Somos lo que hacemos, también lo que decimos, pero más lo que omitimos y lo que callamos. Quiero decir: ni el habla ni el acto dicen más de nosotros que el silencio y la inhibición, esa otra forma de actuar que coloca al no-hacer como potencia. Impotencia no significa “no poder” sino “poder no”. Podemos no hacer algo para impedir un crimen y, en efecto, eso hacemos: nada.
Mientras el escenario de la guerra local se llena de bienvenidas a la muerte (qué otra cosa esperar de la guerra sino es ese tipo de bienvenidas) leo con fruición el libro de César Hasaki, EL CUERPO MEDIÁTICO y me asombro con varias afirmaciones que el autor sustenta de modo paciente y severo.
Un punto de partida esencial: nunca antes se había multiplicado la intercomunicación como hoy día: la internet tiene que ver mucho con esto, pero también la telefonía celular y otros elementos técnicos. Nunca ante los nexos entre quienes conformamos una masa, habían intensificado su comunicación como sucede hoy en día. Al mismo tiempo, el incremento de la intercomunicación se corresponde con la quietud de los cuerpos. Sin tener que desplazarse cada quien hace posible la comunicación con quien desea hacerlo.
Algo se está perdiendo en esta disposición inversamente proporcional y es la necesidad de contar con un ágora. El ágora era el espacio físico correspondiente a la necesidad del encuentro físico entre los miembros de la masa. Posibilitada la comunicación sin necesitar del desplazamiento de los cuerpos, se hace innecesaria el ágora, emergiendo, en su lugar, otra noción de espacio que estrictamente hablando es un no-lugar, un no-espacio, el llamado espacio virtual.
La sociedad de control, esa que según Deleuze ha relevado a las sociedades disciplinarias, demuestra la factibilidad de crear su objetivo supremo que no es otro que el del control de los espíritus. Nos sabemos inmersos, durante el ejercicio de nuestra comunicación con el otro, en un espacio al que puede acceder con facilidad todo aquel que nos provee la tecnología que facilita el acto.
Un nuevo índex quizás, esté configurándose, esta vez consiguiendo, de entrada, el control sobre los derechos de autor acerca de lo que publicamos. Con la obra de Sade existió, por lo menos, cierta secuencia: primero se le encerró debido a su obra, después su obra se hizo legal y su encuadernación corrió por cuenta de los pacientes de Charenton, en un verdadero servicio de terapia ocupacional. Muerto el autor, la obra por la que había sido castigado, se convertía en fuente de ingresos para el hospital que lo vio morir. El nuevo índex declara que el autor de toda obra publicada en el espacio de la virtualidad pierde sus derechos sobre ella, hay que leer la letra menuda de la aceptación que cada quien firma cuando se suscribe a un servicio de red social determinado.
No obstante hemos de mantener intacta la firmeza por dar a conocer nuestro pensamiento aun a sabiendas de que nuestro derecho de propiedad sobre su escritura sea hurtado por otros. Alguien que observa nuestras palabras, que infiere conclusiones acerca de nuestros pensamientos y que sabe tolerarnos a la espera de que alguna vez pueda hacer uso de nuestra producción, sin reservas. Para nuestro bien o para nuestro mal.
Santiago de Cali, septiembre 26 de 2010
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