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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

ENVENENAMIENTO DE MENDIGOS EN CALI

LA SOLUCIÓN CRIMINAL


Eduardo Botero


En meses pasados, durante las festividades navideñas, un individuo se acercó a un habitante de El Calvario, situado en el centro de la ciudad de Cali, y le entregó un paquete que contenía natilla y buñuelos, dos golosinas emblemáticas de las fiestas.  Quien recibió el paquete no sospechó nada extraño pues es frecuente el acercamiento de ciudadanos bondadosos que solidariamente llevan alimento a los pobladores de uno de los sectores más deprimidos de Cali y que subsiste con toda sus problemática de miseria, atracos, consumo de drogas, expendio, riñas, etc.

Pues resultó que la natilla y los buñuelos estaban envenenados: un tóxico organofosforado de letalidad máxima, empleado usualmente para exterminar la plaga de los vegetales en cultivo, más cierta cantidad de vidrio molido, capaz de perforar en millones de partes cualquier intestino humano.

El día 31 de diciembre pude celebrarlo en compañía de familiares y amigos.  Entre estos últimos estaba Rafael Castaño con su esposa, procedente de Medellín y de visita en casa de su hermana y cuñado, este último, primo mío. Allí tuve oportunidad de escuchar, de boca de Rafael, conocido en Medellín como “El Juguetero Mayor”, porque cuenta con la colección de juguetes más importante del país que guarda con esmero en el mismo taller en que diseña y fabrica obras destinadas a la didáctica y a generar una estética original para el comercio, tuve oportunidad de escuchar de su boca, repito, lo que fuera una visita precisamente a la zona de El Calvario, en horas de la mañana, en compañía de su esposa.  El centro de las ciudades nos atrapa, decía ella.  Lo que a mi me pareció más llamativo fue justamente la nula referencia a haber vivido ataque alguno.  Por el contrario, Rafael, en El Calvario, encontró el ramo de rosas color salmón que entregó a su mujer como  parte del regalo con motivo de su cumpleaños el 1º de enero siguiente.  Rafael es un reciclador vocacional y militante y, buena parte de su magnífica colección, la ha conseguido como resultado de sus excursiones a los centros de las ciudades que visita.    

Hoy, 2 de enero, me entero del intento de envenenamiento realizado en la noche del 31 de enero, más o menos a la misma hora en que departía con Rafael Castaño y demás asistentes al festejo privado.  Comento la noticia con alguien que, inmediatamente, me quiere hacer caer en la cuenta de que esa acción era de esperarse pues esa gente no hace sino atracar y meter vicio.  Yo apenas muestro mi indignación, uno ahora no sabe si indignarse sincera y abiertamente con este tipo de acciones pueda convertirlo a uno en sospechoso de terrorismo o cosa parecida.  Apenas sí muestro mi indignación y reparo en que, a pesar de todo, mi ocasional contertulio, es vocero apenas de una racionalidad que se ha entronizado en nuestro medio social, según la cual, el exterminio de los miserables hace parte de una solución.  Tomo al pié de la letra esa racionalidad y entonces la califico: se trata, pues, de una solución criminal.  Es decir, mediante el expediente del medio criminal, se aspira a un fin considerado excelso, deseable, posible. 

Muchos ciudadanos piensan de esta manera, aunque en público lo desmientan: pero basta con escuchar que su único comentario al respecto de lo sucedido sea el de una justificación como para uno empezar a temer lo peor de aquí en adelante.  Se trata de toda una cultura, como se estila decir por estos días: la cultura de la denominada, sin tapujos, limpieza social, esto es, la representación de una sociedad limpia y pura, asediada por agentes dañinos que es preciso eliminar radicalmente para salvar a aquella.

Esta cultura es del mismo orden de aquella que se representa lo tradicional como impecablemente puro, ignorando deliberadamente que el mal es tan tradicional como el bien mismo y que lo imperecedero es precisamente su dialéctica.  Y del mismo orden de aquella que supone, para nuestro país, la inexistencia de un conflicto claramente determinado por causas sociales, económicas y políticas, reduciéndolo a ser la mera consecuencia del  asedio de  malhechores en contra de la sana y santa sociedad en que han nacido.

Matar pobres para acabar con la pobreza, parecería ignorar que la riqueza misma se levanta sobre la base de la existencia de los pobres.  Parecería, pero no es así y, por tanto, es una manera de multiplicar la ocurrencia de hechos que conduzca a garantizar la total adhesión de los sobrevivientes, para que el ciclo reproductor de la riqueza jamás se interrumpa.  La muerte de los pobres no conduce a la eliminación de los mismos: es una manera de garantizar la supervivencia del miedo, de la obediencia ciega y del sometimiento de los que quedan vivos.

BASES PARA UNA ANATOMÍA DE UN ENANO


¿Qué es un sapo?  Un sapo es un animal susceptible de morir aplastado.  Cuando alguien usa el nombre para insultar a otro no está haciendo tanto una descripción (el pobre batracio no tiene mayor responsabilidad anatómica ni fisonómica en el asunto), como si manifestando su deseo con respecto del destino del insultado.  No es otra cosa la que explicaría el destino que le espera a todo violador de esa omertá que tendemos a creer exclusiva de la mafia siciliana pero que la vida nos enseña a encontrarla en la mayor parte de las culturas humanas.

Quien habitualmente justifica las acciones criminales contra los pobres, como acciones ejemplarizantes y necesarias en razón de contraataques vengativos, generalmente es un pobre individuo que, al momento de que la vida le reclama postularse en el lugar de la hombría, suele refugiarse en el mal humor pusilánime individual. 

Se los conoce fácilmente: cuando hablan de política, son unos fieros defensores de las medidas autoritarias, se declaran férreos electores de los que proponen soluciones de fuerza para resolver los problemas relacionados con el capital y el intercambio de mercancías, interrumpen, con su retórica repetitiva cualquier ambiente de camaradería y de festejo haciéndose los adalides de una causa que consideran sagrada, anuncian estar dispuestos a colaborar con las autoridades denunciando a aquellos que consideran prestan su servicio a la causa de los enemigos de la Patria, de la Religión o de la Familia, esos valores que dicen defender, si es preciso, hasta con los dientes.

Simultáneamente, en sus vidas privadas, pobres vidas privadas de todo: de deseo sexual, al que han vulnerado por considerarlo siempre obra del demonio; privados de fortaleza para afrontar las dificultades propias de la vida, refugiándose siempre en las faldas de una mujer que no los mira con más desprecio porque todavía su corazón no se ha envenenado del todo; privados de la hombría necesaria para defender a los suyos de  quien los maltrata con total impunidad; privados del coraje que representa vivir la vida humana, demasiado humana, temerosos de los supuestos castigos que recibirán en otra vida que siempre se representan mejor que esta. 

Ese contraste es el que traza el principal aspecto para la anatomía de un enano que es preciso realizar con el fin, simplemente, de que el laicismo deje de lloriquear frente a los alardes de poderío que hacen todos los fundamentalistas del mundo, en estos momentos. 

Este enano es el que vota a favor, siempre, del poderoso que lo esquilma.  Es un masoquista inveterado que necesita de acciones contra su dignidad para hacerse más estimado por los ojos de unas divinidades que él exalta bondadosas y misericordiosas.  Es el que clama en contra de toda propuesta que lo lleve a pensar por si mismo, porque sabe que ello lo colocaría por fuera de esa tutela que le resulta tan indispensable para vivir. 

Y es el que, en últimas, a veces pasa todo límite y se atreve, por ejemplo, a envenenar una natilla y unos buñuelos, hacerlos pasar como obra de misericordia y entregárselos a unos seres humanos determinados la noche de fin de año. 








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