ACTUALIDAD DE UNAS PUNTUALIZACIONES PSICOANALÍTICAS SOBRE LA PARANOIA[1]
En 1910 Freud escribió su ensayo acerca de la paranoia basado en la lectura del libro que Paul Schreber había publicado en 1903, titulado Memorias de un Neurópata. En términos generales, tal como es recordado por James Strachey[2], “uno de los rasgos notables de su libro es el contraste permanente que ofrece entre las complicadas y ampulosas oraciones del lenguaje académico oficial vigente en la Alemania decimonónica y las marcadas extravagancias de los fenómenos psicóticos que describe”.
Me propongo en este ensayo argumentar a favor de la actualidad de las puntualizaciones escritas por Freud en ese entonces, pasando por demostrar el nexo entre la crianza, la pedagogía y el desarrollo de la paranoia como consecuencia directa de aquellas, tanto en el plano personal como en el colectivo (social), insistiendo en que la definición tradicional de delirio encuentra en este caso un límite fundamental.
EL TESTIMONIO DE UN ENFERMO DE LOS NERVIOS
Paul Schreber escribe sus “Memorias de un Neurópata” hacia el año de 1900 y las publica en 1903. La difusión de su obra constituye un acontecimiento en Alemania y en Austria, pues Paul es hijo del higienista Daniel Moritz Schreber, el creador del Kindergarten, pedagogo médico que a través de publicaciones y de conferencias, había formulado las razones para explicarse el debilitamiento del poderío alemán. Sus ideas tuvieron amplia difusión, testimonio de ella la organización de centenares de “círculos schreberianos” a lo largo de los dos países, a los que asistían educadores, médicos, padres de familia y funcionarios de la educación y de la salud. La ideología schreberiana contenía la respuesta a un diagnóstico sobre la cultura alemana: su declinación como potencia provenía de la pérdida de sus valores, incluida la declinación de la función paterna. Se consideraba efecto del romanticismo. Para el pedagogo, el sentimentalismo era enemigo de los valores espartanos que otrora habían decidido la grandeza de Alemania.
Que uno de los hijos más brillantes del pedagogo no solamente enloqueciera sino que diera testimonio de su enfermedad a través de la publicación de sus Memorias, colocaba en el ambiente cultural alemán una temática mortificante para aquel movimiento que ejercía gran influencia en el diseño de los métodos de enseñanza oficiales, aunque negaran la relación entre su enfermedad y los métodos de crianza empleados por un padre que había puesto en práctica sus recomendaciones públicas en la crianza de los propios hijos.
Pero habría más: Schreber, hijo, enloquecería después de haber sido tratado por una de las autoridades psiquiátricas más famosas de entonces, el Dr. Fleschig, quien le habría diagnosticado una Hipocondriasis grave a la par que una infertilidad. Fleschig era acusado por Schreber como responsable de un crimen contra este, el almicidio, en alianza del psiquiatra con Dios. Esto representaba también, un acontecimiento, pues, el llamado a curar era puesto por su enfermo como el responsable del estado en que quedó después de haber sido tratado.
CRIANZA Y PEDAGOGÍA: LO FAMILIAR Y LO SOCIAL
Paul había sido criado por la severidad de un padre que aplicaba con sus hijos los ejercicios recomendados públicamente en sus conferencias y manuales, entre estos últimos, uno de “Gimnasia Médica” que contenía, entre otros, este ejercicio para conseguir el fortalecimiento de la tolerancia a la frustración: obligaba a sus hijos a un ayuno prolongado y, al final del día, los llamaba, mediante el sonido de un pito, al comedor, cuya mesa estaba repleta de toda clase de ricas viandas. No estaban autorizados a sentarse inmediatamente, cada hijo debía colocarse de pie detrás del asiento adjudicado, debiendo esperar, para sentarse, el nuevo sonido del pito sin estar autorizados todavía a servirse comida alguna. Para esto era necesario otro sonido del pito, que no se producía nunca pues el obstinado padre daba la orden a un mesero de que llevara aparte, lejos de los hambrientos y atormentados hijos, toda la comida.
Porque el debilitamiento de la tolerancia a la frustración era considerado por Moritz Schreber uno de los signos que explicaba la declinación del poderío alemán, a través del relajamiento de las costumbres cotidianas, todos los ejercicios versaban sobre intervenciones en esas costumbres.
Ya había señalado la popularidad de que gozaban los métodos diseñados por el higienista pedagogo en Alemania y se sabe que un lector interesado en las publicaciones fue Adolf Hitler, que en su juventud se entregó a la lectura apasionada del texto schreberiano. Veremos que esta socialización de la obra también produciría sus efectos, sirviendo de pivote para recuperar a los alemanes del sentimiento de humillación provocado por su derrota en la primera gran guerra del siglo XX.
Aquí toma relevancia presentar a modo de síntesis la evolución de la hipocondriasis del abogado Paul Schreber, destacando el momento del ocasionamiento de la enfermedad. Siendo nombrado Presidente del Tribunal Supremo de Dresde, institución en la que sus antiguos profesores quedarían ahora bajo su tutela directiva al mismo tiempo su esposa le informa que está embarazada. Lo que se produjo fue la eclosión de un delirio cuyo contenido simultáneamente incluía la certeza de la imperfección humana, la idea de que esa imperfección se debía a una cierta imperfección de Dios y la conclusión de que al convertirse él, en mujer, y logrando la cópula con Dios, de esta unión surgiría una raza superior, perfecta.
En las “Puntualizaciones Psicoanalíticas acerca de un caso de paranoia (Daementia Paranoides)” el delirio schreberiano representaba, para Freud, un modo de resolver el conflicto con un padre amado y a la vez temido en la infancia, desde una posición femenina del hijo, postulándose como componedor de las imperfecciones del supremo creador a través de su conversión en mujer. Con Fleschig el sentimiento se mudó en amor, toda vez que Schreber consideraba altamente expresivo el agradecimiento de su mujer con el psiquiatra, dado que le había devuelto sano a su marido enfermo.
La lectura de los libros de Moritz Schreber, hecha por Hitler, le llevó a encontrar el diagnóstico que él interpretaría: la debilidad alemana procedía de la dimisión del padre alemán de aquellas funciones que, mientras cumplió, explicaban la grandeza del país. El Tercer Reich, entonces, vendría a suplir a ese padre: dado que el padre alemán ha dimitido, que sea el Tercer Reich el que lo sustituya. Philippe Julien así lo sintetiza. La búsqueda de libreto para un ideal del yo, logra su cometido: el Tercer Reich será el encargado del renacimiento de una raza superior, la raza aria, con la misión de extenderse por todo el planeta, convirtiendo a Hitler al mismo tiempo que su profeta, en el encargado de la misión.
Resulta harto interesante conocer, pues, cómo una idea que es admitida y defendida como posible por millones de alemanes y austríacos, haga parte de un elemento esencial del contenido delirante del abogado Schreber, el hijo del pedagogo, a tiempo que lo hace de la ideología nazi. Interesante, entre otras razones, porque la definición de delirio como pensamiento que se coloca fuera del surco del pensamiento de los demás, que no es compartido por lo demás, aquí encuentra un obstáculo.
Ideología Nazi y delirio schreberiano postulan un ideal y adjudican al autor de cada uno la responsabilidad de su ejecución. En Schreber, transformarse en mujer y copular con Dios; en Hitler, a través de la creación del dispositivo científico, técnico y militar encargado de la promoción de la ideología nazi y del exterminio de los seleccionados. Todo esto habla de la contribución narcisista que se expresa a través de un delirio de grandeza y, esto es lo que deseo destacar, que hace lazo social, creando la particular situación en la que el ideal del yo es compartido por millones de seres humanos. Ni el narcisismo se contrapone a la colectividad, ni el hecho de ser colectivo desmiente la contribución narcisística.
El resultado es conocido por todos: la Segunda Guerra Mundial fue el acontecimiento relacionado con el afán por lograr la realización de ese ideal. La ideología necesitaba representarse los signos de la debilidad y sus culpables, quiénes los portaban y cómo proceder con ellos. La eliminación sistemática de toda clase de culturas (gitanos, judíos), de comportamientos (homosexuales, etc.), de opositores políticos (comunistas, liberales, etc.), constituyó el dispositivo criminal nunca tan extenso y prolongado como el cometido por españoles, portugueses e ingleses en las tierras americanas, pero singular porque revelaba la monstruosidad de una variante del sueño de la razón, ya no en tiempos de la transición medieval sino en los modernos.
Cuando Freud finaliza el estudio que hizo de la obra de Schreber hijo, ocho años después de haber sido publicada y después de que otros se habían referido a ella como es el caso de Kraepelin y de Bleuler, se vale de la ironía para llamar la atención sobre el alcance social del delirio schreberiano: la historia dirá si las puntualizaciones psicoanalíticas acerca del caso constituyen un delirio y la obra de Schreber una teoría o si ocurrirá al contrario. Y es que, a mi parecer, las consignas schreberianas del higienista padre del enfermo, que demostraban el peso progresivo de su popularización, anunciaban dos tiempos de demostración de que la barbarie también podía ser practicada por las naciones más civilizadas del planeta: la primera y la segunda guerra mundiales. Entre ambos tiempos, la revolución bolchevique y la extensión del psicoanálisis en la cultura occidental. Freud y Marx representaban para el Tercer Reich y para las poblaciones alemana y austríaca, lo peor de aquella población que se había negado a financiar al ejército alemán en la primera guerra mundial, contribuyendo con su negativa a una derrota que fue interpretada por Hitler como demostración de la malignidad que influenciaba negativamente en los sueños de potencia y de raza superior.
La mayoría pensaba que eso era lo correcto, Wilhelm Reich lo proclamó en su estudio sobre el fascismo: no se trata de la obra de un solo individuo, de un loco, millones y millones de alemanes estaban de acuerdo. Y lo que pone de presente la ironía de Freud es el problema de esa verdad, ni más ni menos. La popularidad de que gozaba Hitler se correspondía con el consenso en la población acerca del punto de partida de su concepción ideológica.
Pero todo este recorrido tiene algún valor si se le pone a cumplir el papel de antecedente relevante para comprender realidades propias de nuestra cultura, como lo es la tensión prebélica en el norte de Suramérica entre países cuyos mandatarios insisten en postularse como representantes políticos de pueblos hermanos, cuando la política neoconservadora norteamericana parece tener clara influencia en esta tensión.
SACRALIZACIÓN DEL CONSENSO DE LA PERPCEPCIÓN MÍTICA
La popularidad de los mandatarios es deseada, buscada y conseguida a través de empresas encuestadoras que jamás demuestran la representatividad estadística de la muestra que escogen. Una discusión a este respecto jamás es estimada pertinente y al elevar lo que apenas es un sondeo que serviría, a lo sumo, como punto de partida previo a una encuesta con muestras verdaderamente representativas. Pero la pereza intelectual, cuando no una cierta promoción de las virtudes de la fobia para con el pensamiento crítico, hace parte de un repertorio de actuaciones que conforman lo que llamaremos aquí el libreto de promoción de la percepción mítica de la realidad.
Lawrence LeShan es un psicólogo clínico norteamericano que trabajó al servicio del ejército de los Estados Unidos y a él debemos varios estudios que se refieren al problema de la percepción de la realidad y, particularmente, a lo que acontece en las vísperas del estallido de una guerra[3]. La que él denomina percepción mítica de la realidad, se refiere a las representaciones que tanto los líderes como las poblaciones que dirigen se hacen de la realidad y que paulatinamente se dirigen a lograr un consenso. En este sentido, recordando la salvedad registrada ya, la popularidad de los mandatarios es en cierta medida la refrendación de que ese consenso se está logrando. El regocijo con que se celebra es, precisamente, aquello que debería motivar la preocupación en quienes practican honestamente el pensamiento reflexivo y crítico.
Porque existen quiénes se han propuesto trabajar al respecto, creemos legítimo el deseo de involucrarnos en esta experiencia reflexiva sin hacernos muchas ilusiones de que nuestro trabajo tenga mucha incidencia. Lawrence LeShan afronta la discusión abiertamente y provee al estudioso con ideas que tienen su utilidad si hemos de establecer que debemos buscar los modos de contribuir a cambiar las cosas.
El régimen nazi consiguió combinar perfectamente lo que en lenguaje de LeShan se denomina una percepción mítica de la realidad, con todo el dispositivo técnico, administrativo, militar y científico dispuesto para la consecución de su hegemonía. Las características que LeShan describe para explicar la percepción mítica, todas ellas estuvieron presentes en las vísperas de la ofensiva del III Reich y durante su ocurrencia.
Uno de sus puntos de partida consiste en diferenciar entre cómo es percibida la realidad al comienzo de una crisis que conduce a un conflicto, con la percepción de esa misma realidad una vez se declara la guerra y se inician los planes. A la primera forma la denomina “realidad sensorial”, a la segunda “realidad mítica”. Para él ambas realidades son estructuralmente distintas “y esta diferencia estructural conduce inexorablemente a diferencias en la forma de pensar y conducirse” (p. 52). Ya se había referido a ello en anteriores trabajos[4], siempre insistiendo en que nada podremos entender de las conductas practicadas durante la guerra si no comprendemos ese desplazamiento que ocurre en la percepción de la realidad, desde la denominada por él sensorial, hacia la mítica.
Una comprensión contundente:
En la realidad mítica no se puede contar con las palabras. El enemigo, incapaz de nada bueno, siempre miente. Usa las palabras para ocultar sus verdaderas intenciones, no como nosotros (aunque sí está bien que los nuestros mientan para engañar al enemigo). La comunicación real es imposible. Gandalf el Blanco y el Caballero Oscuro de Mordor (antagonistas en El señor de los anillos de Tolkien) realmente no tienen nada qué decirse, salvo para intentar engañarse mutuamente. Tampoco la Caperucita Roja , la Abuela y el Cazador tienen una comunicación real con el Lobo Feroz aparte de la mentira y la fuerza. Como el enemigo no respeta la verdad, la negociación es imposible. Una vez que nos hemos desplazado a una forma mítica de percibir la realidad, cesa la conversación real. No tiene sentido que San Jorge y el dragón dialoguen: sólo la espada, las garras o los dientes resolverán la disputa.[5]
Pero LeShan no señala que la realidad sensorial sea exclusiva de tiempos de paz. Existen también guerras sensoriales, diferentes a las míticas, aunque en ocasiones ambas se superpongan. La diferencia entre ambas guerras se debe, en buena parte, al papel que ha cumplido el involucramiento de la población al querer estar informada sobre lo que acontece: la prensa, como intermediaria entre la guerra y la población, comienza a mostrar su incidencia en 1830, cuando ocurre la convergencia de los primeros corresponsales extranjeros con la invención del telégrafo.
La diferencia explica que guerras como la de Corea y la de Vietnam, no cumplen con las condiciones de guerra mítica porque la población norteamericana demostró su negativa a considerar que ellas no representaban verdaderas batallas del bien contra el mal. Una condición necesaria para que la guerra conserve su carácter mítico es que se oculte lo que está sucediendo realmente en el frente.
Esta diferencia debería ser tomada en toda su profundidad para la comprensión de lo que sucede entre nosotros, pues, no se trata de un país que vive en paz y se desliza progresivamente hacia la guerra, sino de un país que ha tenido durante muchos años una guerra interna que amenaza con convertirse en una guerra a nivel regional, en el continente.
Hay guerras en las que un fuerte componente mítico subyace a la manera en que la mayoría de los ciudadanos evalúa la situación (guerras míticas), y guerras en las que la perspectiva mítica solo es adoptada por unos pocos, mientras que la mayoría mantiene una perspectiva sensorial del conflicto (guerras sensoriales)”.[6]
Podemos decir que una guerra sensorial puede progresivamente desplazarse hacia una guerra mítica de lo que da constancia lo que ya hemos referenciado como popularidad de los mandatarios.
LeShan formula una lista que permite establecer con relativa exactitud si se está configurando esa percepción mítica. La lista que enumera sirve además como guía para decidir lo que podría hacerse en los intentos por impedir que esa percepción se entronice. Por lo pronto mencionaremos el listado. Se trata de encontrar una primera acción que conduzca a una cierta pacificación de las mentalidades.
LeShan destaca un hecho y es que si bien, la percepción mítica azuza los espíritus, la sensorial es la encargada de hacer posible la materialización de las consignas.
Los ideales superiores de la primacía de una raza sobre las otras se produjeron por la elevación del contenido ideológico a la condición de Supremo Bien por cuya realización se justificaba la apelación a todos los medios posibles. Sin embargo, su materialización requirió del montaje de todo un dispositivo económico, político, militar, administrativo y tecnológico, en el que la Ciencia se puso al servicio de lo peor de la especie. Una alianza entre la intelectualidad y el delirio de los ideólogos nazis, hizo posible que el Tercer Reich se postulara como promesa de redención de la humanidad a través de la purificación de la raza.
“Todos mis medios son cuerdos, sólo mi objeto y mi motivo son desquiciados”: estas palabras pertenecen al capitán Ahab refiriéndose a su aventura por Moby Dick. Ellas sintetizan lo que ha señalado LeShan, al señalar que el paso a la realidad mítica en lugar de acabar con la realidad sensorial, lo que hace es reducir a esta última a la más estricta racionalidad posible.
LeShan, entonces, considera que una primera acción profiláctica tendría que ser la de argumentar en contra de la justificación de la guerra. La guerra promete la redención, el pasaje a una nueva forma de vida en la que, se supone, la felicidad ahora sí será posible.
Lo anterior implica promover la incertidumbre con el resultado, enfatizando en el hecho de que los inevitables cambios que producirá la guerra serán, de todos modos, impredecibles. Al no poder garantizarnos estar felices para siempre, la guerra no sirve de nada. Incluso los victoriosos no pueden evitar la desilusión que sucede a su triunfo.
Sugiere, como primer paso, proceder de este modo (página 139): elaborando una “lista” que verifique los cambios en la forma de pensar y de comunicarnos, que indiquen si está ocurriendo el desplazamiento hacia una forma de interpretación mítica de la realidad.
La lista que recomienda hacer LeShan es la que sigue:
- Se comienza a simplemente menospreciar al bando contrario, ignorando sus características individuales y las razones que lo han llevado a pensar y a actuar como lo hace.
- La producción de una acelerada pérdida del interés por las razones de las diferencias entre “ellos” y “nosotros”.
- Se vuelve peligroso expresar ideas contrarias. “Expresar oposición a la ortodoxia predominante se vuelve riesgoso, primero para la reputación personal y luego para la seguridad física” (P. 140)
- Las condenas contra el pensamiento crítico se traducen en sindicaciones de “apátridas”, “traidores” y “saboteadores”.
- Se exime cada bando de aplicar ciertos estándares morales con respecto de los adversarios, pues ello significaría debilidad y lo colocaría en desventaja.
- Juzgamos las mismas acciones como “buenas” si las llevamos a cabo nosotros, “malas” si las llevan a cabo ellos.
- Las motivaciones iniciales para hacer la guerra (defensa contra un ataque determinado, por ejemplo) evolucionan hacia la justificación de la misma como el único medio para realizar una “causa gloriosa”.
ENVÍO
Cierto que no debamos hacernos ilusiones con la eficacia de las recomendaciones de LeShan. Pero no podemos dejar de utilizar su contribución como abordaje que posibilita la discusión entre nosotros, aunque no esté motivado por los modos de proceder del psicoanálisis.
Además, el psicoanálisis no ha sido indiferente a prestar su concurso a la comprensión de la psicología de la guerra y a la intervención decidida y eficaz en determinados momentos. No solamente lo atestiguan algunos escritos de Freud, sino la valiosa contribución de un Wilfred Bion en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, que arrojó nuevas luces a la comprensión de la psicología de las masas: la importancia del nexo uno a uno, entre pares, como forma de promover la cohesión y de hacer más difícil el predominio del eje vertical de la relación con los jefes.
Cuando Shopenhauer compara la vida de relación entre los humanos con la vida en comunidad de los erizos, no hace más que resaltar que para el logro de nuestros fines como colectivo y para la reproducción, no debemos proponer la eliminación de las espinas (lo que pondría en peligro a toda la comunidad de erizos), sino establecer mediante la búsqueda activa las formas de convivir a sabiendas de la inevitabilidad de su presencia.
Es urgente que entre nosotros se lleve a cabo esta discusión al respecto conexa con una práctica consecuente. Después de recordar lo que, acerca de la misión del docto, nos dice Norberto Bobbio*, no podemos eludir el compromiso que asumimos al momento de volver públicas nuestras reflexiones: tenemos el deber de promover las ideas acerca del bien, del mal, de la justicia, así como de contribuir a establecer cuáles son las necesidades del presente “para alcanzar los fines propios de ese momento, porque el docto no solamente ve el presente, sino asimismo el futuro” (Humberto Eco, op. cit., página 75).
Sirvan, pues, las palabras de Bobbio para terminar este ensayo:
“Soy un ilustrado pesimista. Soy, por así decirlo, un ilustrado que ha aprendido la lección de Hobbes, de De Maestre, de Maquiavelo y de Marx. Me parece, además, que la postura pesimista se adecua más al hombre ilustrado que la postura optimista. El optimismo siempre implica ciertas dosis de entusiasmo, y el hombre ilustrado no debería ser entusiasta. Y son también los optimistas los que creen que la historia es efectivamente un drama, pero un drama con final feliz. Solo sé que la historia es un drama, pero no sé, porque no puedo saberlo, que es un drama con final feliz. Los optimistas son los otros, los que son como Gabriel Péri, que muriendo gloriosamente dejó escrito: ´Prepararé dentro de poco las mañanas que cantan´. Los mañanas han llegado, pero los cánticos no los hemos escuchado. Y cuando miro a mi alrededor no oigo cánticos sino rugidos.
No querría que esta declaración de pesimismo se entendiera como un gesto de renuncia. Es un acto de sana austeridad tras tantas orgías de optimismo, un rechazo a participar en el banquete de los retóricos siempre festivos. Es un acto de saciedad más que de disgusto. Y, además, el pesimismo no refrenda la laboriosidad, sino que la encamina y la dirige mejor a su objetivo. Entre el optimista cuya máxima es. ´¡No hagas nada, ya verás como todo se arregla!´ y el pesimista que replica: ´¡Haz lo que tengas que hacer, aunque las cosas vayan de mal en peor!´ prefiero al segundo. […] No digo que los optimistas sean siempre fatuos, pero los fatuos son siempre optimistas. No logro separar en mi mente la ciega confianza en la providencia histórica o teológica de la vanidad de quien cree que es el centro del mundo y que todo sucede por indicación suya. Respeto y aprecio, en cambio, al que actúa bien sin pedir garantías de que el mundo mejore y sin esperar, no digo, premios, sino ni siquiera confirmaciones. Solo el buen pesimista está en condiciones de actuar con la mente despejada, con la voluntad decidida, con sentimiento de humildad y plena entrega a su deber”.*
Es, más o menos, la intención de este ensayo.
Santiago de Cali, en el Día Internacional de los Derechos de la Mujer , marzo 8 de 2007
[1] S. Freud, Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia Paranoides) descrito autobiográficamente 1911. Amorrortu editores. Tomo XII
[2] Op. cit. Página 9
[3] Lawrence LeShan, La Psicología de la Guerra , un estudio de su mística y de su locura. Editorial Andrés Bello. 1995 y L. LeShan, Alternate Realities, Evans Publishing Co., N.Y., 1976. L. LeShan y H. Margenau, Einstein’s Space and Van Gogh’s Sky, MacMillan, N. Y., 1982
[4] Cfr: L. LeShan, Alternate Realities, Evans Publishing Co., N.Y., 1976. L. LeShan y H. Margenau, Einstein’s Space and Van Gogh’s Sky, MacMillan, N. Y., 1982
[5] L. LeShan, La Psicología de la Guerra … p. 55
[6] L. LeShan, op. cit., p. 82
* Norberto Bobbio, El destino del hombre y El destino del sabio, ed. Eduardo Ovejero, Victoriano Suárez, Madrid, 1913; reed. El destino del hombre, Espasa-Calpe, Madrid, 1976
* Citado por Humberto Eco, op. cit., página 86.
Lo estoy leyendo tarde, pero agradezco que exista. Presencia sin temporalidad, contundencia sin destino... me recuerda a algo.
ResponderEliminarLo estoy leyendo tarde, pero agradezco que exista. Presencia sin temporalidad, contundencia sin destino... me recuerda a algo.
ResponderEliminar