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E. BOTERO T.

sábado, 18 de septiembre de 2010

. HOBBES Y EL HORIZONTE DE SU ÉPOCA

UN PASAJE EN EL LEVIATAN






No es frecuente encontrar a Hobbes en los textos de historia de la psicología o de la psiquiatría.  Solamente unos cuantos consideran indispensable colocar el nombre de Hobbes al lado de Locke y, por tanto, reconocer su contribución a la historia de los modos de representarse la actividad mental y su influencia en Occidente.

El estudio del Leviatán, su magna obra, arroja singulares aportes acerca del entendimiento, la imaginación y la memoria humanas, que el autor presenta a modo de sustentación de lo que será su particular concepción del Estado.  Debemos recordar que el título completo de la obra es este: Leviatán o la materia, forma y poder de una República Eclesiástica y Civil.  Escrita en 1651 todavía se estaba lejos de plantear la separación radical entre Iglesia y Estado,  pero la obra de Hobbes inaugura un camino que conducirá inevitablemente a tal destino, toda vez que el análisis hobbesiano crea y justifica, como objeto de análisis, la relación entre los dos poderes. 

Debe recordarse que el libro se escribe mientras Inglaterra sufre una guerra civil en virtud de la cual el rey Carlos I ha sido ajusticiado y el trono es ocupado por Cromwell.  ¿A nombre de qué autoridad soy juzgado? pregunta Carlos I.  La respuesta es inmediata: en nombre de la autoridad del pueblo.  Comenzaba, pues, la agonía de una soberanía, la de Dios, con relación a la cual se legitimaban las autoridades terrenales que, adscritas a su vez a la autoridad del Papa, derivaban su legitimidad de la representación de la divinidad en la tierra. Debemos recordar también que, cuando la monarquía es restituida, una de sus primeras medidas será la de prohibir el Leviatán, acusado su autor de justificar el gobierno de Cromwell.

Es en medio del fragor de esa guerra civil que Hobbes escribe el Leviatán.  En esta encontramos un pasaje en el capítulo III, De la Consecuencia o Serie de  Imaginaciones, que nos muestra al escritor desarrollando simultáneamente un planteamiento acerca de su teoría del entendimiento humano y, en el ejemplo que coloca, dando a conocer su punto de vista acerca de la guerra civil en la que está involucrado su país.

Hobbes acomete el asunto de la consecuencia o serie de pensamientos entendiendo por tal la sucesión de un pensamiento a otro.  “Cuando un hombre piensa en una cosa cualquiera, su pensamiento inmediatamente posterior no es, en definitiva, tan casual como pudiera parecer.  Un pensamiento cualquiera no sucede a cualquier otro pensamiento de modo indiferente”[1].

Todo se debe al movimiento de las fantasías, actividad propia de estas dentro de nosotros.  Hobbes considera dos clases de pensamientos o discurso mental: la primera carece de designio, es inconstante sin que en ella exista un pensamiento gobernante, por lo que el pensamiento asociado “se constituye en fin u objeto de algún deseo o de otra pasión.  En tal caso se dice que los pensamientos fluctúan y parecen incoherentes uno respecto a otro, como en el sueño”.[2]

Se trata de la clase de pensamientos propios del distraído o de aquel que piensa sin estar preocupado por un tema en particular.  Lo interesante es que con todo y lo deshilvanados que parezcan, no faltará quien pueda percibir “el hilo  y la dependencia de un pensamiento con respecto a otro”.[3]

Es aquí cuando aparece el ejemplo que sirve a dos fines simultáneamente: el primero, probar lo que se viene afirmando; el segundo, ofrecer una opinión propia del autor con respecto de la guerra civil en que está involucrada Inglaterra.  Entonces el autor escribe:

Así en un coloquio acerca de nuestra guerra civil presente ¿qué cosa sería más desatinada, en apariencia, que preguntar (como alguien lo hizo) cuál era el valor de un dinero romano?  Aun así, la coherencia, a juicio mío, era bastante evidente, porque el pensamiento de la guerra traía  consigo el de la entrega del rey a sus enemigos; este pensamiento sugería el de la entrega de Cristo; ésta a su vez, el de los treinta dineros que fue el precio de aquella traición: fácilmente se infiere de aquí aquella maliciosa cuestión; y todo esto en un instante, porque el pensamiento es veloz[4].

El ejemplo prueba lo que se había afirmado anteriormente y que se refiere a que aun en los pensamientos aparentemente más desatinados es posible encontrar los nexos que rigen sus relaciones entre sí. Igualmente prueba que el tiempo no cuenta solo como cronología en tanto que los sucesos de la guerra civil distan más de 17 siglos de los narrados por los evangelios acerca de la entrega de Cristo a los Romanos.  Se trata más bien de la resonancia que existe entre un hecho y otro, la entrega de Cristo y la entrega del rey: el precio de una traición.  Es del tiempo lógico de lo que se trata.  Entrevisto ya por Hobbes en la primera parte de la presentación de este capítulo:

Pero como en las sensaciones, tras una sola y misma cosa percibida, viene una vez una cosa y otras otra, así ocurre también en el tiempo, que al imaginar una cosa no tenemos certidumbre de lo que habremos de imaginar a continuación.  Sólo una cosa es cierta: algo debe haber que sucedió antes, en un tiempo u otro[5]. 


Lo segundo es que el autor, mediante un ejemplo puesto a probar una argumentación, puede dar su testimonio acerca de lo que está ocurriendo en la guerra civil que a él afecta y no de cualquier modo. 

No puede asegurarse con certeza que nos encontremos con una de las fuentes que permitió a Leo Strauss recomendar procedimientos protectores para los escritores que trabajan bajo circunstancias de persecución (Cfr: La Persecución y el arte de escribir).  El pensador decía que el escritor debía escribir de tal modo que el más inteligente de los censores no pudiera encontrar motivos para acusarlo y el más imbécil de los lectores pudiera entender lo que escribía.  Arte difícil, por cierto, pero debemos recordar que Leo Strauss dedicó un estudio minucioso de la obra de Hobbes que le permitió la firmeza y la transparencia en la presentación de su obra. 

Lo cierto es que el ejemplo es a la vez recurso, o si se prefiere, ardid, para expresar una opinión política de coyuntura.  Se trata de una habilidad de la que no sabemos cuando cada quien precisará de contar con ella.






[1] Hobbes, T. Leviatán, FCE, México, 2000, pág. 16
[2] Ibid, pp. 16-7
[3] Ibid, p. 17
[4] Ibid, p. 17
[5] Ibid, p. 16

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