otra representación, por ejemplo, la de un destino, la de una saga del esfuerzo, de la aplicación para la revancha, del intento, de la aproximación y del trabajo.  Un público empobrecido solamente admite el resultado victorioso  del equipo “amado”.  Por eso sus cantos no son épicos asemejándose, más bien, a  ciertas letanías.  Mientras las barras bravas se enloquecían al tenor de la victoria de sus equipos, los pícaros celebraban en privado por haber logrado pasar de agache sus reformas anti populares y sus privatizaciones irresponsables de los bienes públicos.  La imagen del vivo bobo resalta…

Un público empobrecido se toma en serio la metáfora según la cual es el jugador número doce. En la estrategia resultadista los papeles están debidamente asignados. Como el resto de jugadores, la apelación a lo extrafutbolístico hace parte del desempeño del público.  Esto implica que debe aprender a anestesiar todo reato de apego al reglamento del juego, declarar estúpido a quien lo pregone y ser capaz de derivar placer aun a sabiendas de haber conseguido el resultado favorable con trampa.

La barra se conforma con el fin de hacer las veces de eso que se ha creído que es y actuar en consecuencia.  Cada quién aporta lo suyo sin que sea excepcional la exageración, la extralimitación y el afán por probar a otros de lo que se es capaz “por amor a la camiseta”. Al fin y al cabo ese de lo que es capaz se ha constituido en la mejor manera de ascender en la jerarquía de las bandas. La participación activa en el espectáculo debe refrendar la seriedad con que se lo toma.  Hay que dar pruebas no de amor sino de militancia, no de simpatía sino de fidelidad, no de entusiasmo sino de fanatismo. 

La barra brava resuena con el contexto en que actúa y en el que abundan deseosos de imponer una concepción, una ideología y un orden, por la vía de la exageración, la extralimitación y el afán por probar a otros de lo que se es capaz con tal de obtener determinados fines. Anestesiados en tribuna, 2000 cadáveres encontrados en una fosa común, es acontecimiento fastidioso que estorba la euforia bobalicona colectiva.

El “equipo amado” bien puede ser tomado por subrogado de una deidad y, como ésta, idealizado, esto es, convertido en objeto maravilloso,  objeto único por fuera del cual no hay salvación, haciendo de la relación con el mismo exclusivo objeto de interés.  Llamamos a eso entusiasmo vacío, porque en lo que ocurra con el equipo y con el juego, nada del ser es puesto en cuestión, a lo sumo unas cuantas monedas en las apuestas clandestinas.

Se trata ante todo de una reacción defensiva. El drama de la existencia cotidiana queda anulado, constreñido a un lugar de la mente de donde no desaparecerá, pero, debidamente agazapado, hará notar su existencia a través de los modos de dar testimonio del amor absoluto al valor de la camiseta, del equipo.  No se trata de cualquier drama, sino de aquel que tiene que ver con la supervivencia, con la vida  y la muerte, con el amor y el desamor, con los modos de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás en una formación social determinada.  Es esto lo que se escamotea y se cambia desviando toda  pasión, potencialmente peligrosa, hacia el entusiasmo vacío.

Que sea una decisión privada no significa que no logre hacer lazo social a través de la configuración de las patotas.  Ella cristaliza un pacto que incluye, además de la adhesión incondicional a un equipo, la renuncia a pensar, sentir y actuar con respecto de la vida como drama, como historia cotidiana de la humanidad de lo humano, como posibilidad perpetua del triunfo y de la derrota, como obligación de superar las categorías elementales del bien contra el mal, como imperativo para transformar el apego a lo moral en la práctica de una ética.  “¡Abajo el pensamiento!” es la consigna que funge como atractivo total y que encuentra en el fanatismo por una camiseta una posibilidad de  realización. Pensarse humano, ciudadano, sujeto, no: la fuerza del rebaño, tributario de las viejas mañas de toda religión de esclavos, anhela borrar lo que perturba, la diferencia, el pensamiento propio, el derecho a disentir, las pifias inconfensables de un totalitarismo al que se pide explicar todo, justificar todo, organizarlo todo, encargarse de todo, incluso de nuestro placer y de nuestra salud.

Negarnos a asomarnos en la alteridad que nos hace simultáneamente  singulares e interdependientes (haciendo legítimo nuestro entusiasmo en el mismo nivel del entusiasmo de los otros, sin perder la perspectiva del espectáculo como un acto simplemente destinado a gozar y del cual no depende ninguna de las cosas importantes de nuestra existencia), nos conduce a convertirnos fácilmente en horda, en pandilla, en gallada.  Instaurar un “nosotros” idealizado en el mismo nivel de la deidad o de sus subrogados (una camiseta, un líder, un estilo de vida), con el fin de eliminar la singularidad del pensamiento, del afecto o de la conducta, nos convierte en el número del que habla la estadística, el que nos reemplaza como seres vivos. 

Antiguos patronos que gozaban de la capacidad económica para incidir en los resultados de un partido de fútbol, parecen haber delegado en las barras bravas el poder de intimidación necesario para conseguir lo mismo.  No me refiero a personajes determinados sino a una cierta moral de siervos que constriñen el resultado favorable en único objetivo aceptable; y esto no es exclusivo de gángsteres. A veces pareciéramos estar asistiendo a la prefiguración de lo que será la contienda política más adelante. 


Arriba el pensamiento

Un taller de escritura se conforma de otro modo.  Todo lo humano se vuelve tema porque la realidad de lo humano se considera, ante todo, legítima.  Pensar, sentir y actuar, esa trilogía de la realidad humana y que Jerome Bruner considera propia de la realidad mental en uno de varios mundos posibles. 

En lugar de ser negada, la adversidad por el drama de la vida se constituye en materia prima, en posibilidad estética, en oportunidad de transformación de los otros y de nosotros.  Por frágil que sea, que de hecho es, la palabra siempre será superior al acto.  Palabra escrita, rimada o en prosa, palabra al servicio de la meditación reflexiva (Heidegger), palabra novelada, vehículo de la fantasía, palabra expuesta para la traducción de varios interlocutores, en fin, la agrupación no elimina la singularidad de nadie sino que la exige, la promueve y la celebra a la par que su ejercicio fabrica un lazo social que se convierte en creación literaria, poética, deliberativa, humorística, etc.… 

El taller de escritura no elimina la discrepancia, ni posterga la discusión.  Implica el sometimiento a una única exigencia, la de participar, múltiple en sus formas y vigilante siempre de que impere el decir como vehículo.  En medio de la pasión por el pensamiento único, la ocurrencia del taller se revela límite inexorable de tal pretensión. La religión, la política, la ciencia no aparecen como únicos temas aceptables, sino como temas entre otros, realidades al fin y al cabo partícipes del mundo.  Se goza con la producción de aquel decir que dice de mejor modo aquello que por otros no haya sido dicho  o no haya  podido ser bien dicho. 

El drama pierde siniestralidad cuando la palabra lo asume y eso hace que cada quien pueda derivar gozo por lograrlo.  La fatalidad, también pasajera inevitable del drama de la vida, encuentra en el taller de escritura posibilidades de multiplicar las significaciones, transformando a quien la asume impidiéndole instalarse en la condición de menesteroso, de miembro de rebaño, de víctima o de réprobo. 

Se construye un “nosotros”, ciertamente, pero no a condición de eliminar un “yo”: un yo múltiple, caleidoscópico, diverso, que escribe, que lee, comenta, debate, recuerda, olvida, propone, entusiasma, se lamenta,  critica, ironiza, ríe, exagera, transforma, denuncia, calla, sueña, se muestra realista,  sube, baja, está y desaparece.

El taller de escritura en lugar de eludir la realidad  invita a transformarla.  Sabe de las posibilidades de la escritura pero también de los límites con los que se encuentra y en tanto que práctica, va mucho más allá de calcular sus resultados y preguntarse, más bien, con qué obstáculos se encuentra, qué mitos la fundan (L. Cornaz). 

Pocas veces, en la vida de un ser humano, lo que él escribe es tomado tan en serio como cuando treinta lectores lo hacen, semanalmente, para decirle explícitamente lo que cada uno piensa del contenido o de la forma de lo presentado y, fundamentalmente, para hacerle saber lo que vale, para tratarlo con respeto, para celebrar su producción, motivo suficiente y capaz de justificar el sábado, de hacer más llevadera esta vida, esta única vida, esta que no nos pasa una sola vez y en la que tal vez tengamos mucho que ver con lo que nos ocurra en ella.


Esto no quiere decir que no existan conflictos pero bien sabemos que en lugar de anhelar su desaparición a lo que estamos obligados es a dar muestras de madurez para afrontarlos, como señalaba E. Zuleta.   En tanto que dispositivo para que circule la palabra, el conflicto también está obligado a ser bien dicho pues ningún decir está eximido. 



EPÍLOGO

Equiparar la constitución de una barra brava con la de un taller de escritura solo se explica desde la perspectiva de una cierta subjetividad.  Independientemente de quién sea que lo haya dicho, esa perspectiva no habla sino de una postura según la cual todo nos da lo mismo*.  Lo más grave es que existe la tentación a construir un todo que dé lo mismo, que uniforme, que abomine  de Piedad y de la piedad, que prohíba la disidencia, que satanice la diferencia, que vuelva motivo de orgullo la servidumbre, la sumisión y del desprecio por el pensamiento, el sentimiento y el acto humanos.

Una nueva deidad, subrogado de la absoluta, es ya una pifia de la omnipotencia.  Que Dios sea eterno, va de suyo, pues, siéndolo, tiene que precaverse contra el error.  Esa es su soledad, no poder equivocarse, no poder cometer errores, no poder, en fin, como nosotros, pecar.   Y todo porque el remordimiento le duraría toda la eternidad. 

Nosotros -barro, equívoco y pecado- sabemos que la vida tiene un final.  Que algún día dejaremos de estar.  Estamos conminados a elegir si queremos ser para poder estar, o necesitamos dejar de estar para poder ser.  Por lo pronto, consolémonos con la sentencia epicureísta: la muerte es algo que no nos compete, mientras vivimos ella no está; cuando morimos, ya no estamos.

¡Mil años de vida a Fergusson y al (buen) fútbol inglés!

  Santiago de Cali, octubre 13 de 2009  






 

  





* Esto lo que denuncia es la concepción moralista implícita en lo afirmado, concediendo a lo que se entienda por neurosis una connotación de tara, de pecado y de defecto.  Por lo demás, con la aseveración apegada a lo puramente cuantitativo uno podría esperar la sustentación de la misma apelando a algún método medianamente convincente, que no a la elocuencia de quien habla a nombre de quién-sabe-qué-autoridad, que para el proceder da lo mismo se trate de Santo Tomás de Aquino, del Dalai Lama o de Josif Stalin. 
* Recuerdo una anécdota ilustrativa.  Un buen amigo ofreció posada a otro que no veía desde hacía muchos años.  Al poco tiempo el dueño de casa empezó a notar ciertos comportamientos que motivaron su recelo con el huésped: llamadas extrañas, compañías sospechosas por sus atuendos, extraños paquetes debidamente empacados y con marcas características semejantes a los que son decomisados de vez en cuando por la policía, en fin, nuestro buen amigo se decidió a hablar con el otro y reclamarle seriamente por estar usando su casa para fines criminales abusando de su confianza.  El otro le respondió: “¿Y qué pasa, hermano?  Cada uno tiene su profesión, usted es psicólogo, yo soy narcotraficante, y así…”

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