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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

DRAMA, PERFORMANCE Y REALIDAD



Espectadores de una tragedia presentada como espectáculo



Sentar un precedente”… La expresión es bien conocida. Desde la experiencia en la crianza  pasando por la participación en una reunión de trabajo hasta los ámbitos públicos de ejercicio del poder…  Es frecuente oírla pronunciada por quien desea justificar una acción ejemplarizante para otros. 

La condición intimidante de la expresión está llamada a  justificarse a modo de una mostración.  De novo, un acto se ejecuta. Realizado, se considera sentado. La autoridad apela a la memoria del público en general.  Cada quien sabrá a qué atenerse.

El público de esa mostración no puede considerarse simplemente espectador de ella, dado que  estará directamente afectado por la misma.  Se sienta un precedente quiere decir que se avisa a otros de las consecuencias que sufrirán de perseverar en los comportamientos que llevaron a que el ejecutante lo sentara.

Pero la noticia acerca de un precedente que se ha sentado, tiene otra significación: se trata de una presentación.  Como se suele decir: se presenta la noticia.  Otro acto, otra acción: presentar.  También ante un público que, avisado por la noticia, se verá forzado a realizar una elección con respecto de las consecuencias que, en su ser, tenga la notificación. 

Sin embargo, al mismo tiempo, alguien querrá hacer, por ejemplo, una obra de teatro que  da testimonio de una lectura acerca del acto (el precedente sentado), de la presentación del mismo o de una combinación de ambos, sentación* y presentación.  Entonces estaremos hablando, ahora, de una representación.  También dirigida a un público el que, igualmente que el segundo de los públicos insinuados hasta aquí, le corresponde elegir lo que va a hacer con lo que ha visto representado. 

Orlando Cajamarca ha escrito un ensayo que aborda esta temática y que es publicado en otra parte de este número, cuando desarrolla como tema la comparación entre el performance y el teatro.  La lectura que hice del mismo me indujo varias preguntas, entre otras, una por la condición del público, ese objeto de pensamiento que ha sido abordado con mayor autoridad por quienes se desempeñan en el campo de las artes y motivo de reflexión en el ámbito de la producción psicoanalítica (Vg.: la tercera persona en el chiste, la reacción contemporánea de un público con respecto a la presentación de la dramaturgia griega, la psicología de las masas, la ilusión como porvenir, etc. etc.) 

ENTRE EL ESCÁNDALO  Y LA ELABORACIÓN

Sentar, presentar y representar

Cajamarca establece que el performance hace parte de una sentación, a diferencia del teatro, una representación.  Entre lo sentado y lo representado, media todo un proceso que podemos denominar de traducción, una que va del acto a la palabra y otra que va de las palabras sobre el acto a otras palabras acerca del acto mismo y de su presentación y que lo transforman.  Sófocles, por ejemplo, con base en narrativas orales  escribe su obra para ser representada.  Inevitablemente hace una elección, realiza una escogencia de una de las historias entre muchas que se cuentan del personaje. Así para su “Edipo Rey”, escoge la que más conocemos: Edipo asesina a Layo, su padre, y se desposa con su madre, Yocasta. La escogencia implica dejar de lado otras versiones, como, por ejemplo, la que contaba que Edipo, ya adolescente, se enamoró de un esclavo amante de su padre y, por celos en feroz combate, cometió parricidio. 

La representación de Edipo Rey,  procedente de una de las historias acerca de Edipo, ha cautivado el interés del público a lo largo de los siglos.  Más que ella, ha sido la temática que aborda la que parece cautivante para los públicos y ha sido de la noticia acerca de esa sugestión evidente que Sigmund Freud ha inferido la explicación que se ha constituido en verdad irrefutable: el tema de Edipo cautiva al público de todos los tiempos porque todos somos Edipo, todos, alguna vez, hemos querido asesinar al padre para yacer con la madre*. 

Con todo, el público de Edipo Rey ha compartido con Sófocles, también, un no saber acerca de otras versiones acerca del parricidio edípico. Es al ejercicio de un querer ir más allá de lo obvio que debemos la nueva noticia acerca de aquellas otras versiones que no eran explícitas en la escritura de Sófocles.  Quien desee conocerlas puede consultar el “Diccionario Mitológico de Grecia y Roma”, de Pierre Grimal (Paidós, 1994) 

Lo que esto nos revela es que entre lo sentado  y lo representado, sucede algo que el teléfono roto de los juegos infantiles reproduce en el empirismo de la vida corriente.  La diferencia  entre el juego infantil  y la representación de la obra es dada por el público, pues, en lo primer caso, actores y público se confunden en uno solo, mientras que en el segundo la diferencia es tajante.  Toda palabra sentada inevitablemente afronta un destino ligado a la traducción del interlocutor.  También es lo que ocurre cuando “nos” contamos un recuerdo, en tanto que no somos siempre los mismos, en cada ocasión hacemos la respectiva traducción. 

El cuerpo: territorio de violencia


Lo que el ensayo de Cajamarca me hace considerar no se reduce a considerar solamente la diferencia entre sentar, presentar y representar o entre performance y teatro, aportes fundamentales del ensayo.  Cajamarca inicia su ensayo refiriéndose a la violencia sobre el cuerpo o, dicho de otro modo, al cuerpo como territorio privilegiado por la violencia*.  Y señala, entre otros acontecimientos, aquellos de nuestra propia historia nacional, donde algunos han sentado precedentes realizando el descuartizamiento de cuerpos mediante el uso de motosierras, casi siempre como acciones ejemplarizantes, es decir, destinadas a sentar un precedente.

Cajamarca va a desarrollar su temática, precisamente, con el privilegio que el performance le concede al daño sobre el cuerpo como una sentación que suscita en el público reacciones de diverso tipo, adjudicando al acto de sentar la violencia como espectáculo una simple resonancia con la ocurrencia de tal acontecimiento radicalmente apartada de los dispositivos de una actuación acorde con la representación. 

El teatro, al contrario, traduciendo entre la ocurrencia y su representación,  da testimonio de un ejercicio de pensamiento que hace posible mediar entre las cosas y la representación de las mismas, suscitando la existencia de un autor, sí, pero, al mismo tiempo  -con su representación- incitando al público a que de cuenta de un ejercicio de comparación (traducción mediante)  entre su propia versión y la que ve representada. Que lo haga o no, también es una elección  del público siendo la negativa a asumirla  un acto. 


Reducir la vida al consumo implica una regresión al estado neonatal

No esperamos que de la asistencia a la representación de una obra florezcan cien autores y nazcan cien escuelas filosóficas, como aspiraba el ex-presidente Mao en el ya olvidado Foro de Yenán. 

Va de suyo que el público reduzca la palabra recreación al estrecho ámbito del entretenimiento.  Re-crear y re-crearse aluden, también, al acto de servirse de lo creado para producir algo nuevo.  No siempre es así y tal vez en ello tenga mucho que ver la conversión de la producción cultural en un servicio mercantil y la asistencia a sus representaciones en un consumo.  Como consumidor el público carece de deberes  y solamente tiene derechos.  Allí no opera como ciudadano, sino, simplemente, como consumidor.  Que no re-cree nada con lo creado, ratifica que el estatuto de consumidor siempre nos coloca en el lugar del neonato, ese consumidor por excelencia, eximido de practicar deberes y exclusivamente poseedor de derechos.

El público del performance parece devolver al actor lo deseado: el escándalo.  Una indignación que suscita lo actuado y que bien puede expresarse como repugnancia o como evitación, pero igualmente como censura al significarse como ofensa (al buen gusto, a las buenas costumbres, etc.).  Su aplauso ratifica el estatuto de consumidor del acto, de la reducción de la condición humana a la de simple espectador del espectáculo que escandaliza, como si no lo afectara en su propia carne. 

Entre la barbarie de la realidad social y la representación dramatizada de la misma o de aspectos de la misma, media, entre nosotros, la presentación, habitualmente en manos de los medios, que obedecen simultáneamente a  múltiples demandas: obtener ganancias, incidir sobre el curso de los acontecimientos que suceden, ampliar y mantener su audiencia de consumidores, demostrar su poderío y su fidelidad a una concepción del mundo y de los intereses logrados por quienes tienen la hegemonía en el orden del poder, disfrazar la opinión de sus dueños  como información, etc.

Para atender a estas múltiples demandas no nos resulta extraño que la presentación apele al escándalo y se prive de acceder a promover el debate sobre aquellas coordenadas que expliquen, por ejemplo, la contribución de la impunidad, la complicidad y el beneficio obtenido, por unos cuantos,  con la eficacia de los victimarios que operan como defensores de un status quo, capaces de apelar a todas las formas de barbarie. 

Otros modos de representarse la realidad de la barbarie, emancipados de la tiranía de esas múltiples demandas, serían la literatura, la pintura, el cine, el teatro, la música, el ensayo.  Los colombianos hemos aprendido que accedemos a la verdad acerca de lo que acontece entre nosotros, más factiblemente, por la vía de los dramatizados, de la caricatura y del arte.  Un ejemplo de ello lo representaba Jaime Garzón  con todo su equipo de trabajo.   Lo que ahora nos sucede, después de su muerte cruenta, nos explica satisfactoriamente cuál beneficio se perseguía  y el jolgorio de los beneficiados, divulgado sin pudor por el canal institucional, resuena brutalmente con el jolgorio de los criminales en El Salado capaces como fueron de acompañar su matanza con música, fiestas a su vez resonantes con las que celebran, gángsteres y cómplices,  cada vez que obtienen el coronamiento de un cargamento con sustancias destinadas a destrozar el cerebro, la voluntad y el pensamiento de tantos y tantos seres humanos en el mundo.

Siendo la barbarie reducida a la condición de simple escándalo se pone en marcha un dispositivo más complejo y tan repugnante como la barbarie misma: la banalización de su tragedia al tiempo que se vuelven trascendentales las noticias de  farándula; la proliferación de toda clase de oportunistas dispuestos a sacar beneficio económico e ideológico de la producción continua de víctimas como es el caso de la industria humanitaria; la promoción de la creación de un consenso absoluto, de un pensamiento único, al tenor de los intereses  y de las producciones intelectuales de un Amo que se benefició económica y políticamente con el ejercicio de la barbarie; la transformación de los partidos en  asociaciones para protegerse de la inevitable persecución internacional; la conducción del país a la condición de paria que aspira a cobrar, con  la humillación y la sumisión, el servicio que le presta a  potencias imperiales dispuestas a apropiarse de los recursos de la región; la elevación a la condición de prestigiosos ciudadanos de aquellos mismos que no tuvieron reparo en ejercer la corrupción de las costumbres de las poblaciones con tal de hacerse a un poder sostenido por la acumulación de dinero y de capacidad de impiedad y sevicia; la reducción del debate de las ideas entre los ciudadanos a la simple opinión que se disfraza de argumento a través de encuestas reducidas a cinco ciudades capitales y a mil ciudadanos entrevistados telefónicamente, infiriendo de este pequeño pedacito de población lo que sería la opinión del conjunto de la sociedad; tornando la solidaridad con las víctimas en formas de obtener mayor raitting de sintonía para de este modo conseguir mayor número de anunciantes y, por tanto, mayores ganancias; por último, obteniendo la intimidación de los ciudadanos mediante la prácticas de precedentes sentados, y, por tanto, reduciéndolos a la permanencia en la condición de simples espectadores de una realidad que, inevitablemente, los afecta, sobretodo anestesiando su capacidad de respuesta, de paso de la condición de consumidores a la de ciudadanos.

La opinión apenas genera escándalo, el pensamiento crítico, acción

Un organismo, afectado por una enfermedad, que no reacciona, necesita del  pharmacon.  Un ciudadano afectado por una barbarie que se postuló escandalosa solo con el fin de mantenerlo intimidado ante la ferocidad y la eficacia de la misma, también lo requiere. 

Como si se tratara de un simple performance, los ciudadanos asistimos  a la presentación de las noticias acerca de la barbarie del mismo modo que  espectadores que se declaran eximidos de toda consecuencia afectiva y física sobre sus carnes y espíritus. El performance no es lo actuado, la realidad misma se ha reducido a la condición de performance y el ciudadano se exime de la afectación declarándose apenas espectador pasivo.

Permanecer en la sola intimidación, en la sola repugnancia, en el solo asco, es justamente lo que el Amo desea para perpetuar los beneficios que obtiene, él y los suyos, de la condición de tal.  Vencer la repugnancia contribuyó a fundar la bacteriología y, con ella, a avanzar en la derrota de la enfermedad y la obtención del bienestar de los humanos. Saber de qué era capaz la razón instrumentalizada en beneficio del complejo militar industrial del primer mundo, obligó a pactar el final de muchas guerras cuando los ciudadanos afectados vencieron la sola repugnancia con la barbarie y la transformaron en acciones prácticas contra su eficacia. 

La presentación de noticias acerca de la barbarie, sentada siempre como  precedente ejemplarizante, hace parte, ella misma, de ese sentamiento.  La operación del pensamiento consiste en llevarla a una representación y esto exige el paso de la simple opinión al pensamiento crítico.  Muy seguramente  su ejercicio contribuirá a diluir la coagulación del dispositivo siniestro y mortífero.  Recrearse simplemente reproduciendo, como retrato, aquello que trágicamente le sucede a la población como realidad tajante, no es otra cosa que convertir lo trascendental en banal, la presentación de la noticia acerca de lo que nos afecta en simple medio para obtener el acrecentamiento de ganancias. 

Instalados en la simple condición de espectadores del performance y una realidad presentada como si se tratara de alguno, quedamos reducidos a seres capaces de poder no hacer nada al respecto y eso haremos: nada.  Dado que algo va de la condición de organismo a la de sujetos, la omisión no hará más que revelarnos como sujetos simplemente atados a la decisión de un Amo que ya nos hizo saber que estaba dispuesto a sacrificar lo que fuera con tal de mantenerse a salvo de aquella Ley que ha sabido siempre poner a su servicio.  De ese atrevimiento todos hacemos parte interesada: el ejercicio del pensamiento crítico será la mejor manera de disuadirlo ya que se ha declarado blindado contra la persuasión.

Intenciones con ciertas representaciones

Como cliente de una empresa, aprecio mi derecho a elegir si compro o no sus productos.  La industria de los servicios ha sabido descubrir el modo de mantener enganchada a su clientela, ligada a la promesa de una satisfacción de  necesidades procedentes del miedo: así la industria aseguradora, así los servicios prepagados de salud, así las cesantías.  Si dejo de pagar cualquiera de ellos, simple y llanamente, me debo asumir responsable de las consecuencias. 

Pues bien: el servicio de información mercantilizada es otra cosa, más ahora en los tiempos del derecho a acceder a diversas fuentes que presentan la noticia  de lo que pasa en el mundo.  Ni siquiera exijo al presentador que lo haga como a mi me place.  El ejercicio del pensamiento crítico cuenta con diversas operaciones para afrontar la repugnancia: uno, muy sencillo, consiste en cambiar de estación con el dial, de canal con el control, de periódico con la compra o la suscripción (“a palabras necias, oídos sordos”); otro, en pensar y en escribir con respecto de lo que me es presentado en virtud del acto voluntario de escuchar, ver o leer  la presentación; otro, en tratar de descifrar la realidad que me afecta apelando al aprendizaje de otro idioma.  En fin, la cosa no es tan desesperanzadora como solemos creer cuando creemos que todo el mundo está feliz con el despliegue de la gangsterización de la vida cotidiana.  Las encuestas no son más que expresiones de quienes piensan con el deseo y, por infatuarse con sus hallazgos, descuidan la verdad del refrán que reza que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.

Existe también la mercantilización de la recreación, del llamado entretenimiento, y en la actualidad, la temática relacionada con el gangsterismo  y su cotidianidad parece ejercer una fascinación especial sobre los empresarios de la televisión  y un significativo grupo de productores, directores, actores  y actrices que ponen su talento al servicio de esta promoción específica.

Con esto no asistimos a un público del performance sino a uno de la representación.  Varios interrogantes provoca esta realidad: ¿Cómo explicarse el entusiasmo del televidente con la presentación de la vida cotidiana del gángster?  ¿Se corresponde este entusiasmo con una realidad nacional que muestra a los cómplices del gangsterismo incidiendo sobre la vida política nacional?  ¿La exaltación de un comportamiento, puesta en el lugar de acto representado, facilita la aceptación social del personaje?  Si esto es cierto, ¿se benefician algunos con dicha aceptación? 

Se suele justificar la promoción con la idea de que ella constituye un pharmacon para la realidad que nos ha tocado en suerte sufrir.  Se habla de una necesaria catarsis, de que la representación traería una calma ansiada, un estado de reconciliación necesario para avanzar, un remedio.  Sin embargo lo Real  insiste en mostrar una complejidad mayor que la pretendida  y muchos de los sucesos dramatizados en las series contrastan llamativamente con aspectos de la realidad que continúan expresando tajantemente que la verdad no es el actor principal de dichas series. 

Un mundo dividido entre buenos  y malos, siendo siempre los primeros los que detentan el poder y la riqueza y los segundos aquellos que provienen de la barriada y la pobreza, da testimonio de una concepción que nos incita a crear una ficción que relacionaría nuestra realidad mediática con Goebbels, si hemos de considerar el acto nazi como aquel intento por restituir la autoridad absoluta del patriarca como amo absoluto en el seno de una sociedad moderna*.  Economía de mercado e ideología medieval.  El medioevo lo coloca nuestra propia realidad en que los patriarcas provienen sobretodo del latifundio con su negativa a asumir los valores filosóficos de la modernidad los cuales implican la desaparición de la figura del Rey y de su condición de representante del Papa y de Dios.

El gángster es, por excelencia, representante del ejercicio de una autoridad que se exime del sometimiento a toda ley proveniente del afán por asumir el disenso como realidad.  La exaltación del sufrimiento del capo de capos es la representación del drama que el patriarca ha sufrido en Occidente después de que las revoluciones inglesa y francesa, pusieron collares de soga (la horca) y duchas rígidas (la guillotina), en los cuellos y en las nucas de las respectivas cabezas de la nobleza feudal.

Porque fue en razón de dichas ejecuciones que la cadena de autoridad conformada por eslabones que iban desde Dios hasta el patter familias, mostró una fragilidad que fue inmediatamente aprovechada por todos aquellos que habían sufrido de opresión y sometimiento: las colonias, los jóvenes, las mujeres, los desposeídos en general, tuvieron en las revoluciones de la modernidad una prueba de la debilidad de la cadena patriarcal y oportunidades para hacerse oir y sentir.

La conquista de una nueva forma de organización política y social, elevada a la condición de forma suprema de poder para el pueblo, nuevo soberano que desplazaría a Dios de la condición de tal, no logró ser  absoluta y el drama del patriarcado desde entonces ha conocido de su refugio en la patética supervivencia de la monarquía hasta la configuración de formas de organización que declaran guerra absoluta a todo sometimiento a una Ley superior distinta de la del Amo. 

En un país en que esa condición de negativa a someterse a un pacto superior a los intereses de un individuo se ha mostrado mucho más evidente que en otros, era de esperarse que prosperaran todas las formas de gangsterismo, ejerciendo una especial seducción tanto sobre los rentistas como sobre el lumpenproletariado,  unos y otros dispuestos a demostrar su capacidad de negarse al sometimiento a la Ley. 

El gángster, en tal sentido, se ha convertido en una especie de intermediario entre los dos extremos del espectro de clases sociales, y se la supervivencia de ambos, ejercicio que lo ha convertido en  necesidad suprema.  Su conversión en práctica cotidiana lo ha elevado a la condición de costumbre, logro que ha conseguido a fuerza de saber sentar precedentes mediante el uso de todas las formas de delinquir y mediante la seducción de todos aquellos miembros de la sociedad a quienes la Ley les había encomendado la función de ser sus guardianes. 

Su supervivencia va más allá de la captura o la muerte de cualquiera de los soldados de la causa del patriarca. La saga del Padrino finaliza con una muerte, la de la hija del capo, después de haber sido condecorado por el Papa, con quien, se supone, el malevo ha confesado todos sus crímenes.  Un supremo padre que perdona a otro supremo padre que llora.  Así se repite,  en el mundo del hampa, lo que sucede en todo Occidente con respecto de la muerte del hijo como la muerte emblemática  y que sustituye la anterior, la muerte del padre. ¿Qué si no es del drama del Padre, de lo que se trata? 

Esta saga inauguró toda una serie de pequeñas versiones criollas en nuestro medio, tan dado a preferir copiar que a crear, usando la misma fórmula: que la cámara siga, paso a paso, segundo a segundo, la vida cotidiana del gángster, convirtiendo la representación del mismo en una forma de obtener indulgencias para con sus crímenes, banales en virtud de la presentación  repetida de su humanidad común y corriente.

Mas esto no alude a una supuesta intención malévola de productores y  empresarios interesados en manipular las conciencias de los espectadores anestesiando sus principios morales y exaltando en cada uno sus peores deseos.  Una acción tan fácil de impedir solo con apagar la televisión, no puede considerarse tan poderosa como sí el hecho de las razones que explican cómo los espectadores  se extasían con dicha representación.  Todo esto no hace sino hablar de una época, de una cultura que en este tiempo añora la figura del supremo patriarca y que lo llama mediante el lloriqueo melodramático para que restablezca el supuesto tiempo feliz en el que los hombres  y las mujeres no tenían que sufrir las consecuencias de la soberbia de su pensamiento, de sus fantasmas y de sus desvíos. Como los esclavos, cuando eran liberados: la libertad se convertía en su drama.

Banalizar la tragedia parece ser la consigna que nuestro buen pequeño burgués desea aplicar al retorno fantasmal de un pasado que lo colocó del lado de ese representante del supremo patriarca que ha sido el gángster.  Es ingenuo pensar que el pecador quiera volver a un redil de justos que hace ya bastantes siglos que desapareció, es más, que tal vez nunca haya existido.  No: nuestro miembro del ejercicio de una moral adecuada a sus deseos a lo que aspira hoy es a entronizar, como ideal, la misma realidad que lo ha colocado en el lugar del privilegio.

Este privilegiado no necesita justificarse nombrándose representante ni de Dios ni del Pueblo.  Y es justamente por el hecho de que la humanidad, hoy, de lo que se ha cansado es del afán de tenerse que justificar en lo que es y en lo que está a nombre de un poder superior, de una mixtificación cualquiera. 

Sentar precedentes mediante el uso de la fuerza (bruta y brutal) parece ser al mismo tiempo el fin y el medio, de ahí que se configuren  formas de presentación del precedente sentado y de representación de las dos anteriores.  Acomodarse a la realidad, pensar positivamente, no dañar el ambiente, negar el conflicto, promover el consenso, declarar al disidente enemigo de la paz pública, espiar a los adversarios, introducir el valor agregado de la ilegalidad a hábitos autorizados como el consumo de tabaco, criminalizar la protesta social, son todas mercancías que el espectador desea consumir para despojarse de la intriga acerca de su ser que lo angustia y lo apoltrona en un sillón, todos los días, para asistir a la conversión de la repetición en espectáculo, verdadera acción masturbatoria que lo exime del afán de vérselas en directo con otro pensamiento, otro cuerpo y otra piel. 


FINAL

El cuerpo, territorio de violencia, objeto de violencia: herido brutalmente, muestra el precedente que el autoritarismo quiere sentar, presentar y representar.  Al fantasma que antes recorría al mundo se le combate con otro fantasma: el del patriarcado al que se le creía herido de muerte.  Muchos lo anunciaron, incluso con aquellos diagnósticos de situación que significaban el ejercicio plural de la violencia como procedente de madres santas reproductoras de hijos perversos.  Se tiene que añorar mucho un padre como para estar convencidos de que todo el malestar proviene de su ausencia.  Pero ya conocemos los alcances de que es capaz una venganza personal que hace lazo social con la causa de la restitución del Padre Absoluto en el territorio polisémico de la vida  y de la muerte. 

A la caída de Hitler y de Stalin (llamado “el padrecito”), solamente le falta la caída ya no de un hombre sino de una mentalidad, la que determinó lanzar la bomba atómica sobre ciudades pertenecientes a un país cuyo rey y cuyo ejército ya se habían rendido, todo con el fin de disuadir a los soviéticos de lo que debían afrontar en caso de llevar sus ambiciones territoriales más allá de lo que Occidente estaba dispuesto a permitir.  Típico modo de proceder del establecimiento y del gángster: la brutalidad sentada, presentada y representada, con el fin de disuadir al adversario que, definitivamente, ni es manco ni es mudo ni es bruto ni está constreñido por el sometimiento a esa Ley que el otro viola porque él mismo sabe cómo redactarla tanto para imponerla como para desconocerla, según las circunstancias. 

Como en el caso  del capo, la arbitrariedad es al mismo tiempo el medio y el fin.  Delirante no es su afán de grandeza, sí el abono que se le presta para que logre imponer un modo de vida, un modo de ser  y un modo de relacionarse que no depende de la supervivencia de sus individuos convertidos en leyenda, sino de su propia reproducción posibilitada desde la mentalidad de quienes aceptan colocarse apenas como espectadores de la tragedia. Convertido su fantasma en ideal de yo, asistiremos a la proliferación de bípedos que se postulen yo ideales, encarnaciones de esa versión vengativa, siniestra e infatuada de la resurrección del padre dueño de todos los bienes y de todas las cosas. 

Ya se tomaron la tierra, ya se tomaron los gobiernos a todos los niveles, ahora se postulan veedores y vigilantes del comportamiento ciudadano.  La banda debe ser purgada de las excrecencias que ella misma produce en su exterior.  No existe prohibición más eficaz que la del consumo de droga en la cocina del traficante. Validos de la experiencia, el tabaco se desliza progresivamente a la condición de sustancia prohibida, arrojando el valor agregado de su nueva condición de ilegalidad, para rentabilizar su intercambio. La vocería de la nueva sociedad la representan aquellos que habiendo sido capaces de complicidad con crímenes tan repudiables como las masacres, hoy se postulan defensores de la salud pública y condenan con más fiereza al consumidor de sustancias que al perpetrador de genocidio.

Límites posibles

Un suceso de la guerra civil española nos revela un límite para que ese poderío se solace de modo absoluto: frente al pelotón de fusilamiento un republicano hizo gala de furia aprovechando la última palabra que el jurado le había concedido antes de morir.  Les dijo: “Ustedes, señores, podrán quitarme todos los bienes como, en efecto, me los habéis quitado; podéis quitarme toda mi familia como, en efecto, me la habéis quitado; podéis quitarme la libertad como, en efecto, me la habéis quitado; podéis quitarme la vida como, en efecto, me la quitaréis.  Pero hay una cosa que no me podréis quitar nunca, os lo aseguro”.  Un miembro del jurado  poseído por la curiosidad  preguntó al condenado: “¡Decid cuál!”, a lo que este respondió: “¡el miedo que estoy sintiendo en este momento!”

Precario, muy seguramente, pero al fin y al cabo límite a la acción del déspota.  Todo arte de la guerra incluye el miedo como realidad conjurable, es tiempo de que el arte de hacer la paz se proponga lo mismo.  No forzará el olvido para con las acciones heroicas de muchos ni procurará resignificarlos como actos innecesarios.  Pero existen muchos testimonios que dan cuenta del poder superior de la inteligencia, del humor  y de la malicia para colocar al miedo al servicio de la eficacia de una causa.  En la guerra, su reconocimiento induce a prestar la atención debida al proceder planificado y organizado.

Porque ante el inexorable destino a que nos condena la fatalidad, el miedo que sentimos debería aconsejarnos, en lugar de la cobardía, la capacidad de transformarlo en pensamiento crítico, en investigación, en hermenéutica; en lugar de la pasividad, acciones de representación que haga de la catarsis algo más que el simple desahogo; en lugar de la idealización de lo que ya no se pudo evitar, las preguntas acerca de los modos en los que cada uno contribuyó a ella; en lugar del aislamiento, la construcción de nuevas formas de organizarnos para resistir primero y para vencer después; en lugar de la reconstrucción del tejido social, comenzar a situar la responsabilidad del que existía en la producción de la tragedia que nos afecta; en lugar del amor por la esclavitud del neonato, la ilustración  de los derechos y de los deberes del ciudadano; en lugar del entusiasmo vacío, la entrega de la existencia al reconocimiento de que vida hay solo una y cada quien tiene mucho que ver con lo que en ella le suceda.

Que otros continúen ilusionados con que sus conquistas escapan a la dialéctica de la realidad, que otros crean que triunfaron porque se apropiaron de todo, que otros supongan a la víctima incapaz de asumirse responsable de su propio destino, que otros crean que el olvido y el perdón reemplacen la inevitable puesta en acto de la verdad, la justicia y la reparación, que otros sean los que supongan que lo suyo es inmutable porque todavía creen derivar su poder de la inmutabilidad de sus creencias. 

Mientras que unos reconocemos nuestros límites para saber qué hacer, los otros se supongan siempre ubicados automáticamente en los lugares de privilegio: creyente/ateo, norte/sur, arriba/abajo, divino/humano, noble/villano, patrón/guache, reina/guaricha, primer mundo/tercer mundo, blanco/etnia, biológico/cultural,  bueno/malo…

Reconocer el límite cuando se aborda lo difícilmente pensable, ha sido la historia de la superación, mediante el conocimiento, de aquello que por ser ignorado hacía creer insuperable la instalación en el drama. La fatalidad no ha sido escriturada a uno solo sector de la humanidad.  










   





   

  






* Sabrá el lector de estas notas disculparnos el empleo de este neologismo que será justificado a lo largo de estas líneas.
* Permítasenos recordar, en este punto, otra representación, esta musical y cómica, acerca de la interpretación freudiana, por parte de Facundo Cabral, antes de que convirtiera su música en prédica: “Abrí un hueco en la tierra  y llegué al infierno donde me encontré con Freud que, por supuesto, estaba con su mamá”. 
* No único puesto que también la mente de la otra persona, su comportamiento o sus actitudes, puede definirse como otros territorios posibles para la violencia.
* Como decía Gramsci: resolver los problemas del intercambio de mercancías a punta de bala.

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