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E. BOTERO T.

viernes, 24 de septiembre de 2010

NUESTROS JÓVENES: NOSOTROS MISMOS IV


La lectura del libro de Alba Marina Escobar sobre la vida de su hermano, el conocido narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, arroja buena cantidad de iluminación para comprender, por lo menos en este caso en particular, la incidencia del comportamiento familiar hacia los actos del individuo que años después cumpliría papel destacado en la historia del hampa en nuestro país y de los nexos entre ella y sectores destacados de la sociedad.

No creo, como sí lo creen muchos, que este libro represente una apología al delito y que deba censurarse el papel asesor desempeñado por una periodista de reconocido prestigio que prestó sus servicios profesionales en la presentación escrita.  Por el contrario, será mucho mejor para que podamos avanzar en la comprensión de los trazos de nuestra versión del malestar cultural, conocer, como se dice, de primera mano, elementos de juicio procedentes de testigos de excepción, como en este caso, la hermana del capo.

Me llama la atención sí, el hecho de que el libro haya sido auspiciado por la revista Semana, la misma que durante la época de esplendor y prestigio del capo, lo denominó, en su portada, “El Robin Hood Paisa”, denominación que dista mucho de toda la clase de adjetivos e insultos que la gran prensa nacional ha empleado contra el narcotraficante después de muerto.

Hay que decir que aunque la narración de la hermana esté sometida al rigor gramatical que aporta la periodista,  la locución está hecha en primera persona del singular y la  puesta del nombre de la hermana como coautora del libro junto con el de la comunicadora social, nos autoriza a tomar por locutora primera a Alba Marina Escobar Gaviria. 

Llama pronto nuestra atención la afirmación que hace acerca de la postura que asumían los familiares de Pablo  una vez se enteraban de las acciones criminales de su hermano. Total aceptación, total apoyo.  La familia, entonces, ese verdadero espíritu que siempre es destilado de  la sumatoria de clanes que conforman los mafiosos a lo largo y ancho del mundo, aparece descrita en su comportamiento como plataforma continental dispuesta para el salvamento del miembro que corre el peligro de naufragar en los meandros de sus actividades criminales.

Sabíamos, por ejemplo, del caso de las madres de muchos sicarios que encendían dos velones a la imagen de María Auxiliadora, uno con el fin de que la imagen protegiera la integridad y el buen éxito de su hijo y otro con el fin de que protegiera a la vida del asesinado.  “Dios y Madre”, era el texto que se tatuaban, del lado del corazón, muchos de esos sicarios, que, para agregar, ataban un escapulario de su tobillo para ganar velocidad en el escape y tatuaban una cruz en el dorso de su mano, entre el pulgar y el índice, con el fin de obtener puntería.  La Sagrada Familia era, pues, invocada como protectora del crimen, única dispensadora de la protección, capaz de apoyar al criminal de los avatares del castigo que provendría tanto de los familiares del asesinado como de la justicia humana.

Conocemos el trabajo de Helena Morales Ortega,  Docente-Investigadora de la Facultad de Derecho de la Corporación Educativa Mayor del Desarrollo Simón Bolívar, LA FAMILIA: UN AGENTE CRIMINOGENO? que se propone precisamente pesquisar de qué modo la familia se comporta como tal en la producción de la delincuencia juvenil. 

Su hipótesis de trabajo la reproducimos textualmente:

Entre mayor sea la deficiencia de la familia como agente de socialización del niño, mayor es el riesgo de delincuencia y/o perturbaciones del comportamiento en el joven o adolescente.

El trabajo completo de la doctora se puede encontrar en www.unisimonbolivar.edu.co/revistas/aplicaciones/doc/168.pdf.



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