DIOSES DERROTADOS, PULSIONES Y MALESTAR CULTURAL
Cuando Freud se refiere a los tiempos de predominio de la concepción demonológica de las enfermedades, lo hace intentando cifrar, a la luz de su teoría, lo demoníaco como expresión de las mociones pulsionales rechazadas:
“Los demonios son para nosotros, deseos malos, desestimados retoños de las mociones pulsionales rechazadas”[1]
Para Freud los casos de posesión corresponden a las neurosis y la explicación de aquellos tiempos significaba el triunfo de la teoría demonológica sobre todas las concepciones somáticas. En otro lugar de su trabajo, cuando hace una recopilación de las características atribuidas al Diablo, recuerda que su historia no ha sido tan minuciosamente investigada como la de Dios, tal como también sucede con la escasa investigación acerca de los nexos entre el placer y el odio. A él le parece notable que
“con el uso de la palabra odiar no salga a la luz una referencia tan estrecha al placer y a la función sexuales”[2]
Es cierto que ya en 1909, como lo recuerda Strachey, el 27 de enero Freud asistió a una conferencia del librero Hugo Heller en la Sociedad Psicoanalítica de Viena (¡de la cual Heller era miembro! ) titulada “La historia del diablo”. Con todo y ello Freud insistió en señalar el escaso conocimiento que se tiene de esa historia, a pesar de lo cual, él podía afirmar con seguridad que
“...los dioses pueden convertirse en demonios malignos cuando nuevos dioses los suplantan. Cuando un pueblo es derrotado por otro, no es raro que los dioses destronados de los vencidos se transmuden en demonios para el pueblo vencedor. El demonio maligno de la creencia cristiana, el Diablo de la Edad Media, era, según la propia mitología cristiana, un ángel caído de naturaleza divina”[3]
La actualidad del tema es indiscutible, entonces, pues, siendo los demonios efecto de lo que una cultura vencedora logra sobre los dioses de los vencidos y, al mismo tiempo, siendo sustitutos de las mociones pulsionales rechazadas por cada individuo, lo que obtenemos es uno de los posibles sentidos que adquiere la vinculación de la enfermedad con la política, a lo largo de la historia y no es desestimable este descubrimiento para intentar una comprensión acerca de las actuales trazas con que se define el malestar en nuestra cultura, que vincula de modo casi inexorable la sospecha sobre la sexualidad con la arbitrariedad y el autoritarismo como formas de gobierno.
No se nos antoja desproporcionada la correspondencia actual entre la llamada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) epidemia del siglo XXI, la depresión, con la “resurrección” del prestigio del demonio como forma de explicar desde ciertos poderes llas características del malestar cultural actual.
Propio de lo humano, lo sabemos desde Ovidio, es hacer lo peor aun pensando en lo mejor. Video meliora proboque, deteriora sequor (veo las cosas mejores y las apruebo, pero sigo las peores)[4]. El cristianismo no es ajeno a esta concepción, tal como la vemos formulada en la parte final del capítulo 7 de la Carta a los Romanos, en la que Pablo escribe:
“Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente mi proceder no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la ley en que es buena; en realidad ya no soy yo quien obra, sino el pecado habita en mi... Descubro, pues, esta ley: en queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros”[5]
Pero es Santiago quien plantea más certeramente el vínculo:
“¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros?[6]
Aunque el demonio no es mencionado por ninguno de los dos, el pecado y la pasión, son propias del Diablo, esa otra ley. Son los placeres humanos los que privilegia el demonio para poseer a sus criaturas, según lo precisa un demonólogo moderno, Corrado Balducci, para quien
“Una demonización de la historia puede (...) suceder allí en donde la idolatría de la fuerza –sea de una persona, sea de una colectividad- se anula la personalidad humana mediante el terror o el miedo, o por medio de la propaganda o la sugestión, o por una mezcla de ambas y cuando se la instiga al mal como parte de una masa amorfa”[7]
Balducci hace una diferencia entre tentación y posesión. Dentro de los “tentados” Balducci ubica a aquellos portadores de ideologías que alejan al hombre de Dios. Dentro de los “posesos” a aquellos que son elegidos por Dios para probar su obediencia. El poseso no es responsable de las acciones que acomete, mientras que el tentado sí.
Ahora bien, en cuanto a los “porqués” de la posesión diabólica, Balducci dice que deben buscarse en tres direcciones: el demonio, el hombre y Dios.
El demonio es motivado a poseer un cuerpo por el inmenso placer que siente molestando a los hombres y poder “servirse de ellos para manifestar su odio contra Dios, la Virgen, los santos y lo que tenga que ver con la religión”[8]. En este sentido el demonio es una potencia de placer y de omnipotencia pues con ello logra ser tomado él mismo por un Dios.
En cuanto al hombre, sorprende que Balducci asegure que el demonio no tiene sexo “por lo cual está en un estado de absoluta indiferencia”[9]. Contra todo lo sabido por los testimonios ya citados más atrás, esta afirmación sorprende más aún cuando afirma el demonólogo que la predisposición a la posesión diabólica es mayor en las mujeres y en los niños. De la presunta asexualidad del demonio, Balducci infiere que no se puede hablar de una preferencia de este por un género determinado ni de una naturaleza femenina mayormente predispuesta a la posesión. Pero ¿cómo sostener lo último cuando escribe que tanto el enfermo mental como la mujer están más cerca de los límites?
“... los disturbios síquicos (...) se pueden considerar a grandes líneas como anomalías, exageraciones de la sensibilidad, de la emotividad; son por tanto más fáciles en la mujer que por su naturaleza es más emotiva y sentimental que el hombre, y, por consiguiente, más cercana que él a esos límites, más allá de los cuales comienza la patología”[10]
Esto puede explicar perfectamente que las actuales temáticas enarboladas como esenciales por nuevos cruzados, al igual que en el pasado, adjudiquen a la mujer un papel más que importante en la causa del malestar. La fascinación realzada en la persecución contra la mujer que elige una determinada conducta sexual o reproductiva, simultánea con el silencio acerca de la pederastia (que no pedofilia) practicada por adultos con o sin sotana, muestra una de las consecuencias que se derivan de esta postura. Una selectividad precisa en la constitución del objeto a perseguir, y de quien se destaca su vulnerabilidad al mal, toda vez se la sitúa en los límites de la patología mental y en una supuesta mayor predisposición para ser elegida como objeto privilegiado para la posesión.
Pero el estado de ánimo de las masas, agregado a un saber culto acerca del demonio, bien pueden contribuir a explicar la popularidad de la que volverán a gozar representaciones demonológicas de la enfermedad, promovidas dentro de una estrategia notablemente deliberada tendiente a organizar las huestes alrededor de una ideología que se representa el conflicto actual como producido por otras religiones o por ideologías que atenten contra la dominante declarada como la única verdadera. Una manera de representarse el malestar psíquico como resultado de potencias del mal incrustadas en la vulnerabilidad provista por los cromosomas, los años o el apartamiento de la normalidad, hará fácilmente resonancia con todos aquellos desencantados por el fracaso de la razón, con respecto de la cual la racionalidad capitalista ha llegado a su punto límite.
La colonización cada vez más exitosa de la medicina por las teorías del comportamiento hacen posible representarnos el futuro inmediato como la realización de una ideología de la sospecha, para la cual, los estilos de vida predominarán sobre las condiciones objetivas de la salud y de la enfermedad, haciendo cada vez más responsable de la contaminación ambiental a los fumadores en lugar de las políticas deliberadas de las potencias que se niegan a legislar restrictivamente contra contaminaciones provenientes del complejo industrial monopólico. Puestas las responsabilidades de la enfermedad en los malos comportamientos de los individuos, el siguiente paso será el de significar esa responsabilidad más allá de la voluntad de los sujetos mismos, en una metapsicología que apelará al demonio como potencia capaz de inducir a los individuos a preferir la práctica de lo insano aun a sabiendas de un querer en contrario.
La sífilis y el SIDA ofrecen posibilidades reales para hacer “legítima” la correspondencia entre los malos comportamientos y la influencia del Demonio. Una correspondencia entre lo inconsciente y las promociones deliberadas de ideas con las que se pretende significar las cualidades propias del malestar, permite asegurar que la apelación a las armas y al uso de toda clase de métodos de guerra contra el pensamiento crítico, habla en beneficio de asegurar que se trata de una operación notablemente condicionada tendiente al extermino de todo aquello que se oponga a quienes detentan un poder que apuntalan en una lucha supuestamente necesaria contra el mal".
[1] S. Freud, “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII”(1921), Amorrortu Editores, T. XIX, p.73.
[2] S.Freud, “Pulsiones y destinos de pulsión”, AE, T. XIV, p. 132.
[3] S. Freud, “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII, p. 89
[4] Ovidio, “Metamorfosis” 7;19.
[5] Romanos 7, 14-25
[6] Santiago 4, 1
[7] Corrado Balducci, “El diablo existe y puede reconocerse”, Ediciones Paulinas, 1990, p.172
[8] Ibid, p. 189
[9] Ibid, p. 190
[10] Ibid, pág. 190
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