EL CUERPO COMO TEMÁTICA ACTUAL
La invisibilidad del alma es suplantada por la hiperrealidad del cuerpo, y en este sentido, el desplazamiento no es solamente de objetos sino de atributos. Sobre las almas no hay constancia de operación, sobre los cuerpos sí. Para aquellas, un más allá del que tienen saber los expertos y creencias los fieles; para este, un más acá, en este mundo, en donde fieles y expertos se unen sagrada y tácitamente en la sola creencia. Porque en lo que respecta al saber, las cosas son de otra manera, más por los lados del no-querer-saber, o, para expresarlo psicoanalíticamente: del querer-no-saber.
Un descubrimiento, el de la expresividad de los síntomas psíquicos a través del compromiso del cuerpo, no solo introdujo un saber distinto acerca del malestar psíquico, sino una conexión entre mente y cuerpo que obligaba a cuestionar la dicotomía cartesiana.
Dado que el conflicto intrapsíquico se manifestaba a través del cuerpo (parálisis, disfonía, tos, dispepsia etc.), se inició un recorrido que llevaría a precisar las formas en que tales síntomas eran resultado de procesos de traducción que iniciaban desde la inefabilidad del conflicto hasta tomar presa a una parte del cuerpo (el llamado órgano blanco*), interrumpiendo las series asociativas de sucesivas traducciones. Este saber implicaba el descubrimiento de una existencia del psiquismo más allá de sí, metapsicológico, desde el cual, sus elementos, operando de manera dinámica, se expresarían eligiendo detenerse al tomar presa el fragmento del cuerpo elegido. El nexo entre esta existencia y la realidad del deseo, forma de sobreinvestimiento de la necesidad animal en la realidad humana, implicaría una nueva noción de subjetividad que daría cuenta ya no del yo como amo en la casa (Freud), sino de otra instancia, la del sujeto en tanto que sujeto del inconsciente. Entonces “lo corporal” no podía seguirse tomando en la exclusividad que le concederían la anatomía y la anatomopatología y sería preciso admitir que el cuerpo emergía como el resultado de un saber procedente de la combinatoria entre la conciencia y esa subjetividad, todo lo cual dio lugar a que se hablase de esquema corporal a partir de Freud y de la ubicación del cuerpo en el ternario lacaniano de Real, Simbólico e Imaginario, correspondiendo al creer acerca del cuerpo el despliegue por excelencia de lo imaginario.
El descubrimiento nada tuvo que ver con declarar a la individualidad como instancia de la ocurrencia de acceso a la constitución de una corporalidad. Estableciendo la prematurez específica del cachorro humano, que prolonga su dependencia muchos meses más allá de la que otro cachorro animal lo hace, se derivan consecuencias novedosas de este hecho, como son, entre varias, la refutación de una existencia del yo desde el nacimiento mismo, pasando a ser esa construcción resultado de lo que haya acontecido en la prolongación activa, dinámica, de esa dependencia con el otro. Tanto Freud como Lacan dan cuenta de ese proceso, el primero a través de sus intentos por establecer las bases científicas de la psicología (Cfr: “Proyecto de Psicología para Neurólogos”), el segundo a través de la utilización de los descubrimientos de Wallon, postulando a la mirada como elemento esencial del que denominaría estadio del espejo, proceso cuyo resultado sería la constitución del yo. El sujeto tendría que vérselas, bien sea a través de etapas sucesivas del desarrollo denominadas oral, anal, fálica (Freud, aunque más exactamente Abraham), bien en el interjuego de las dos metáforas constitutivas, la del Deseo de la Madre y la del Nombre del Padre, cada una posicionado lo respectivo, la primera el deseo, la segunda la ley, y el interjuego: la modulación del deseo por la ley. Una mirada del otro sobre el cuerpo del niño (control de esfínteres, por ejemplo) será diferente en uno u otro momento del desarrollo, o se revelará dinámicamente en relación con cada una de las metáforas constituyentes de la subjetividad.
Elevar la belleza, la juventud, la salud, la completud y el éxito al estatuto de ideales, no implica de por sí problema alguno hasta el momento mismo en que los ideales del yo se trasmudan en yo ideales, transmutación que invierte en la vida el sentido que tendría en el desarrollo de la subjetividad cuando se espera que el yo ideal sea suplantado por los ideales del yo. De este modo debemos precisar que al ponerse en el lugar del yo ideal esto se tradujera en la manutención de la inefabilidad propia del infante* y de este modo pareciera ser la manera de un querer-no-saber acerca de la fealdad, la vejez, la enfermedad, la imperfección y el fracaso.
Lo que el psicoanálisis también ha descubierto, y así lo constatan en el día a día diversos dispositivos de su acción, es que el sujeto que dice no saber acerca del origen de su malestar, da testimonio de la escisión entre conciencia e inconsciente y que se traduce así: él no sabe que sí sabe acerca de ese origen, pero que -represión mediando-, lo que solo atina a capturar es la intensidad del destino de la organización pulsional y su expresión a través de un cuerpo que pareciera estar comandado por otra instancia ajena a su voluntad y al control voluntario.
No sabe que sabe acerca de las motivaciones pulsionales que se traducen en pensamientos, emociones y actos que lleva a cabo a lo largo de su vida. Y que ese no-saber es una de las metas alcanzadas por las vicisitudes del principio del placer a través de los meandros del deseo para sortear las duras exigencias del principio de realidad. Que “instale” en su conciencia y en el investimiento del futuro “un cuerpo ideal”, no habla de otra cosa que de la representación imaginada (no necesariamente imaginaria) del propio cuerpo para la mirada de otro, colocando esta opción en el lugar de la búsqueda de una satisfacción para sí a través de la satisfacción de ese/os otro/s. Esto podría representar “un saber”, una “motivación”, una “justificación”. Pero escotomiza de entrada un límite cual es, precisamente, el que nadie puede saber todo acerca del deseo del otro, de lo que le resulta agradable o desagradable, hostil o amistoso, excitable o inhibitorio. Escotomización especular posible de aprehender a partir del concepto de alucinación negativa propuesto por Freud para definir aquello que es visto por su representación de ausencia. No saber que sabe acerca de los límites propios al saber acerca de su propio deseo, que, en el caso de la histérica, resulta en un querer no saber nada acerca del deseo, sí, pero en tanto que deseo de insatisfacción.
ACEPCIONES DEL CUERPO
Del cuerpo del que hablamos no podemos excluir los decires que lo han pensado. El cuerpo es. En tanto que extensión, posee substancia (Aristóteles). El cuerpo a considerar es: el cuerpo humano y el decir y el pensar acerca del mismo. Formulado de esta manera, la investigación acerca del cuerpo se nos revela imposible pues implicaría abarcar todos los abordajes que se han hecho del cuerpo desde muy diversas expresiones del pensamiento humano. También de este límite será preciso hablar pues ¿qué, si no es de lo real (Lacan), de lo que estamos hablando?
Empresa imposible, nuestro pensamiento tendrá qué vérselas con ello. La infinitud no provendrá de una especial trascendencia de lo corporal en cuanto a su estatuto de existencia, de ser. Será de esa especie de Babel en que se ha constituido la investigación y el saber acerca del cuerpo, universo en el que las colisiones, los encuentros, las disimetrías, las ambigüedades y los estallidos impiden la configuración de un rostro, de un mapa o de un esquema que haga factible un recorrido apacible.
Platón había concebido al hombre como el resultado de una unión accidental entre el alma y el cuerpo, dos entidades de naturaleza diferente obligadas a convivir provisionalmente, hallándose el alma en el cuerpo (así lo sugiere en el Fedón) como un prisionero en su celda. La muerte será la separación del alma y el cuerpo. Siendo el alma inmortal y el cuerpo corruptible, Platón identificará al hombre propiamente con su alma, por lo que, de alguna manera, concibe la idea de que el fin de la vida del hombre está más allá de su vida en la tierra.
Para los griegos toda corporeidad poseía una forma, solamente aprensible por la mente, ajena a los sentidos. Realidad total, unívoca, era todo lo que existía. Sepulcro del alma para los platónicos, totalidad para los epicureístas.
Aristóteles presenta al hombre de acuerdo con su teoría de la sustancia, es decir, en consonancia con la idea de que no es posible la existencia de formas separadas: la sustancia es un compuesto indisoluble de materia y forma. Además, todas las sustancias del mundo sublunar están sometidas a la generación y a la corrupción. El hombre, entonces, ha de ser una sustancia compuesta de materia y forma: la materia, el cuerpo y su forma, el alma. Aristóteles acepta la existencia del alma como principio vital. Pero interpreta también que esa alma es la forma de la sustancia, es decir, el acto del hombre, en la medida en que la forma representa la actualización o la realización de una sustancia.
Se trata de concepciones que implican relaciones de dependencia entre cuerpo y forma. La ambivalencia la ofrecerá el cristianismo al adjudicar al cuerpo el significado de carne y, por tanto de corruptibilidad. Pero habrá otro cuerpo, el espiritual o glorioso, que Saulo de Tarso designa independiente de las leyes de la materia. La verdad del alma es superior, el cuerpo espiritual es tributario, el material peligroso. No obstante, el cuerpo es “el templo de Dios”[1].
El cuerpo entonces amerita cuidados, cuidados que casi todas las religiones monoteístas prescriben en los textos con respecto de los cuales se agrupan: limpiarlo, vestirlo, alimentarlo y, además, cómo satisfacerlo y con qué satisfacerlo. Todos estos cuidados pueden considerarse como agrupados en una cierta preocupación por una cosmética, capaz ella de revelar la extensión de una concepción que suponía al cuerpo, también, como hecho a imagen y semejanza de Dios.
De ahí a considerarle extensión mecánica de la realidad, siempre exterior, no podía menos que ofrecer una dificultad, pues, ¿qué si no interior, es el cuerpo? Su interioridad, en relación con el lenguaje, producido desde el interior del cuerpo, hacía difícil la tarea de dividir mundo-exterior de mundo-interior. La introspección, prevista desde Agustín de Hipona en sus Confesiones, provendría de la costumbre de Ambrosio de leer en silencio, contra la práctica corriente que consistía en leer en voz alta a otros que no sabían hacerlo. Lo que llamaba la atención de Agustín no era solamente la boca cerrada de Ambrosio mientras leía, también era su postura corporal, general, de pie, levemente agachado sobre el libro que leía… Un cuerpo exterior, visible al de Hipona, activo en la postura quieta de Ambrosio.
Una cierta sacralización del cuerpo adjudicará a los hombres la prohibición de utilizarlo en sus pesquisas postmortem, y el velo se extenderá hasta el Renacimiento, cuando la medicina se hará cargo de la potestad de incidir sobre su materia después de la muerte. Pero se trata de un cuerpo muerto, el de la sala de disección anatómica, puesto a decir de la vida nada más aquello que la correlación entre clínica y autopsia permitan. Conclusión que solamente dirá del final del tiempo para el que murió, muy poco de su historia.
El cuerpo, entonces, se convierte en la frontera precisa que marca la diferencia entre un hombre y otro. La estructuración individualista progresa lentamente en el universo de las prácticas y de las mentalidades del Renacimiento. Limitado en primer término a ciertas capas de sociedad privilegiadas, a ciertas zonas, a ciudades sobre zonas rurales, el individuo se diferencia de sus semejantes.
Al mismo tiempo, el retroceso y abandono de la visión teológica que antes mencionamos, conduce al hombre a considerar al mundo que lo rodea como una forma pura, indiferente, una forma vacía que sólo la mano del hombre, a partir de este momento, puede moldear.
Junto con esta nueva visión del cuerpo humano aparece el saber anatómico en el Quattrocento italiano, principalmente en las Universidades de Padua, Florencia y Venecia. Desde las primeras disecciones oficiales, a comienzos del siglo XV y, luego, con la trivialización de la práctica en los siglos XVI y XVII, se produce uno de los momentos claves del individualismo occidental: el hombre, inseparable del cuerpo, no estaba sometido a la singular paradoja de poseer un cuerpo. La incisión, con escalpelo, del cuerpo humano en la Edad Media se consideraba una violación al ser humano. Con los anatomistas nace una diferenciación implícita dentro de la episteme occidental entre el hombre y su cuerpo en la que se encuentra el origen del dualismo contemporáneo que comprende al cuerpo aisladamente. El cuerpo se asociará al poseer no al ser.
Pero no solamente el cuerpo muerto. Palpación, percusión, auscultación, serán los procedimientos que la medicina empleará para tratar de sentir y escuchar acerca de los desatinos de la naturaleza en la corporalidad del viviente enfermo. Establecerá correlaciones más extensas entre el volumen y la salud o la enfermedad, la conformación física y el carácter, los colores y las patologías, las huellas del paso del tiempo en la piel y el desempeño…
Así el cuerpo no dejará de multiplicar sus polisemias: Descartes lo separará de la mente, Spinoza lo considerará “objeto del alma”, Leibniz como conjunto de mónadas reflejo de otras, Kant destacará su dimensión dinámica e inteligible.
Pero a todas estás ¿dónde lo sexual? Un especial modo de escamoteo se configura durante todo el recorrido, y el silencio mediante el que se expresa, no podemos ignorarlo como parte constitutiva de una dificultad presente en el saber acerca del cuerpo. Ya, sin lenguaje, sin que el lenguaje fuera considerado asunto esencial al momento de intentar la comprensión acerca de lo corporal, el cuerpo mismo se expresaba (la reproducción ininterrumpida de la especie lo atestigua) y solamente un deseo por no saber acerca de la verdad de la sexualidad, mantiene al cuerpo subsumido en el orden de una abstracción en cuyo procedimiento la amputación simbólica reitera la castración presente en la subjetividad que lo concibe. Pero el silencio simultáneamente se ejerce sobre la feminidad sin impedir elocuencias altisonantes: puritanismo y misoginia serán las concepciones monopólicas reinantes durante un buen tramo del recorrido histórico de nuestra cultura.
NUEVAS ACEPCIONES
Será con Freud (pero también con Nietzche) que Occidente no podrá seguir ejerciendo ese silencio sobre el cuerpo (y sobre la mujer) y otra historia sobrevendrá, creando condiciones para que la subjetividad deje de mostrarse avergonzada en el ejercicio de establecer una comprensión sobre el cuerpo.
Entonces desconocer que se es cuerpo porque se hace parte de una cultura, esto es, de unas representaciones capaces de dar sentido en muchas direcciones a la experiencia del sujeto de hacerse a un cuerpo propio, sin posibilidad de excluirse del “cuerpo” social, no podrá seguir ejerciéndose como modo de concebir al cuerpo.
Deseo, libido, narcisismo, mirada, espejo, esquema corporal, somatización, conversión, psicosomatismo, etc., serán términos que aparecerán en relación con la realidad de lo corporal tal y como contemporáneamente se le concibe. Más allá de su factum, más allá de sus nominaciones, más allá de los límites que impone la mirada, el cuerpo surge a la conciencia y al saber, como un imperativo que se revela en la polisemia de usos: lienzo, carne, enfermedad, plasticidad, máquina.
Si el psicoanálisis afirma que no somos un cuerpo sino que tenemos un cuerpo, la adquisición tiene que darse en el marco de aquella inevitable relación social por medio de la cual lo primero que se ofrece a un ser humano cuando nace es otro ser humano.
Pero el cuerpo “pide” más, la época lo revela simultáneamente colocado en el lugar de los ideales más comunes al tiempo que objeto desesperado de quienes se encuentran sometidos a los dispositivos biopolíticos de control (Foucault, Agamben…). No escapa a las exigencias de unas políticas que lo figuran disponible para los resultados de una existencia que desinviste el futuro y coloca al presente en el lugar de imagen con respecto de la cual lo deseable sería su coagulación, su congelamiento, su perpetuidad.
Los límites a las posibilidades de una voluntad manifiesta no cesarán de revelarse. Queramos o no, la película avanza, la vida, el tiempo, todo aquello que natura impone y que el contexto social quisiera ignorar para beneficio del apego a las excrecencias del simulacro.
Parecer importará más que ser, el barroco ha inaugurado la posibilidad de que lo cosmético ayude a eludir las huellas del tiempo en la piel. Lo cosmético tiene todo lo propio del simulacro, de la máscara (en griego: personna), del semblante. Pero ¿a quién le importará más? No existe un uno de la elección, existen muchos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, pobres y ricos, todos parecen sucumbir a los cantos de sirena de una oferta de felicidad proveniente de un dispositivo tecnológico (al que gusta y sabe nominarse a sí mismo científico). Espejos que devuelven, a la manera de los de circo, la imagen de un yo ideal que se camufla bajo las trazas de un ideal del yo y que se manifiesta hecho verdad en la figura de una actriz, de un personaje, de una personalidad *.
Entonces el cuerpo “se” revela intercambiable, indeseado por quien lo porta, lo recibe pero quiere cambiarlo. El fetichismo de la mercancía (Marx) lo coloniza y él mismo pasa a ser mercancía intercambiable. Acceder a tener un cuerpo se vuelve problema de dos tiempos: el de la infancia, con todo lo que las vicisitudes de este acto puede tener, y el de después… o, para ser más exactos… los de después. Cada vez más en la juventud y sobre todo en la madurez, el sujeto se reconoce en la posibilidad de ejercer un intercambio por medio del cual obtiene el cuerpo que desea, otro cuerpo, otros cuerpos, los que las jugadas del metabolismo, de la mirada de los demás y de los supuestos imaginarios del propio individuo, exigen corregir, ampliar, disminuir.
Reconocerse en un cuerpo será posible solamente a condición de que la satisfacción no muestre su costado de imposibilidad. Valga la ironía: la histeria vuelve a reiterar que aun goza de buena salud toda vez que siendo el deseo de in-satisfacción lo que la caracteriza, cada transformación corporal del cuerpo, al no poder eludir otras marcas del paso del tiempo, quedará sujeta a las leyes de lo ineludible. Amén de que no se puedan excluir otras satisfacciones probables pero no pensadas ni referidas explícitamente por los sujetos. No nos sorprenda el hecho de que la multiplicación de las cirugías bajo la racionalización de la modificación estética del cuerpo, revele los nexos de una cierta pasión masoquista de cuya realización la anestesia configure un destino tanto o más deseado como el cuerpo imaginado.
La técnica quirúrgica* se ofrece como posibilidad de dar satisfacción al deseo por transformar el cuerpo sin preguntarse acerca de las singularidades de ese deseo. Como “psiquiatras del cuerpo” se presentan quienes al único concepto psicológico que logran acceder conceptualmente es al de autoestima, concepto vago como el que más y de cuyo simplismo da cuenta cuando se le adjudica como síntoma (“autoestima baja”) a quien padece una neurosis depresiva, ese que se piensa culpable de todas las desgracias de todo el mundo. La inanidad del concepto, no obstante, se revela como gran acerbo conceptual, al momento de justificar el procedimiento quirúrgico en los términos de satisfacción de una necesidad psicológica de la demandante de cirugía. La difusión publicitaria de los procedimientos quirúrgicos, presentada como educativa para los (¿clientes? ¿pacientes?) se exime de considerar que lo que ofrecen no es curación ni a quien se lo ofrecen es enfermo[2].
El cuerpo de la contemporaneidad se nos presenta, pues, como un nuevo problema a considerar más allá de las frases de cajón con las que se mixtifica el asunto y se le coloca al lado de la banalidad, simplemente, aunque, para ser consecuentes, debemos recordar que la cotidianeidad y lo banal fueron problemas que al estudiarlos hicieron posible el surgimiento del discurso psicoanalítico. Y en este trabajo lo que debería animarnos es ir a la metapsicología de los procesos mentales que se expresan a través de la creación de una ilusión acerca de la felicidad que se procura conseguir con la transformación del cuerpo.
EL CUERPO, UNA DE LAS FUENTES DEL MALESTAR DE LA CULTURA
Freud lo expresa en su texto: el cuerpo, “condenado a la decadencia y a la aniquilación”[3], es una de las fuentes de sufrimiento humano con la existencia. Pero precisemos: las relaciones del sujeto con el cuerpo dependen también del contexto. El actual plantea que el discurso de la ciencia y de la técnica han invadido la cotidianidad de las personas propiciando pluralidades heterogéneas con la correspondiente pérdida de un sentido unitario de la existencia lo que, sumado a la globalización de la economía, la puesta, en el lugar del Amo, del saber y de la información, el empobrecimiento acelerado y progresivo de grandes capas de la población, la massmediatización de la cultura, entre otros, produjeron la crisis de los ideales de la civilización occidental (Vattimo).
Pero la crisis es más amplia en la medida que involucra las ideas sobre vida, naturaleza y ser humano, esto es, nuestros modos de ser y de estar en el mundo. El contraste entre proceder del cirujano, que opera sobre un cuerpo que es metáfora de la máquina, con el del científico genetista, que supone posible programar el genoma a la manera en que los programadores editan software, replica, en un nuevo contexto, la distancia que existió entre el barbero y el clínico durante la parte baja del medioevo. El “fotoshop” permite la re-configuración digital de la foto del cuerpo, revelando pensables las posibilidades de re-creación de la figura misma. Al mismo tiempo, el investigador en genética supone posible corregir, interviniendo sobre el genoma, los errores o los defectos que correlaciona con diversas expresiones de la condición de la subjetividad.
La tecnología ha creado posibilidades fácticas para lo antes impensable. De ahí a adjudicarle el poder determinista de las nuevas formas de tramitar la insatisfacción sería como considerar que la cosmetología del barroco fuera determinante en la asunción de la corporalidad a la condición de metáfora de la máquina. Lo que la tecnología ha logrado es crear un espacio de posibilidades para que la imaginación se revele eficaz en cuanto a la verosimilitud de los propósitos. En el “fotoshop”, paciente y cirujano estético encuentran acceso a un entendimiento para cuya realización falta que confluyan posibilidades económicas y habilidades quirúrgicas.
La insatisfacción con el cuerpo se encuentra con un escenario en el cual la utilería ha cambiado y los personajes que se expresan han incorporado a su bagaje conceptual y a sus habilidades técnicas, promesas de realización factibles.
Pero de nuevo el querer-no-saber no cesará de insistir, porque es pregunta obligatoria la de suponer que la demanda a un cirujano estético, si bien tiene la precisión de requerir su concurso para producir tal o cual figura que se desea obtener, sea una demanda total, única. Un querer-no-saber acerca de tal o cual problema singular, uno de esos problemas en los que el superyo anula toda posibilidad de revelación y de palabra, bien podría estar socorriendo a una demanda a la que se le ha adjudicado la dimensión de totalidad. Revelarse, a través del cuerpo sometido a cirugía, diferente a como es hoy, puede ser la forma de asumir una nueva versión de la perpetuación de una negativa a asumir dramas otros dramas que concursan en la producción de insatisfacciones. En ese sentido la demanda y su satisfacción, operan como encargadas de mantener inasible –e inefable- el drama y, por tanto, la consecución de la insatisfacción quedar así garantizada. Como irse de compras, como irse de viaje, como irse, simplemente, creyendo que las distancias harán posible el olvido. Creer, en fin, que no hay procesión por dentro, negarla a como dé lugar.
Lo anatómico será el destino en virtud de sus posibilidades de recomposición, ciertamente, pero al costo de hallar en su realización la actualización de aquellos dramas que se busca mantener lejos de la conciencia. No podemos desconocer el hecho de que estamos ante una nueva versión del cuerpo corruptible del cristianismo, es decir, de la “parte defectuosa de la condición humana” y habiendo abandonado la condición de templo de Dios, ha pasado a ser objeto de la ciencia, posibilidad real de creación humana de la humanidad misma.
Las posibilidades, al amparo de los ideales de salud, belleza y longevidad, son muchas: "para el envejecimiento, la medicina ofrece el lifting; para la obesidad, la liposucción; para el órgano colapsado, el transplante; para el temor a la muerte, el logro de una longevidad inédita aunque fuese por medio del recurso de conectar el cuerpo inerte a un conjunto de aparatos; para fantasmas como el de Schreber, de ser una mujer en el momento del coito, las operaciones de cambio de sexo; para la menopausia, la esterilidad, el celibato, el matrimonio homosexual: los bancos genéticos, los embriones congelados, la inseminación artificial, la fecundación "in vitro"; para lo irremediable de la muerte, los proyectos de clonación cuya realización quizá ya sea ingobernable; para la angustia ante las posibles imperfecciones de la descendencia, la ingeniería genética, la dilucidación del genoma humano y su manipulación intrusiva, la eugenesia; a la muerte siempre incontrolable, la eutanasia"[4].
Con la cirugía estética no estamos pues más que en relación con una de las tantas maneras de dar cuenta del malestar, forma desesperada de impedir la inevitable afectación del cuerpo por el tiempo y de tratar de imponer la ilusoria perpetuidad de una realidad sin defectos ni miserias. Lo ineludible, lo que está allí y produce efectos, lo que callado se revela a través del síntoma, permanece, también, perpetuo, hasta que las consecuencias del abuso del quirófano y de la anestesia, revelen que después de todo, lo que se ansiaba, no era otra cosa que la muerte…
* “Blanco” en el sentido de “target”, sustantivo que aparece en la denominación “tiro al blanco”.
* Infante proviene de infans que significa “sin palabra”.
[1] Primera Epístola a los Corintios, 3, 16 – 6, 12 a 20 [especialmente 19] y segunda Epístola, 6, 16.
* Pero no solamente ella, está también toda la industria cosmetológica, todo el arsenal terapéutico de la medicina cosmética, cierta lectura de la ideología de los estilos de vida saludables, el complejo publicitario y el llamado mundo de la moda, entre otros.
[2] La aparición del diagnóstico “Trastorno dismórfico corporal”, quizás explique, por lo menos para los redactores del Manual Diagnóstico y Estadístico de las enfermedades mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana, la presentación de autoestimas bajas en relación con la corporalidad, como “enfermedad” susceptible de intervención quirúrgica y de tratamiento psiquiátrico….
[3] Freud, S. “Malestar de la cultura”…
[4] Gerber, Daniel. El psicoanálisis y la razón moderna. En Rev. Electrónica « Acheronta », No.16, visualizado el 12 de marzo de 2007.
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